Ir al contenido principal

Luz de luna

 

No llorés Colo, no llorés. Perdoná. No te pongas así. Dale, volvamos a casa.

 

***

Pasamos la tarde en la casa de Jhony hasta que llegó la noche. Boludeamos escuchando cumbia y mirando cosas en el celular. Video que manda los pibes cuando están con alguna guacha ahí. Y miramos un rato y bueno como habíamos tomado unas cervezas y las guachitas de los videos no se comían una y le daban lindo, nos fuimos calentando. ¡Ufff! Ahora vengo, dijo el Jhony y encaró para afuera, para el lado de las chapas donde está el baño.  No puedo más, le dije al Colo y ahí nomás me la empecé a manotear.

¿Qué hacé?

¿No ves? ¿O me querés ayudar?

Nos reímos un rato pero después todo se puso tenso. Rojo se puso todo y en una le agarré la mano al Colo y me la llevé a la poronga. Le sonreí y el Colo empezó. Empezó. Empezó y no paramos.

Después se puso a temblar y salió corriendo.  

 

***

 

Le grité. Lo llamé y lo llamé pero no paraba de correr. Lo corrí una o dos cuadra bajo el chorro blanco de la luna. Tan blanco como la mancha pegajosa que llevaba en el pantalón. Al principio nos cagamos de risa los dos pero después no. No pudo, no pudimos.

Se puso raro el Colo, dijo el Jhony cuando volvió. Se puso raro dijo mientras se subía el pantalón y lo vimos sacudirse como las cintas que atan a los ventiladores del bar cuando llega el calor. ¿Qué te pasa boludo? ¿Qué te pasa?

Y después empezó a correr como un loco. El Jhony se cagó de risa un rato mientras se acomodaba la ropa y a mí, de pronto, eso me dio miedo. Miedo me dio. Como si algo malo iba a pasar. Y me largué a correr. Por eso lo corrí unas cuadras hasta que se detuvo a tirarme piedras. ¿Qué te pasa boludo? ¿Qué te pasa? Le pregunté y el Colo se agachaba a agarrar más piedras hasta que apareció un perro. Un perro grande, medio lobo y empezó a ladrar. Me volví unos metros. Lo vi cruzar las vías y lo vi meterse en el descampado entre las porquerías que tiran los vecinos. Le grité que esperara, que se dejara de joder. Pero nada. El perro no me dejaba pasar. Estuve un rato así, sin poder seguir.



Enseguida vino Jhony y le tiró un cascotazo. El perro salió cagando. Cruzamos el alambrado y nos metimos entre las bolsas de porquerías y perros muertos. Gatos rotos con todo eso al aire. Con las moscas ahí dando vueltas. Esas moscas pesadas como pelotitas de tierra. Caminamos hasta salir de la mugre. Nos fuimos orientando por las luces de la ruta que chispeaban a lo lejos. La luna ayudó con su agua blanca a mirar por donde andábamos. Así, tanteando escombro y bichos muertos, en medio del olor lo vimos. El Colo estaba ahí,  de espaldas lo vimos. Hicimos silencio. Con el Jhony nos hicimos gestos de no hablar, de andar con cuidado. El Colo estaba duro pero temblaba y movía la cabeza para un lado y para otro. En medio del olor. Estaba sin el pantalón, con el culo al aire. El culo le brillaba. Todo chivado. Había un fueguito ahí adelante. No sé que estaba quemando. Hablaba raro. No entendíamos qué decía, pero hablaba hasta que se arrodilló de pronto y se largó a llorar.

 

 

 

 

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Heráclito de Efeso

Heráclito de Éfeso Jorge Luís Borges Heráclito camina por la tarde De Éfeso. La tarde lo ha dejado, Sin que su voluntad lo decidiera, En el margen de un río silencioso Cuyo destino y cuyo nombre ignora, Hay un Jano de piedra y unos álamos. Se mira en el espejo fugitivo Y descubre y trabaja la sentencia Que las generaciones de los hombres No dejarán caer. Su voz declara: “Nadie baja dos veces a las aguas Del mismo río” . Se detiene. Siente Con el asombro de un horror sagrado Que él también es un río y una fuga. Quiere recuperar esa mañana Y su noche y la víspera. No puede. Repite la sentencia. La ve impresa En futuros y claros caracteres En una página de Burnet. Heráclito no sabe griego. Jano, Dios de las puertas, es un dios latino. Heráclito no tiene ayer ni ahora. Es un mero artificio que ha soñado Un hombre gris a orillas del Red Cedar, Un hombre que entreteje endecasílabos Para no pensar tanto en Buenos Aires Y en los rostro...

A propósito de CAPITALOCENO de Carlos Ricciardelli, texto de Soledad Gómez Novaro

  Capitaloceno , narrativa de lo inhóspito   Esta nueva obra de Carlos Ricciardelli , editada por Clara Beter pone a nuestro alcance una serie de relatos que nos incomodan, nos interpelan. Capitaloceno es un libro de lo inhóspito. Inhóspito en lo espacial, donde la naturaleza responde con toda su fuerza a la destrucción que viene gestándose por la acción del sistema capitalista en su búsqueda de producción, acumulación y consumo a cualquier precio. Libro inhóspito, también, desde lo humano donde el desamparo es la vía que transitan los personajes para encontrarse unos instantes hasta que vuelva el desencuentro. Todo este juego de tensiones se amalgama en una constante que se sostiene en cada uno de los textos: el acto de escribir. Se desarrollan, de esta manera, tres grandes ejes temáticos: la naturaleza, lo humano en su tensión desamparo – búsqueda de encuentro y la escritura. Carlos A. Ricciardelli leyendo un fragmento de Capitaloceno en el Cátulo. El libro se inicia ...

Antes de los brindis, pensaré también en ellos

        Durante el otoño, del año que termina, se cumplieron 30 años de las muertes de dos de los escritores que más horas de felicidad y desvelo me regalaron. Buk muere el 30 de marzo de 1994 a los 74 años y el Viejo, a los 85 el 30 de mayo. Bukowski desarrolló a lo largo de su turbulenta vida distintos géneros literarios destacándose por su mirada cruda ante los perdedores del "sueño americano". Escribió desde siempre poesía y tuvo muchos y malos empleos. Apostador de carreras de caballo, recién a los 50 años renuncia a su trabajo de cartero para dedicarse a escribir su primera novela.  Recuerdo la tarde en que recibí la noticia de la muerte de Onetti. En ese entonces trabajaba en un almacén de San Cristóbal y una tarde me llegó la noticia en las hojas arrugadas del diario Crónica. Recién empezaba a leerlo en un libro  comprado en la feria del parque Rivadavia : Juntacadáveres, en donde su protagonista, el cincuentón Larsen, sueña con la creació...