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Mostrando entradas de noviembre, 2012

Otra vez...

Ahí está otra vez. Caminando de un lado para el otro, como si estuviera loco. Miralo, ¿vez? Otra vez esa angustia recorriéndole el cuerpo, anudándosele en la garganta y la saliva que le cuesta bajar… la aceleración del corazón y ese golpeteo constante que asusta tanto como la posibilidad de que deje de hacerlo. Así está Martin, otra vez, como asustado. Y en un instante de lucidez piensa que ya está grande para estas cosas, para estos desvelos en la noche… que son berretines de pendejo, piensa y sonríe. Respira y vuelve a intentarlo, cuenta hasta seis y suelta lentamente el aire. Cierra los ojos e insiste porque mañana hay que ir a trabajar y ya cuesta el doble hacerlo sin dormir. Y sin embargo, ahí está, ¿lo ves? Dando vueltas en la cama, yendo y viniendo por la pieza, oliendo la almohada vacía, las sábanas. Persiguiendo los rastros de un perfume que no sabe si ha de volver.    

Una noche como cualquier otra

Acabó la última copa de vino y lo invadió una dulce y suave borrachera. Sonrió en la penumbra de la casa y subió a su cuarto. De fondo, creyó escuchar las primeras gotas de lluvia golpeando contra la ventana. Sonrió satisfecho, olvidándose de todo, del trabajo, de las noticias, de la lluvia y se metió en la tibieza de las sábanas limpias, perfumadas. La tormenta había ido creciendo en la madruga. Imperceptible a los oídos de Paul que recién la descubrió cuando el borboteo era incesante y el agua bajaba a raudales por la escalera de la terraza. Se sentó en la cama y le pareció extraño el sonido de la lluvia. Pensó que había tomado demasiado. No, no eran las típicas gotas golpeando contra el techo de chapa del cuarto de los objetos viejos, ni las gotas golpeando contra las persianas cuando el viento sopla del este. No, era distinto. Como a caño roto, como a canilla abierta. ¡La ventana quedo abierta! Pensó de pronto y trepó los escalones de madera, teniendo cuidado de no resbal