Capitaloceno, narrativa de lo inhóspito
Esta nueva obra de Carlos Ricciardelli,
editada por Clara Beter pone a nuestro alcance una serie de relatos que nos
incomodan, nos interpelan. Capitaloceno
es un libro de lo inhóspito. Inhóspito en lo espacial, donde la naturaleza
responde con toda su fuerza a la destrucción que viene gestándose por la acción
del sistema capitalista en su búsqueda de producción, acumulación y consumo a
cualquier precio. Libro inhóspito, también, desde lo humano donde el desamparo
es la vía que transitan los personajes para encontrarse unos instantes hasta
que vuelva el desencuentro. Todo este juego de tensiones se amalgama en una
constante que se sostiene en cada uno de los textos: el acto de escribir. Se
desarrollan, de esta manera, tres grandes ejes temáticos: la naturaleza, lo
humano en su tensión desamparo – búsqueda de encuentro y la escritura.
El libro se inicia justamente
con el cuento “La montaña”. Nos encontramos con un narrador que
hace referencia a una segunda persona, el uso del vos. Lejos de distanciarse en el lenguaje con un castellano neutro,
Capitaloceno alberga voces cercanas a
nuestra oralidad. Con una prosa de giros rioplatenses, Carlos crea un narrador
de la cercanía, que nos pone al lado de los personajes, a vivir con ellos sus
experiencias. Dice Carlos:
Lo primero que ves cuando abrís el cierre de la carpa, es un rayo blanco
de luz, hermoso, brillando sobre el arroyo que corre hacia abajo, hacia las
piedras, trabajando sus formas con la ayuda de los años. Y la luz rebota en los
guijarros y en lo mechones de pastos verdes y amarillos, ocres. Las bocinas y el
ritmo frenético de la ciudad son increíblemente un recuerdo de pocas horas. El
vacío de las pantallas quedó atrás, en la otra punta del viaje.
La primera
imagen del paisaje es pacífica, luminosa. Armonía de una naturaleza anhelada.
La que estamos perdiendo. Los montañistas de este relato están ávidos de este
mundo. Más allá de dejar la ciudad, ir a acampar a la montaña, constituye un
acto de liberación y desprendimiento. Es alejarse del confort, de la
acumulación. Es, en definitiva, volver a un estado más esencial, más
primigenio. Dice Carlos:
Preparás el bolso con lo indispensable: una remera de repuesto y un
buzo; un pote con semillas, un pedazo de queso y algunas frutas. Té con miel en
un termo mediano y listo. (…) Entonces, una vez preparado, emprendés el viaje.
Para que este
regreso a lo primigenio sea auténtico, profundo, se hace indispensable también
dejar atrás el afán, e inclusive, la idea engañosa de tener todo bajo control. La
fuerza dominante, quedará en manos de la naturaleza. Así, leemos:
El viento había arrancado las persianas
desde los herrajes y metía nieve, mucha nieve.
Salir del refugio para ir al baño se había
vuelto peligroso. La fuerza del viento podía arrastrarnos al vacío.
…el silencio se había vuelto aterrador…
No se veía casi nada. Apenas un celestre
grisáceo marcado en una tenue línea hacia algo parecido al horizonte. Después,
todo era blanco y la nieve no dejaba de golpearnos en la cara.
Esta
violencia de la naturaleza parece responder a otra violencia que se manifiesta.
La de las empresas mineras en este caso. Se desarrolla así, entre el sistema y
la naturaleza, una dialéctica recurrente que atraviesa todo el libro.
Atravesamos dos veces el mismo río y subimos. En ese momento y a unos
cientos de kilómetros al norte, una explosión arrancaba medio cerro de la misma
cordillera. La búsqueda de minerales por las empresas transnacionales avanzaba
a pesar de las protestas de las diversas comunidades. El cielo cambia de color
y el agua se vuelve intomable.
Otra fuerza muy presente en Capitaloceno
es la de la tendencia al aislamiento. Más allá de que los personajes están
aislados en la montaña porque perdieron contacto con la base a causa de la
tormenta, el peligro que los amenaza al final es la disgregación. Disgregación que
se condice con la soledad irremediable que rodea a los personajes del libro.
En “Fuego en la noche” o
“Historia de Vavara”, nos encontramos con dos paisajes enfrentados. La ciudad y
el mar. En tanto que la escena de la costa va a constituir un intento fallido de
huir del dolor, de la incomunicación, las descripciones de la ciudad van a dar
cuenta de la crisis económica, la catástrofe natural. De esta manera, en el uso
del lenguaje se pueden establecer paralelismos entre el estado interior de los
personajes y la destrucción del entorno:
Reconstruirse va a ser difícil. –Decía(Martín Rilli) al margen de su cuaderno cuadriculado–. Casi la
mitad de mi vida se ha desmoronado.
