Entre los tiempos, antes del final
Cuarentena (parte de Guerra)
Cuando corrió levemente la cortina de la ventana para mirar hacia la
calle el confinamiento social llevaba algo más de tres meses. La tarde anterior
había pasado el camión remolque a levantar los últimos cuerpos que los pocos vecinos habían colocado dentro de
los rectángulos rojizos que la gendarmería había pintado a comienzos de la fase
3. Cuando corrió levemente la cortina de la ventana para espiar, Brian llevaba algo más de una semana
sin salir a la calle. Las salidas estaban escasamente autorizadas y la última
vez lo habían demorado en la certificación de los papeles y no había podido
llegar a tiempo para la entrega de alimentos. Está vez, los cuerpos no
rebalsaron el espacio asignado.
Corrió levemente la cortina y observó como
una jauría se trenzaba en feroz lucha disputándose los restos de un tacho de
basura. El último pensó Brian. El escándalo de los perros era descomunal. Sin
embargo, Brian no veía movimientos en las otras cortinas y puertas de las casas
vecinas. Los pocos vecinos que quedaban parecían no escuchar nada. La disputa
duró algo más de un minuto y terminó cuando el más grande de los mastines, una
especie de pitbull callejero abandonó el cuello ensangrentado de otro perro
sobre el pavimento para luego destrozar la basura que se desparramaba en medio
de los tarascones que le daban dos perros más chicos. Cuando el pitbull terminó
con la basura, trotó en diagonal hacia la plaza y los otros perros volvieron a
la disputa. El cusco convulsionaba a un costado.
Los
de abajo ya no gritan… ni se los oye. Pensó
mientras bajaba por las escaleras con cuidado de no hacer ruido. Se acercó a la
puerta del departamento a escuchar, a olfatear. No sé, murmuró y siguió hasta la puerta de calle.
Se cubrió la cara y salió. Sobre las hojas
que el otoño venía acumulando estiró la honda y la primera de las piedras
levantó del suelo parte de la basura desparramada. El segundo piedrazo dio en
una de las patas traseras de uno de los perros que pegó un grito al mismo
tiempo que rodaba por el suelo. Al incorporarse corrió rengueando hacia la
esquina. Cuando Brian se acercó, el cusco había dejado de respirar. Se
arrodilló y volvió a mirar a los cuatro lados en busca de curiosos. Nadie había
ni se asomaba. Sacó un chillo de entre las ropas y no sin esfuerzo degolló al
animal. Metió la cabeza en una bolsa que dejó junto al resto de la basura y el
resto en otra bolsa que llevó consigo.
Esa noche y la siguiente, él y Milenka
volvieron a comer carne.
Explosión
Milenka llevaba más de quince minutos dando
vueltas. O tal vez, media hora. Iba de un lado a otro de la casa y cada vez que
se acercaba al cuartito del comedor diario lo miraba con furia, casi con
bronca. Milenka iba y venía. Sus pasos sobre el pequeño departamento apenas se
escuchaban. Iba descalza. Sentía que la piel se erizaba con el lento paso de
los segundos.
Había estado, desde el momento que salió de
la cama, pintándose las uñas de los pies. Rojo y bermellón, una blanca. Después
había seguido por las uñas de las manos y no se había cambiado. Llevaba una
musculosa por encima de las rodillas y se había sentado a pintarse las uñas
frente a Brian. Había puesto el pie sobre la silla y no tenía dudas que si él
la mirase vería su pequeña tanga de algodón. Tarareó varias canciones a media
voz.
Pero eso había pasado. Ahora va y viene por
la casa. Lo mira con bronca. Y éste
encierro de mierda…, piensa.
Primero estuvo pegado a la ventana como dos
horas y luego salió apurado sin decir nada. Volvió enseguida para sentarse otra
vez pegado a la ventana. No habla. Metió una bolsa en la heladera y ahora
limpia una y otra vez el cuchillo en un trapo húmedo.
Milenka va una vez más. Va y viene por el
cuarto en donde Brian no deja el cuchillo. Va y pasa a su lado, se inclina y lo
roza. Él levanta la vista y la mira. Le sonríe. Ella sonríe y lo mira fijo. Se
pasa la mano por el cuello transpirado sin dejar de mirarlo. Sonríe y seca las
palmas de sus manos en la musculosa. La
estira pegándosela a su cuerpo y siente una descarga eléctrica que sube desde
el vientre. Brian le sonríe y vuelve a su trabajo. Limpia una y otra vez la
hoja del cuchillo.
Entonces se enoja y como un huracán va
hacia el baño y da un portazo. Brian se sobresalta y mira la puerta que sigue
temblando. Se acerca y se apoya en la puerta. ¿Pasó algo, Mile? No escucha nada e insiste. ¿Pasó algo? Pasan unos segundos y la puerta se abre con el mismo
ímpetu que con el que fue cerrada.
¿No
te das cuenta vos, qué es lo que pasa? ¿En serio no te das cuenta? Suelta ella con las manos en la cintura.
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