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Mostrando entradas de febrero, 2009

El viaje

a J.C.O. Santa María amaneció nublada; una fría y húmeda brisa se levantaba desde el río para abrazar la ciudad. Rilli restregó sus ojos intentando en vano quitarse un cansancio antiguo. Al bajar de la escollera sonrió de satisfacción, abrió grande la boca, hizo chocar los dientes, y mordió suavemente el aire del puerto. Caminó un poco y se metió en un bar, asumiendo que la ciudad aún estaba dormida. Pitó un par de cigarrillos para acompañar al café y a las perezosas luces del día. Luego salió contento, casi feliz por el sueño realizado. Deambuló un par de cuadras y se dirigió al centro de la ciudad. Buscó ansioso, casi con alegría infantil el monumento a Brausen. Recorrió todas las bazofias de piedras, leyó inscripciones y conmemoraciones, placas a coroneles, a civiles, y creyó reconocer un homenaje al doctor Díaz Grey. Buscó entre calles y plazas pero no halló n

Para Onetti, aunque ya no importe

por Carlos A. Ricciardelli Ya van para quince años y aún recuerdo la tristeza de mi hermano al apoyar, sobre el mostrador del pequeño comercio, las páginas arrugas y mal dobladas de Crónica. Era otoño del siglo pasado, mayo de 1994. El cáncer liberal no dejaba de golpear y nos preparábamos para la Marcha Federal cuando nos enteramos de la muerte de Onetti, el viejo. Es muy raro eso de querer a alguien que nunca se vio. A través del tiempo, de su humedad y espesura lo fui conociendo por sus palabras, en la sinceridad profunda de su ficción, adentrándome en su respiración, en sus frases de insondable tristeza y soledad. La honestidad intelectual es brutal y descarnada, no hay impostura posible. Cada cuento o novela de Onetti es una dolorosa travesía por el alma humana. Lejos de la fama prostibularia de los medios y las sectas “académicas”, el viejo, construyó una de las obras literarias más profundas y originales del siglo XX.