En este
contexto en que el ser humano se ve obligado a maniobrar en una catástrofe
ambiental, en un contexto de crisis, de desamparo e incomunicación, la
escritura se constituye como el medio, brinda la posibilidad de seguir
adelante.
Rilli supo al poco tiempo que la única forma de exorcizar esa historia
era escribiéndola, contar cómo fueron aquellos días que siguieron a las semanas
de tormentas que arrasaron con la ciudad.
Días enteros sin luz en donde el clima pareció enloquecer y la gente
suplicaba el fin de las lluvias luego de anhelarlas para calmar los calores
ardientes del verano.
Soledad y
desmoronamiento son estados que se repiten en diversos personajes del libro. De
ahí, la búsqueda del otro para refugiarse en la mutua compañía. En el estado
actual de las cosas, los individuos circulan solitarios. El encuentro con el
otro lleva a reminiscencias que se condicen con la búsqueda de lo primigenio
que encontrábamos en el cuento “La montaña”.
…Martín miró cómo las luces que nacían de la vela manchaban de a ratos
la cara de Vavara, su cuerpo, y su ansiada mutación.
“Esto es un rito –pensó– dos hombres contemplando el fuego, sintiéndolo
en la piel. Como dos simios prehistóricos asombrados y deslumbrados, –las palabras escogidas lo hicieron sonreír–
dos monos ante el fuego”.
“Dos simios asustados por sus sombras en las paredes, asombrados por el
movimiento de la llama, por su olor. Somos dos simios delante del primer fuego.
Del único fuego dentro de esta oscuridad”.
Más allá del cambio climático,
las críticas al sistema se manifiestan también en las referencias a la pobreza,
a la forma en que viven quienes tuvieron que emigrar.
Había oscurecido lo suficiente para que apenas pudiese descubrir unas
sogas con ropas que dividían el único patio en estrechos rectángulos y un baño
pequeño con una cortina de plástico blanco en su entrada. (…)
Vavara empujó las puertas de maderas podridas y cartones. Detrás,
apareció un cuarto húmedo y descascarado, de paredes altas y oscuros. En el
centro había un colchón. Vavara, que ya lo había soltado, encendió una vela...
En lo que se refiere a los
personajes, tanto Vavara como Martín son seres atravesados por una soledad que
deviene de la pérdida. Martín escribe en su cuaderno que dinamitó más de diez
años de su vida y los pedazos volaron por los aires. Vavara, tuvo que dejar
atrás a sus padres, su abuela y se presenta como “Condenada, como el pueblo judío.
Exsoviética.”
El dolor del pasado levanta
muros entre los personajes, hace imposible una comunicación profunda. Todo
encuentro es fugaz, interferido por lo que atormenta a cada uno. Dice Carlos
cuando Vavara y Martín regresan de su viaje a la costa:
Regresaron en tren, en silencio. La felicidad los
había separado.
En “Desmonte” una
pareja se reencuentra después de una ruptura. Una vez más, el dolor es la piel
que recubre y aísla a los personajes. Raquel no logra escuchar lo que el
protagonista le cuenta. Inmersa en su propia angustia. El cansancio, el trabajo
y el pasado de dolor que se hace presente sin que ella pueda evitarlo,
obstruyen toda comunicación.
“Me
habla de la tragedia como si fuera la primera vez. La miro en silencio y me
dice que no entiende, que pasa el tiempo y sigue sin entender. Sigue hablando y
bebiendo y la escucho. No hablo. Esta vez me prometo no hablar.”
La pasión y el erotismo del pasado no logran volver al
presente. De esta manera, la intimidad de Raquel y el narrador, que persiste
bajo la forma de una triste y frágil cercanía, no permanece ajena –nada
permanece ajeno– a la catástrofe natural. El desastre convive con lo íntimo.
(Raquel) Mira un documental sobre el desmonte del Amazonas. Decenas de
hombres con motosierras derribando árboles para luego ser trasladados por
tractores abriendo agujeros en los pulmones del mundo.
Frente a la impotencia ante el desastre,
la imposibilidad de revertir el dolor, el único camino posible en lo personal
parece ser la ternura.
Se durmió. Entonces me levanto, apago las
luces del techo y dejo encendido solo un velador. El cuarto queda en penumbras.
Me acerco con cuidado y le quito el cigarrillo de la mano. Lo apago. Llevo el
vaso hasta la mesa. Busco algo para taparla. Busco por la casa, entro al
dormitorio y encuentro una manta rayada. La escucho hablar en sueños. Me acerco
para taparla y comienza a llorar. Le toco la cara, le corro las lágrimas con
las manos. La abrigo y de a poco se calma. Le acomodo el pelo. Suspira y se
acomoda contra mi hombro. El televisor está muteado. Siento el peso de su
cuerpo sobre mi costado. En el televisor repiten el documental sobre el
desmonte del Amazonas.
Soledad Gómez Novaro
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