Y después de todo ese
escándalo llegó el horror. Un horror materializado en escenas pocas veces
vistas, ciegas de tanta sangre y venganza.
Pasó como un trueno. Veloz
y desolador a la hora menos pensada. Como un gigante de megafauna. Cayeron a
medianoche a disputarse el barrio, el negocio. Una maquinaria del horror y la
venganza atronó durante toda la madrugada.
Y quedamos huérfanos,
más tristes y
desprotegidos,
con los huesos al sol
secándose a la intemperie…
¿Y ahora qué vas hacer? ¿Qué vamos a hacer? Con tanto muerto
sobre las espaldas… con tantos agujeros en el alma. Vamos a agacharnos sobre el suelo.
Apoyar las orejas sobre el suelo y escuchar. Las palmas sobre el pasto y a
escuchar el trueno que se va.
Esperemos, decís.
Tenés el pelo revuelto y
manchado de sangre. Pelotitas de sangre pegadas sobre la oreja. Tenés la cara
lastimada y una mochila rota mientras me mirás a los ojos como esperando una
respuesta. No te recuerdo. No te conozco de esta zona, ni de ninguna otra.
Sonreís.
Me duelen los ojos y la
espalda. Vuelvo a agacharme a escuchar los últimos gemidos. Sobre los edificios
crecen algunas llamas, brillantes hacia la Luna.
Ya está, decís, vamos. Y
te ponés a andar.
No te recuerdo, pienso
cuando me pongo de pie. Me duele la espalda. Si tuviera que ponerte un nombre
serías Anabel. Pero, prefiero no hacerlo.
Vamos, repetís, vamos a
colgarnos del cuello las zapatillas y a caminar descalzos.
***
Cinco cuadras en silencio,
caminamos apenas iluminados por la Luna. Sin saber tu nombre, sin recordarte.
Me di vuelta un instante y apenas alcance a ver las delgadas hileras de humo
que crecían detrás de los viejos edificios. Cada tanto se oían fogonazo y el
viento que parecía crecer a nuestras espaldas nos traía el olor a plástico
quemado, a trapos quemados, a madera quemada, a carne... quemada.
Me había olvidado de tu
propuesta de andar descalzos.
Cuando cruzamos la avenida
alcanzamos a ver dos autos volcados. Cada tanto el dolor punzaba en el costado
y se transformaba en calambres. Todavía estaban calientes, los cuerpos a un
lado sobre la vereda. Revisamos con cuidado para no dejar algún rastro y nos
llevamos un pequeño botín: algo de plata que encontramos en la guantera y otros
objetos de valor.
***
¿Sabés a dónde vas a ir? ¿Lo pensaste alguna vez? Cuando todo termine, ¿lo
pensaste? Me preguntó de pronto sacándome de mis pensamientos. No sé, le dije.
Pensaba en mi vieja. ¿Vos? ¿Vos, sabés?
Sí, lo supe cuando llegué. Se parecía mucho a las historias
que había escuchado de chiquita tantas veces… Pero ahora el tema sos vos. ¿Te
das cuenta?
La miré unos segundos. No
la había visto nunca. Por unos instantes pensé qué estaba haciendo y por qué la
seguía… Me fastidié y me detuve. Me di vuelta y caminé otra vez hacia el
barrio.
Ya está, no hay forma, me dijo. Me llamó y me di vuelta.
Me tendió la mano. Le sonreí y continuamos avanzando.
***
Caminamos un rato largo en
silencio. No sé bien por dónde anduvimos. De golpe un fuerte calambre me nubló
la vista y caí sobre unos pastos. No supe dónde estaba. El dolor era cada vez
más agudo y creo que comencé a sangrar. La Luna estaba en lo más alto de la
noche. Eso lo recuerdo. Enorme y blanca. El silencio también era blanco, muy
blanco.
Creo que me dormí un rato
porque de pronto sentí que me tomaban de los brazos y de la cabeza… me
llamaban…
Dale flaco. Dale. Dale que falta poco. No te duermas ahora…
Era ella que me hablaba de
nuevo y seguía sin recordarla. Se había lavado la cara, creo. Estaba distinta y
me ayudo a ponerme de pie. Sacó de la mochila una remera y la rompió. Con un
pedazo de tela me envolvió la herida y la ató fuerte.
Tomá un trago, dijo alcanzándome una botella con agua.
***
¿Te acordás qué pasó?
Pregunté mientras me apoyaba en su hombro para seguir caminando.
¿Te acordás nena?... Yo no
me acuerdo… Me sonrió y me tomó de la cintura. Me costaba respirar. ¿Cómo
empezó todo? Repetí. ¿Me contás cómo empezó? ¿Quién sos? No te conozco, no sos
de acá…
Ahora, ahora sí, vení.
Quedate quieto. Ya está. Sacate las zapatillas, así. Dejame. Así, descalzo.
Dale. Vamos. Dale, crucemos el parque descalzos. Dale, quedate tranquilo.
Respirá. Bien así, así. ¿Ves? ¿Ves ahí? Ya llegamos. Subite al bote. Casi pierdo el equilibrio
y con cuidado me acosté sobre las tablas. No paraba de hablar. Con cuidado, me dijo. Me pareció escuchar el agua golpear contra el bote, sentí
hamacarse el bote. Ya está, volvió a
repetir. Ahora cruzamos y listo. Quedate
tranquilo. Vas a estar bien.
Muy lindo Carlos. La insistencia de ella da esperanza y la incertidumbre hasta parece interesante en tanto caos.
ResponderEliminarHabría que ver a dónde quiere cruzarlo...
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