Ir al contenido principal

Lali, la muñeca maravillosa




Todo comenzó un día de otoño. Lo recuerdo con exactitud. Fue la tarde en que decidí comprarle un regalo a mi hija más pequeña y sorprenderla con esa muñeca tamaño natural. Tamaño natural, como el de una niña de cuatro años. 
Ese día salí antes del trabajo y me dirigí a la juguetería más grande de la capital: El mono relojero y le pedí a la vendedora el último modela de Lali, la muñeca maravillosa, una especie de androide siliconado con inteligencia artificial.
La vendedora sonreía y no dejaba de hacer comentarios auspiciosos sobre la muñeca y el desarrollo de las nuevas tecnologías.
Quince minutos más tarde estaba parando un taxi para cargar el enorme paquete que contendría la alegría de mi hija. Durante la media hora que duró el viaje en auto no pude dejar de imaginar la cara de Rocío al ver la muñeca.
Me imaginaba los posibles diálogos y juegos. La muñeca venía con un dispositivo informático que no sólo respondía una amplia gama de preguntas sino, que además el rostro tenía una pantalla líquida que podía adquirir la forma del rostro deseado.
¡Una maravilla de última generación! Varios sueldos había juntado para ese regalo.
Resultado de imagen para muñecas
Bajé del coche entusiasmado y del apuro casi me olvido el bolso.
Una vez adentro de la casa me dirigí directo al cuarto de Rocío.
La pieza era pequeña con una cama de princesa pintada de rosa y blanco.
También tenía una mesita con dos sillas y un placard de pared. Todo el cuarto estaba lleno de peluches y ropa de nena, marcadores y libros de cuentos.
Me sonreí. Saqué la muñeca de la caja y la paré en el centro del cuarto. Le puse un camisón lila con corazones en blanco y la encendí.
La puse en estado latente. Así, cuando la viera Rocío, la muñeca actuaría de forma automática y su rostro adquiriría alguno de los rasgos de mi pequeña hija.
Una vez terminado los preparativos cerré la habitación y me senté en la cocina a esperar. Tomé varios mates. 
Cuando escuché la cerradura me levanté y fui al encuentro de Rocío y Marisol, mi mujer. Rocío venía protestando -siempre que tenía sueño protestaba- y se escabulló de mis brazos cuando quise saludarla.
Corrió a su cuarto y cerró la puerta. Marisol me miró, le sonreí y le guiñé un ojo. En silencio nos acercábamos a su cuarto cuando la pequeña salió corriendo y dando gritos de felicidad. Entonces sí nos abrazamos y Rocío repartió besos y te quieros a madre y padre alternativamente. Al cabo de unos instantes nos llevó de las manos hasta la pieza y fuimos viendo como entre juego y juego la muñeca adquiría gestos y modos de nuestra hija. Era realmente increíble. ¡Maravillosa! Sonreía, alzaba las cejas y fruncía la pequeña nariz de la misma forma que Rocío. ¡Realmente un prodigio de la tecnología! Dejamos a la niña con su nuevo juguete y nos fuimos con Marisol a tomar mate y a charlar cuestiones de trabajo. 
Habremos estado una media hora conversando animadamente cuando escuchamos algunos gritos. Hicimos silencio y los gritos aumentaron. ¡Me tenés cansada! ¡Te voy a dejar en penitencia! ¡Vos no me vas a retar, no sos mi mamá! Nos reímos un rato y esperamos. La discusión aumentó y de pronto escuchamos ruidos.
Corrimos al cuarto y nos encontramos con dos niñas agarrándose de los pelos y gritándose cosas horribles. Entre el ida y vuelta nos costó reconocerlas y también separarlas. Con mi mujer nos miramos absortos y dudamos en descubrir a Rocío, la verdadera Rocío, porque ambas respondían a ese nombre cuando Marisol la llamó. 
-La que llora, es esa. -dijo la madre.
- ¿Cuál?
- ¡Es la que llora! -repitió señalando a la niña que estaba sentada sobre la alfombra.
- ¡Las dos están llorando! - respondí mirando a una y a otra.
- ¡Esta es la muñeca! -gritó Marisol y la tomó de un brazo mientras la ¿muñeca? pataleaba y volvía a gritar. No sin esfuerzo la metió en la caja. La ayudé cerrando y poniéndole cinta adhesiva. La muñeca cesó de gritar y moverse.
Sin darnos cuenta habíamos tocado el botón de apagado.
Nos llevó un tiempo calmar a Rocío y acostarla para dormir. Era increíble. Habíamos comprado un juguete para divertirnos y estábamos nerviosos y angustiados los tres. Luego de tomar una taza de leche tibia y comer algunos dulces Rocío comenzó a dormirse. Aproveché y metí la caja con la muñeca dentro del placard.
Apagamos la luz y salimos.   
A la mañana siguiente nos despertamos y comenzamos nuestras actividades cotidianas. Rocío remoloneó un poco pero finalmente se levantó y la cambiamos para ir al jardín. Por la tarde, cuando regresó de la escuela, jugó en su cuarto pero sin buscar a la muñeca. Al día siguiente la normalidad había vuelto a nuestra casa.
Durante la noche siguiente nos despertaron ruidos y gritos ahogados que venían de la habitación de Rocío. Nos levantamos algo mareados por el sueño y cuando entramos al cuarto Rocío se metía de nuevo en la cama. El placard tenía una de las puertas abiertas y me pareció escuchar un ruido que provenía de entre la ropa.
-¿Qué pasó Ro?- pregunté.
-Quiso escaparse… pero ya la metí adentro. Otra vez…
Dudé unos segundos y cuando me acercaba al placard Marisol me llamó desde la puerta. Dudé un instante algo confundido por el sueño y Marisol me tomó de la mano para volver al dormitorio. Me costó conciliar el sueño. Cada tanto escuchaba o imaginaba ruidos en el otro cuarto.
La mañana siguiente no oí el despertador y llegué tarde al trabajo. Apenas había saludado a mi mujer al salir.
Por la tarde cuando regresé, una extraña sensación me llevó hasta el cuarto de mi hija. Abrí la puerta y descubrí un terrible desorden. Ropa y muñecos rotos, tirados por todas partes. Traté de ordenar las cosas y cuando estaba por salir me detuve frente al placard. Algo me impulsó a hacerlo.
Conté hasta tres y lo abrí. ¡Nada! Busqué entre las ropas y nada.
Esperé a que llegaran del jardín sentado en la cama de Rocío. Cuando escuché las llaves me precipité sobre mi familia preguntando:
-¿Dónde está?¿Dónde está?
-¿Qué cosa? -preguntó Marisol.
-La muñeca. ¿Dónde está la muñeca?
-En el placard, guardada. -respondió y se dirigió hasta allí. Rocío se había ido mientras hablábamos a la cocina, a buscar galletitas.
Cuando regresamos a buscarla comía mirando hacia la calle por la ventana.
-Rocío, ¿dónde está la muñeca? -preguntamos casi con miedo.
Rocío dio media vuelta y sonriendo respondió: la tiré.   

