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Invierno...


Breve historia del infierno
NACE DE CREENCIAS PAGANAS. Los antiguos egipcios creían en la existencia de un infierno de fuego. El libro del Amduat, que data del año 1375 antes de nuestra era, habla de quienes han “caído en los hoyos de fuego” y les dice: “No escaparéis [de las llamas]. No lo evitaréis”. Asimismo, el filósofo griego Plutarco (c. 46-120 de nuestra era) dijo que los que estaban en el mundo de ultratumba recibían “castigos y entre atroces sufrimientos y tormentos ignominiosos se lamentaban llorando”.
SE INTRODUCE EN EL “CRISTIANISMO”. En el siglo II de nuestra era, el libro apócrifo Apocalipsis de Pedro anunciaba lo que les esperaba a las personas malas: “Se les prepara [...] un fuego inextinguible”. Y luego decía: “Ezreel, el ángel de la ira, viene con hombres y mujeres con la mitad de sus cuerpos en llamas y los arroja a un lugar oscuro, el infierno de los hombres; y un espíritu de la ira los castiga”. En esa misma época, Teófilo de Antioquía citó en uno de sus escritos las palabras de cierta profetisa griega —conocida como la Sibila—, quien describía así el castigo que sufrirían los malvados: “Una llama de fuego abrasador ha de veniros, y por siempre, el día entero, seréis en su ardor abrasados”.

Sin embargo, y a pesar de las citas anteriores, siempre imaginé al infierno como algo helado. Frío. Un lugar donde nunca es posible calentarse las manos ni los pies. Terrible. Lleno de seres morados que a pesar de estar apiñados no logran jamás brindarse un poco de calor. Condenados a morirse de frío hasta astillar los huesos. Además, el continuo tintinear de los dientes entrechocándose... Un infierno invierno.

En la Tierra, en nuestro planeta, el verdadero infierno está en el frío.

El invierno siempre es de los pobres y parece crecer con la frialdad con la que actúan los poderosos de hoy y de siempre. Son gente sin alma, los poderos. Son como los vientos helados que barren los suelos de los barrios llevándose hasta las últimas migajas.

Siempre que pienso en el Infierno, en el Infierno del Dante, imagino a los condenados tiritando de frío. Nunca puedo verlos acalorados ni sonrojados… Apenas el Dante sube a la barca del viejo Caronte para atravesar el río Aqueronte las tinieblas y humedades me causan escalofríos… Si bien, es en el círculo noveno en donde se encuentran los traidores atrapados en el hielo de una laguna más fría que el Danubio en invierno, esa cosa de descenso, oscuridad, tinieblas y humedad siempre me dio invierno. En su caminar por el noveno círculo el Dante se resguarda del viento tras las espaldas del Maestro y alcanza a decirnos con pavor que en ese sitio moran las sombras completamente cubiertas de hielo y transparentes como paja en vidrio. Allí encontró condenados a permanecer en las aguas heladas con la cabeza apenas sobre la superficie. Mirando hacia arriba y acicateadas por las penas, los condenados lloraban lágrimas que se congelaban apenas nacían aumentando los dolores en los globos oculares…

Los poderosos escapan del frío. Ellos nunca tienen invierno. Siempre tienen un vuelo a mano que los cruza de hemisferio cuando acá comienzan las lluvias frías como balas de Dios y van a broncearse al Mediterráneo. O, se van a esquiar unos días entre algodones cálidos y dulces con gusto a chocolate…pero invierno, lo que se dice invierno, nunca.

El invierno es nuestro.

El invierno es nuestro y le damos batalla, entre resfríos y fiebres, a fuerza de ollas populares y el olor a sopa que se escapa de los barrios.

El invierno es nuestro y le damos batalla en las madrugas negras de escarchas en las zanjas y manos ásperas. En los humos negros de fogones en latas de aserrín y kerosén…

El invierno es nuestro y nos compele a juntarnos, a amontonarnos para darnos calor y fuerza. A entibiar los dolores del cuerpo y del alma… Y entre el calor y las fuerzas nos pasamos un guiso de mano en mano. Así nacen las palabras, los relatos, las canciones…y entonces sumamos un vino que alguno siempre trae…

Y entre todos escribimos historias de resistencias y rebelión.
  

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