Ir al contenido principal

Ciudad Futura


Se asustó y empezó a correr. Fue una reacción instintiva, acelerada como siente ahora a su corazón. Comenzó a oler a quemado y cuándo apuró la corrida perdió una zapatilla. Se detuvo, dudó en volver o seguir corriendo, pero finalmente volvió a buscarla. Estaba en medio de la calle hundida en una mezcla pegajosa de  asfalto y barro. La tomó con la mano y tuvo que tironear un buen rato hasta que escuchó una nueva explosión. Pero esta vez mucho más cerca y un grupo de gente pasó corriendo a su lado. Casi lo atropellan. Arrancó la zapatilla del asfalto y perdió media suela. Se la calzó a medias y corrió detrás de la pequeña muchedumbre. No entendía qué pasaba pero un miedo enorme lo había atrapado. La gente gritaba enloquecida y corría. Él luchaba para recuperar cierta calma que lo ayudara a descifrar qué sucedía.

-¡Explotó! ¡Explotó! ¡Se está quemando todo el parque!- gritó una mujer que llevaba en brazos a una nena de algo más de tres años que lloraba a los gritos. -¡Se quema todo!

A lo lejos creyó ver la orilla del río y el fuego que se levantaba desde los árboles del bosque. O, lo que quedaba de él en su lucha desigual contra la voracidad empresarial. De pronto escuchó varias clases de sirenas que se acercaban. Cuando creyó entender algo empezó calmarse y cesó su carrera. Respiraba agitado. El sudor le pintaba la cara y los brazos de negro por las cenizas que comenzaban a caer. Caminó hacia el bosque. Se acercó todo lo que pudo. La policía había acordonado parte de la entrada y expulsaba a los curiosos. Los carritos de comida ya estaban cerrados. Sólo dos quedaron abiertos y abandonados ante la corrida de los empleados. Se sentía el calor y el humo era cada vez más intenso. Miró hacia el cielo y comenzó a ver como de apoco decenas de pájaros se desprendían de los árboles buscando escapar a las llamas. Algunas lo conseguían y otras, muchas, luego de tomar una altura importante se desplomaban de golpe como si sus pequeños corazones no soportarán tanto calor y esfuerzo. Era un espectáculo aterrador. Apenas podía contenerse y de golpe, empezó a llorar. ¿Se suicidan? Los pájaros comenzaron a caer cerca. Volaban escapando de las llamas y de pronto se detenían en el aire como si chocaran contra una pared invisible y caían. Al principio fueron dos o tres pero enseguida fueron más y más aves estrellándose contra el cemento.

-¡Explotó la central eléctrica! ¡Corran que el fuego crece!- escuchó gritar.

Decidió irse. Caminaba agitado, lloroso, cuando escuchó unos chillidos. Se detuvo y se acercó al cordón a mirar y en la alcantarilla observó como un montón de ratas se arremolinaban sobre  un perro muerto. Apenas soportó el olor. No había dudas, el calor aceleraba la descomposición.  Apuró el paso y las ratas parecieron enloquecer. Algunas lo atacaron saltando hacia sus piernas y otras comenzaron a morderse entre ellas. Se deshizo de algunas a patadas y corrió, corrió hasta la primera avenida. Escuchó un nuevo estruendo. Pero esta vez, el ruido era distinto. Estruendo de vidrios que se rompen, que estallan.

Respiró profundo y miró hacia la esquina. Un grupo de personas se arremolinaba y arrojaba piedras contra un supermercado. El calor creció hasta volverse insoportable.  




Comentarios

Entradas populares de este blog

"No me interesa el arte o la literatura para pocos" // entrevista del suple Fractura de la Agencia Paco Urondo.

Carlos A. Ricciardelli nació en la ciudad de Buenos Aires en 1973. Es docente y autor de varios libros de ficción, entre ellos:  Piedras contra un vidrio  (1998),  Las recónditas ganas de quedarme aquí  (2014),  Fiebre  (2020) y la antología de relatos prehistóricos  El quinto elemento  ( 2 016). Su último libro de relatos es  Rabia  (2022), de la colección Tinieblas de  Clara Beter ediciones .  Rabia  tiene 11 relatos breves y crueles con escenarios en la periferia de la ciudad: los alrededores del Riachuelo, los conventillos, el barrio de Pompeya, los pasillos de la villa, las canchitas. También hay un pueblo del norte en la montaña y la ciudad de Goya, en Corrientes, a orillas del Paraná. Los personajes en su mayoría viven en la marginalidad y hay uno recurrente, Martín Rilli, que también aparecía en el libro  Fiebre . El clima es muchas veces opresivo dado por las escenas de violencia, en esa “ciudad infernal de cuerpos dolidos”. Las imágenes y lo sensorial impregnan textos como “O

Tiempos de perros

¿Nunca una novia, nunca una amiga? dijo Don Braulio con una sonrisa. Siempre solo… No es bueno trabajar tanto, continuó ante el silencio de Tadeo que no supo que responder. El joven estaba incómodo y sorprendido. El viejo percibió el malestar, la incomodidad que había generado y cambió de tema. Espéreme un minuto. No se vaya que le compré algo le dijo palmeándole el hombro. Tadeo sonrió y metió las manos en los bolsillos del pantalón. Esperó. Acá le traje. No es mucho pero bueno, es por la paciencia que me tiene. No es nada, Don. No se preocupe, agradeció Tadeo y se despidió con otra sonrisa. Tadeo no hablaba mucho. Apenas saludaba a los vecinos y parecía siempre ensimismado. No sabíamos mucho de él: salía temprano, antes del amanecer y regresaba pasado el mediodía. Algunas tardes lo vimos salir a hacer las compras. Con el único que se paraba a conversar era con el viejo de la esquina y luego, enseguida a su casa. Cuando llegó el sábado, alrededor del mediodía, el calor era in

La mujer del gato

El siguiente texto pertenece al libro Las recónditas ganas de quedarme aquí...   publicado por Publicaciones del sur en 2014. Es, uno de los cuentos más viejos que escribí. Su origen data de fines del siglo pasado, invierno de 1999.   La mujer del gato Un llamado; apenas unas pocas y certeras palabras alcanzaron para derribar la frágil seguridad construida en los últimos meses. No respondió, no pudo, y tampoco la dejaron. Las filosas palabras fueron penetrando una tras otra, con lentitud y calma, hasta devorarla de miedo. No esperó a las primeras luces. La historia volvía, otra vez, al punto de partida, como si fuese un infinito disco rayado. De sus pertenencias –algunas pocas ropas y un par de libros robados a lo largo de su pequeña vida– agarró sólo un bolso y el gato. Un viejo animal que llamó Edgardo y rescató de los siempre crueles juegos infantiles. Dejó el hotel en silencio, y algo de plata sobre la cama. Encendió su primer cigarrillo en semanas y llenó sus p