Algunas noches en donde
el sueño se resiste a llegar, recuerdo con cierto cariño la imagen de mis
primeros libros ordenados en estantes de tablas y latas de nesquik. Dos tablas apenas y todo adentro de un placard. Así,
escondida, nació mi biblioteca. Y la biblioteca creció y creció como lo
hicieron los primeros poblados de las viejas urbes medievales y como lo siguen
haciendo los barrios populares de nuestra América: amontonados y en desorden,
como una de las tantas formas del amor. Y luego que la realidad material se
impusiera, tuve que abrir caminos y ordenar para poder llegar a esos mundos
buscados. Y eso funcionó durante unos años, pero como todo tiene su fin, poco a
poco los libros fueron desbordando los límites marcados y se expandieron a
otras paredes y otros muebles. Así fueron naciendo nuevos estantes de maderas
lustrosas y coloradas frutos de amores diversos, propios y ajenos. Y cuando el
asunto parecía irse de madre, mi compañera decidió la clasificación del animal.
Tres o cuatro días completos de un verano tórrido y a fuerza de tereré y
ventilador alcanzaron para armar inventario e informatizar la biblioteca.
Entonces creí que la bestia había sido domada. Pero no. Bastaron unos meses
para que el movimiento lento de los libros y nuevas lecturas brotara como el
magma entre las placas tectónicas. Y así fue como una tarde lluviosa de julio o
agosto cuando paseaba mis ojos y dedos por estantes y lomos, encontré algunos
cambios: la bestia había perdido un par de dientes pero también descubrí pelaje
nuevo. Los Onetti estaban a salvo y compartían algún lomo con Saer. Respiraba
profundo exhalando vitalidad. Con entusiasmo comprobé que le había crecido un
par de Gabriela Cabezón Cámara, una Carson Mc Cullers, un Ragendorfer, un
librito de política y otro de historia… me acerqué un poco y casi apoyando una
de las orejas escuché un ronroneo o era el murmullo del mar, algo parecido al
sonido de las hojas de un libro cuando las mueve el viento… no sé, pero la
sentí respirar y moverse lento, lento…
"No me interesa el arte o la literatura para pocos" // entrevista del suple Fractura de la Agencia Paco Urondo.
Carlos A. Ricciardelli nació en la ciudad de Buenos Aires en 1973. Es docente y autor de varios libros de ficción, entre ellos: Piedras contra un vidrio (1998), Las recónditas ganas de quedarme aquí (2014), Fiebre (2020) y la antología de relatos prehistóricos El quinto elemento ( 2 016). Su último libro de relatos es Rabia (2022), de la colección Tinieblas de Clara Beter ediciones . Rabia tiene 11 relatos breves y crueles con escenarios en la periferia de la ciudad: los alrededores del Riachuelo, los conventillos, el barrio de Pompeya, los pasillos de la villa, las canchitas. También hay un pueblo del norte en la montaña y la ciudad de Goya, en Corrientes, a orillas del Paraná. Los personajes en su mayoría viven en la marginalidad y hay uno recurrente, Martín Rilli, que también aparecía en el libro Fiebre . El clima es muchas veces opresivo dado por las escenas de violencia, en esa “ciudad infernal de cuerpos dolidos”. Las imágenes y lo sensorial impregnan textos como “O
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