El ojo de la noche
Sintió
el golpe punzante, súbito y un fuerte ardor en el dorso de la mano la despertó.
Encendió el velador y contempló azorada la sangre que manaba de la herida. Se
apretó fuerte con la mano sana sin poder creer que su gato la atacara así, en
medio de la noche y sin sentido.
Gato de porquería, la frase acompañó a un insulto en
voz baja y lo buscó en los sillones del cuarto. No estaba. Tampoco debajo de la
cama. La mano le ardía y buscó un pañuelo en la mesa de luz. Miró la llaga abierta
de casi cinco centímetros y no podía creerlo. Se distrajo un segundo en la
ventana entreabierta. Un chorro de luz bajaba desde la luna. ¿Dónde se habrá
metido el gato? Pensó.
La
herida latía con fuerza en la mano. La sangre humedecía el pañuelo. Abrió la puerta y buscó al gato en el pasillo.
Tampoco estaba. Encendió una a una las luces del departamento y mientras se
ataba el pañuelo alrededor de la herida, lo encontró en la cocina, durmiendo
profundamente.
Castigo
Le
prohibimos volver al campo, a perder el tiempo entre los árboles del bosque
nativo.
Siente
que le falta el aire y que la injusticia le aprieta la garganta con una fuerza
que desconocía. Se esconde y llora, llora hasta la extenuación. Conmovido quisiera
ayudarla, volver al pasado y remediarlo de algún modo. Imposible.
Cuando entro al cuarto y la despierto por las mañanas, su cuello huele a eucaliptos, tierra y sudor
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