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Mostrando entradas de marzo, 2009

24 de Marzo de 1976 - 2009

“Libres o muertos, jamás esclavos” José de San Martín “(...) el pueblo aprendió que estaba solo y que debía pelear por si mismo y que de su propia entraña sacaría los medios, el silencio, la astucia y la fuerza (...)” Rodolfo Walsh, Un oscuro día de justicia.

Tropiezos: poemario

Hay que comenzar la tarea, arbitraria y cotidiana de continuar la vida de malgastar los zapatos haciendo una huella destinada al olvido. Comenzar, encendiendo la hornalla y refregarse los ojos ante el frío de la mañana, elegir un mate y volcar la yerba, acercar la nariz a la tibieza del humo que trepa sobre la espuma. Volver después, y caminar entre el perfume y el calor de tu ausencia, tus libros, tus papeles sobre la mesa de siempre la presencia austera y tibia de los recuerdos que se intercalan tímidos entre los hechos recientes aumentando la dicha exacerbando mi confusión apoyar las manos sobre la tabla de la mesa, sentir los golpes, las imperfecciones, los machucones bajo mis dedos acariciar las esquinas, redondas por el tiempo y el uso, descubrir nuevas marcas y colores, manchas manchas del cuerpo sobre esta madera que contuvo nuestro hambre y nuestra sed, nuestras ansias, nuestra miel nuestro pan y el vino de cada día.
Hay que ponerse en marcha y trashumar la vida, desde las roturas del tiempo por donde se mete el viento y los miedos, la humedad, pero no sólo la del cuerpo y su dolor, la humedad de la ausencia, de la falta, la humedad del desamparo y el frío. Hay que instalarse allí, en el centro de la nada, en el eco del vacío, donde zumban los oídos y la sangre presiona como un artista del fracaso amontonando los despojos, uno a uno, lustrarlos con la lengua y enterrarle los puños, uno a uno, en la ausencia y el vacío. Entonces, levantarse y andar hacia el fuego, en los abismos del tiempo, arrebatarlo en un gesto y llevarlo consigo, como un pequeño Prometeo urbano y oscuro, como bestia resistente de esta ciudad.

Tropiezos: poemario

Y entonces sólo hacía falta el viento, una pequeña brisa convertida en soplo divino que arrastrara las cenizas de esta fogata inútil a la vera del río, al costado de tu cuerpo. Fue entonces cuando entendimos que la noche era otra, sin miedo y sin piedad, nos recorrió el espectro de aquellos simios antiguos -que la soberbia humana llamó prehistóricos- como si acaso vos y yo fuéramos historia, así con mayúsculas, y fuésemos otros, y quisiéramos extirparnos de nosotros mismos. Imposible. Los agujeros están ahí, y África está en nosotros. En la memoria del cuerpo, en la cadena multiplicada en el esperma de aquel simio. A pesar del tiempo, aún resisten en cada cuerpo, los rastros de Olduvai.