Comentarios

Entradas populares de este blog

"No me interesa el arte o la literatura para pocos" // entrevista del suple Fractura de la Agencia Paco Urondo.

Carlos A. Ricciardelli nació en la ciudad de Buenos Aires en 1973. Es docente y autor de varios libros de ficción, entre ellos:  Piedras contra un vidrio  (1998),  Las recónditas ganas de quedarme aquí  (2014),  Fiebre  (2020) y la antología de relatos prehistóricos  El quinto elemento  ( 2 016). Su último libro de relatos es  Rabia  (2022), de la colección Tinieblas de  Clara Beter ediciones .  Rabia  tiene 11 relatos breves y crueles con escenarios en la periferia de la ciudad: los alrededores del Riachuelo, los conventillos, el barrio de Pompeya, los pasillos de la villa, las canchitas. También hay un pueblo del norte en la montaña y la ciudad de Goya, en Corrientes, a orillas del Paraná. Los personajes en su mayoría viven en la marginalidad y hay uno recurrente, Martín Rilli, que también aparecía en el libro  Fiebre . El clima es muchas veces opresivo dado por las escenas de violencia, en esa “ciudad infernal de cuerpos dolidos”. Las imágenes y lo sensorial impregnan textos como “O

Tiempos de perros

¿Nunca una novia, nunca una amiga? dijo Don Braulio con una sonrisa. Siempre solo… No es bueno trabajar tanto, continuó ante el silencio de Tadeo que no supo que responder. El joven estaba incómodo y sorprendido. El viejo percibió el malestar, la incomodidad que había generado y cambió de tema. Espéreme un minuto. No se vaya que le compré algo le dijo palmeándole el hombro. Tadeo sonrió y metió las manos en los bolsillos del pantalón. Esperó. Acá le traje. No es mucho pero bueno, es por la paciencia que me tiene. No es nada, Don. No se preocupe, agradeció Tadeo y se despidió con otra sonrisa. Tadeo no hablaba mucho. Apenas saludaba a los vecinos y parecía siempre ensimismado. No sabíamos mucho de él: salía temprano, antes del amanecer y regresaba pasado el mediodía. Algunas tardes lo vimos salir a hacer las compras. Con el único que se paraba a conversar era con el viejo de la esquina y luego, enseguida a su casa. Cuando llegó el sábado, alrededor del mediodía, el calor era in

La mujer del gato

El siguiente texto pertenece al libro Las recónditas ganas de quedarme aquí...   publicado por Publicaciones del sur en 2014. Es, uno de los cuentos más viejos que escribí. Su origen data de fines del siglo pasado, invierno de 1999.   La mujer del gato Un llamado; apenas unas pocas y certeras palabras alcanzaron para derribar la frágil seguridad construida en los últimos meses. No respondió, no pudo, y tampoco la dejaron. Las filosas palabras fueron penetrando una tras otra, con lentitud y calma, hasta devorarla de miedo. No esperó a las primeras luces. La historia volvía, otra vez, al punto de partida, como si fuese un infinito disco rayado. De sus pertenencias –algunas pocas ropas y un par de libros robados a lo largo de su pequeña vida– agarró sólo un bolso y el gato. Un viejo animal que llamó Edgardo y rescató de los siempre crueles juegos infantiles. Dejó el hotel en silencio, y algo de plata sobre la cama. Encendió su primer cigarrillo en semanas y llenó sus p