¿Nunca una novia, nunca una amiga? dijo Don Braulio con una sonrisa. Siempre solo… No es bueno trabajar tanto, continuó ante el silencio de Tadeo que no supo que responder. El joven estaba incómodo y sorprendido. El viejo percibió el malestar, la incomodidad que había generado y cambió de tema. Espéreme un minuto. No se vaya que le compré algo le dijo palmeándole el hombro. Tadeo sonrió y metió las manos en los bolsillos del pantalón. Esperó.
Acá le traje. No es mucho
pero bueno, es por la paciencia que me tiene.
No es nada, Don. No se preocupe, agradeció Tadeo y se
despidió con otra sonrisa.
Tadeo no hablaba mucho. Apenas saludaba a los vecinos
y parecía siempre ensimismado. No sabíamos mucho de él: salía temprano, antes
del amanecer y regresaba pasado el mediodía. Algunas tardes lo vimos salir a
hacer las compras. Con el único que se paraba a conversar era con el viejo de
la esquina y luego, enseguida a su casa.
Cuando llegó el sábado, alrededor del mediodía, el
calor era insoportable. Estábamos a fines de marzo y el verano se negaba a
retirarse. Tadeo estaba cansado pero satisfecho. Al menos eso parecía al
escucharlo hablar con el vecino. Don Braulio rondaba los ochenta y los huesos
lo tenían a mal traer. Por eso, dos veces por semana, Tadeo pasaba por su casa
y le hacía las compras. El viejo le agradecía y le regalaba todos los meses,
cuando cobraba la jubilación, una botella de vino y una longaniza especial que
hacía traer de su pueblo.
Hablaron un rato. El viejo controló el mandado y le
agradeció “infinitamente” la compra y la paciencia. Tadeo sonrío y después de
unos minutos se metió en su casa y no volvió a salir. A media tarde comenzó a
nublarse y hacia el anochecer la tormenta era inminente.
Al fin, una leve brisa había comenzado a soplar desde
el sur y un aire algo más fresco comenzaba a invadir la ciudad. La noche otoñal
iba tomando fuerza y las luces de las casas se apagaron de a poco. El barrio estaba
casi a oscuras salvo por el tendido eléctrico de las calles. Algo quedaba de
luz pero no el escándalo de unas horas atrás.
Desde la calle Luna se escuchaba algún que otro auto o
moto pasar a lo lejos por la avenida más cercana. Reinaba la calma.
Pasada la una de la madrugada se escuchó el motor de un
auto. Frenó hacia el 300 de la calle y luego de unos minutos en donde se los
veía fumar bajaron dos hombres. Un tercero se quedó al volante y apagó el motor.
La calma volvía a la noche.
¿Vamos?
El más alto tiró el cigarrillo que acababa de encender
y lo aplastó con el pie. Caminaron unos metros. Tocaron el timbre de la casa
verde un par de veces. Volvieron a llamar y en seguida escucharon unos pasos
acercarse. Una cara dormida se asomó por una especie de ventana en la puerta de
calle. El más alto enseñó una placa. “Policía”
¿Sí? Preguntó el hombre sin cambiar mucho de
expresión.
Recibimos una denuncia. Tenemos que pasar. Abra la
puerta.
El hombre hizo silencio unos instantes, después unos
ruidos con las llaves y abrió. Una vez adentro, un largo pasillo llevaba hacia
la única puerta del lugar. Los policías se miraron. Estaban de civil.
“Pase” le indicaron. Al llegar hasta la puerta vieron
de frente una escalera y al costado un patio con dos puertas más. Todo estaba a
oscuras.
Encienda las luces.
El muchacho que se encontraba algo más despierto se
puso un buzo que agarró de una silla y prendió una tecla de la pared. Una
lamparita de 60 iluminó el patio y parte de la escalera.
Todas las luces.
¿La del baño? Y allá es la pieza, no hay nadie.
Todas.
¿Es por la denuncia?
Todas las luces.
El hombre fue y encendió las otras luces.
¿Cómo se llama?
Tadeo.
¿Tiene documentos?
En la pieza. ¿Los traigo?
Después.
El viento sopló con fuerza y el toldo tembló. Los
hombres miraron hacia arriba.
¿Qué hay ahí?
¿En el techo?
En el cuarto.
Comenzó a llover. Se escuchaba la lluvia contra las
chapas del toldo y una corriente de aire fresco llegó desde el pasillo.
¿En el cuarto de arriba?
Sí. ¿Qué hay?
Tadeo no respondió. Bajó apenas la cabeza. Miró el
suelo, la rejilla del patio y vio correr el agua de la lluvia hacia la calle.
¿Qué hay ahí arriba? Repitió el policía.
El hombre cuidaba el silencio, parecía no entender. El
agua de la lluvia corría por las chapas del toldo y después por la rejilla del
patio hacia el pasillo y de ahí a la calle.
La policía repitió la pregunta.
Armas, dijo Tadeo sin levantar la vista. Armas,
repitió. Dos muertos y una mujer que se alimenta de ellos. Y algo de drogas
para poder vivir.
Disfrute mucho las texturas simples y evocativas. Y que final colorido!
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