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El extraño caso del Ratón Pérez y los once dólares


 

Andá a lavarte los dientes, por favor…

No quiero. ¡Basta!

Rocío, bajás de tu cuarto y te lavás los dientes porque se te van a cariar y después…

¡No!

¡Bajás! Porque se te van a cariar los dientes y los vas a tener todos manchados por el azúcar y después cuando se te caigan…

¿Cuándo se me caigan qué…?

….

¿Papá…? Pa…

¡Papá!

¿Qué pasa Rocío?

¿Qué pasa si se me caen los dientes?

Ya sabés. Cuando se te cae un diente viene el Ratón Pérez. Como siempre… salvo…

¿Qué papá? Decime.

Nada… que si los dientes están muy cariados no se los va a llevar.

¿Cómo que no se los va a llevar?

No se los va a llevar, Rocío. Si los dientes están con caries, manchados, feos, el ratón Pérez no se los va a llevar.

¿Qué?

Ya pasó.

¿Cómo que pasó?

Sí Rocío, pasó. Pasó en EEUU, en Wichita. Salió en internet. Le pasó a un nene y salió en la tele. Después lo buscamos en youtube. También salió en los diarios.

¿Y por qué el Ratón Pérez no se llevó el diente del nene?

Uf… Rocío… Según las noticias, el Ratón Pérez no se llevó el diente. Salió en internet…

Stephan tenía 7 años y le encantaban los caramelos, los chocolates y las gaseosas de todos los colores. Le gustaban los chupetines y las paletas amarillas, rojas y verdes. Comía bolsas y bolsitas de chiclets y malvaviscos multicolores. Cuánta más azúcar tenían las golosinas, más le gustaban. Entonces, con el correr de los meses, los dientes se le fueron picando. Algunos le dolían y otros no. Los papás lo llevaron al dentista una par de veces y como Stephan lloraba y pataleaba, sólo le arreglaron algunos pocos dientes.

Cuando los dientes comenzaron a caerse, a eso de los 5 años, el Ratón Pérez pasaba por las noches a buscarlos. Algunos dientes, los más sanitos, le gustaban mucho al ratón. Los otros, los que tenían caries, un poco menos. De todos modos, siempre le dejaba un dólar por diente debajo de la almohada. Hasta que una noche de primavera el ratón pasó de largo. O eso, creyó  el niño que no paraba de comer malvaviscos. “Qué raro” dijo Stephan cuando por la mañana metió su mano bajo la almohada y encontró su pequeño y –bastante- feo diente cariado. “Qué raro” murmuró y luego de cambiarse fue hasta la cocina y le contó la noticia a sus padres.

La mamá abrió grande los ojos. El papá frunció la nariz y murmuró algo que el niño no comprendió.

Al día siguiente pasó lo mismo. Stephan se despertó y antes de cambiarse buscó bajo la almohada… allí seguía su diente. Los padres corrieron al cuarto cuando escucharon los llantos del niño.

¿Qué pasa Stephan? Preguntó la madre.

¡El Ratón Pérez no vino! Hace dos días que dejo mi diente bajo la almohada y no viene….

Es raro murmuró el papá. Algo habrá pasado, dijo la mamá.

No te creo dijo Rocío. El ratón siempre viene.

Mmm… no sé. La noticia salió en internet y también hubo un caso en Calamuchita, Córdoba. Cerca de la casa de la tía Nati. Un changuito que se la pasaba comiendo pan con azúcar… Se le cayeron dos dientes y nada… el ratón vio que estaban llenos de caries y siguió de largo… Yo que vos, me lavaría corriendo los dientes…

¿Y qué pasó con el nene de… Estados Unidos?

¿Qué pasó? Como no paraba de llorar, los padres decidieron esperar al Ratón Pérez durante toda la noche. Se turnaron para no dormirse. Primero se quedó despierto el papá y cada vez que escuchaba un ruido buscaba al ratón. ¿Y? ¿Cómo te fue? Preguntó la madre cuando lo reemplazó. Nada, respondió el padre entre bostezos. Algunos ruidos pero nada. Durante el resto de la noche la madre buscó por todos los recovecos de la casa. Y nada. Encontró un par de medias y sanguchito del último cumpleaños, un par de bolitas y hasta alcanzo a ver un fantasma escurriéndose por la persiana americana. Encontró varias cosas que no vienen al caso pero el ratón no apareció. Y El niño siguió llorando.

Finalmente, la tercera noche, los padres montaron una doble guardia. Uno se quedaría en la casa y el otro miraría la calle por la ventana. Y así fue como a eso de las cuatro y media de la madrugada la mamá pegó un grito al ver un ratón  pasando por la puerta de la casa. Enseguida salieron a la calle y lo alcanzaron. Al principio el ratón se asustó y soltó una bolsa que llevaba en la espalda. Se desparramaron un par de muelas y tres molares impecables. El ratón estaba asustado, no se animaba a recoger sus dientes.

Perdone, dijo la mamá de Stephan, no queremos asustarlo.

El ratón frunció la trompa sacudiendo los bigotes.

No queremos molestarlo, continuó el papá, pero se olvidó de pasar por nuestra casa y llevarse el diente de nuestro hijo, Stephan. Él sigue esperando. En eso se hizo un silencio y ambos padres miraron al ratón que lentamente se acercó a los pequeños dientes y sin dejar de mirar a los humanos los volvió a guardar.

¿Entendió? Preguntó el padre.

Si, claro. Yo pasé por su casa y vi el diente pero… pero estaba lleno de caries. No sirve.

Los papás escuchaban con atención. Pero Stephan está esperando su billete de un dólar, dijo la mamá.

¡Imposible! No voy a comprar ese diente…

Pero…

Ni loco compro un diente en esas condiciones.

Pero… ¿podría llevárselo? El dinero lo pondremos nosotros. Sólo queremos…

¡Imposible! Está todo lleno de caries.

Ratón… escúcheme Ratón Pérez. Esto es importante… ¿Entiende?

Claro qué es importante. Estoy perdiendo el tiempo mientras cientos de niños esperan que pase por sus preciosos dientes y les deje a cambio un dólar…

Por eso, háganos un favor… ¿Sí? Si usted se lleva el diente de…

¡No!

Sí usted se lleva el diente de Stephan nosotros le daremos 10 dólares y nos haremos cargo del dólar que pondrá debajo de su almohada.

Once dólares… entonces… murmuró el ratón.

 

***

Y así fue Rocío, cómo finalmente el ratón Pérez pasó por la casa y se llevó el diente de Stephan.

 

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