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Heráclito de Efeso

Heráclito de Éfeso
Jorge Luís Borges

Heráclito camina por la tarde
De Éfeso. La tarde lo ha dejado,
Sin que su voluntad lo decidiera,
En el margen de un río silencioso
Cuyo destino y cuyo nombre ignora,
Hay un Jano de piedra y unos álamos.
Se mira en el espejo fugitivo
Y descubre y trabaja la sentencia
Que las generaciones de los hombres
No dejarán caer. Su voz declara:
“Nadie baja dos veces a las aguas
Del mismo río”. Se detiene. Siente
Con el asombro de un horror sagrado
Que él también es un río y una fuga.
Quiere recuperar esa mañana
Y su noche y la víspera. No puede.
Repite la sentencia. La ve impresa
En futuros y claros caracteres
En una página de Burnet.
Heráclito no sabe griego. Jano,
Dios de las puertas, es un dios latino.
Heráclito no tiene ayer ni ahora.
Es un mero artificio que ha soñado
Un hombre gris a orillas del Red Cedar,
Un hombre que entreteje endecasílabos
Para no pensar tanto en Buenos Aires
Y en los rostros queridos. Uno falta.



Son muchos los poemas de Borges que siempre me han gustado. No sé bien por qué, pero siempre me fueron más fáciles (creo) de entender que su prosa.

Este poema tiene para mí una fascinación especial. En mi época de estudiante secundario, en mis primeras lecturas sobre los filósofos presocráticos, el pensamiento de Heráclito me atrapó desde el inicio. Mucho más que Parménides. La idea del cambio y del devenir constante me deslumbró y siempre fueron mi justificación para todo en mi vida: el arte, la política y la historia. Nada es eterno (solo Dios) y por lo tanto factible de ser modificado. Siempre encuentro esa premisa en todo.


En el poema de Borges Heráclito se presenta caminando una tarde sobre la orilla de un río. Tarde, como límite o frontera entre el día y la noche. Orilla, límite y frontera entre la tierra y el agua. 
Heráclito, el Heráclito construido por la cultura occidental se nos humaniza y camina una tarde por la orilla de un río… Heráclito camina, va ensimismado en sus cosas, piensa, transpira en sus problemas y en su pensar y allí, frente a unos árboles y un río “trabaja la sentencia que los hombres harán inmortal” Se le hace carne y Heráclito tiembla porque sabe –acaba de descubrirlo-  con un horror sagrado que él también (y ahora yo sé también) es un río y una fuga.


Y vaya paradoja, la sentencia del devenir constante, de la eterna mutación se vuelve eterna en las “letras doradas de las páginas de Burnet”. Una cita que asegura el devenir constante se vuelve mármol en la enorme biblioteca de la cultura occidental.

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