El fuerte viento que se había levantado de golpe hizo
volar unos periódicos de uno de los quioscos de la avenida. Una madre agarró
fuerte a su hijo y lo acercó contra su cuerpo para evitar que la fuerte
corriente lo arrastrara. El viento apenas se calmó cuando un hombre algo
encorvado y con una bolsa de plástico se detuvo en la esquina. Se agarró con la
mano libre el gorro de lana que apretaba su cabeza y esperó. La mujer con el
chico lo miraron, algo llamó su atención. El hombre parecía balbucear algunas
palabras. Cuando el semáforo cambió a amarillo el hombre comenzó a cruzar
produciendo un par de frenazos e insultos que pareció no escuchar y avanzó
hacia la plazoleta del Obelisco. Una vez allí, se detuvo y miró un rato un
espectáculo de malabares. Abrió la bolsa y sacó una botella amarilla como de
lavandina y se apartó, abandonando la bolsa, del pequeño tumulto que miraba el
espectáculo callejero. Volvió a hablar y gesticular con el seño fruncido.
Caminó unos metros sin dejar de hablar y se detuvo unos segundo a mirar al
cielo. Entonces se roció con la botella la cabeza mojando todo el gorro de lana
y la campera. Después, se prendió fuego.
Giró un par de veces envuelto en las llamas y en un
griterío general de la gente que pasaba hasta que dos cartoneros que estaban en la otra esquina, abandonaron
sus carros y corrieron hasta el hombre. Lo tiraron al suelo y con sus buzos lo
taparon y lograron apagar el fuego. Un
policía se acercó corriendo y casi veinte minutos después llegó la ambulancia
del Same.
El hombre murió a las pocas horas. Lo habían
despedido del trabajo hacía dos meses por el plan de ajuste, alcanzaron a
comentar algunos noticieros del cable.
*
Las últimas semanas del invierno habían sido tan
críticas como las permanentes heladas que se abatieron sobre Buenos Aires hasta
los últimos días de septiembre. Comer dos veces al día se había vuelto un
milagro para la mayoría de los pobladores. La dureza del aire helado aumentaba
los gestos adustos de los rostros. Hombres y mujeres mascullaban insultos a
diario, en las colas cada vez más flacas de colectivos y en las puertas de las
panaderías, esperando las sobras al caer el día.
En algunas esquinas de la ciudad se improvisaron
fogones que sirvieron tanto para calentar los cuerpos cada vez más numerosos
que dormían en las calles como las tan mentadas ollas populares. Un oscuro y
espeso humo se expandía desde los bordes de los barrios hasta el centro de la
ciudad, trayendo olores a sopa y humedad. Una pequeña banda de mercaderes dominaba
el país a través de las grandes cadenas mediáticas que entre mentiras y falsos
debates ocultaban estafas y las penurias cotidianas que soportaba la mayoría de
la población.
De la alegría tonta y multicolor de los primeros
meses apenas quedaban rastros desteñidos en una o dos cadenas televisivas. La
primavera llegó con retraso. Pero el impulso con el que irrumpió en los brotes
de las plantas se trasladó a la población. Con los primeros calores estalló la
violencia y desde los portales de noticias no cesaron de hablar de hambre,
desgobierno y robo. Sin embargo el descubrimiento de un horrible crimen sirvió
para retrasar lo peor.
Hacia fines del último año un rumor había corrido
con insistencia en las barriadas más pobres de las provincias mediterráneas. No
se hablaba del crecimiento del consumo de drogas baratas, la prostitución o el
robo de mujeres. Se hablaba de otra cosa y, al principio, el rumor se esparció
y confundió con el robo de niños para la extracción y posterior venta de
órganos. Después se habló –y el tema apareció en algunos programas
sensacionalistas de la tarde- de una secta ligada a ritos africanos que mataba
niños como sacrificios a los dioses para que se apiaden de las continuas
hambrunas. El miedo se apoderó de muchas madres que encerraron a sus hijos para
que no estuvieran por la calle y hasta hubo días en donde la asistencia en las
escuelas públicas bajó considerablemente. Este problema fue una bendición para
el gobierno y sus socios mediáticos. Lo que para unos fue distracción de los
temas económicos, a otros les sirvió para, ahora sí, hablar de cosas que
sucedían realmente.
En una semana fatal, desaparecieron casi treinta
niños en las afueras de Rosario. Algunos cuerpos fueron encontrados días
después en uno de los basurales más grandes del antiguo cordón industrial. Pero
como los cuerpos estaban calcinados nunca se supo con seguridad si los órganos
faltantes se debían a extirpaciones quirúrgicas o habían sido comidos por
alimañas. Cómo las autoridades provinciales no daban respuestas se produjeron
graves incidentes en el centro de la ciudad con autos incendiados y vitrinas de
negocios destrozadas. En el interior de la provincia de Córdoba se produjeron
escenas parecidas pero los relatos hablaban de seres extraterrestres que habían
hecho contacto con lugareños cerca del Cerro Uritorco. Hacia los cerros
viajaron periodistas nacionales y extranjeros junto a nuevos hippies y
fanáticos del new age. Nunca pudieron dar explicaciones de lo ocurrido que
conformaran a una población cada vez más temerosa e irritable. En esas semanas,
un informe del canal oficial daba cuenta del aumento del consumo de drogas
traídas desde el extranjero… En los barrios, se fumaba cada vez más porquerías.
Poco a poco el gobierno retomó la calma. Ya no se
hablaba de fuga de divisas, inflación y despidos. Ahora, día y noche las radios
y televisores aturdían con las desapariciones de niños. Y por primera vez en
muchos meses, representantes del gobierno como de la oposición se habían puesto
de acuerdo y discutían una ley de emergencia destinada a la protección de los
menores.
Pasaron algunas semanas y la calma parecía retornar.
Algunas noticias deportivas lograron imponerse durante unos pocos días en la
atención pública. Pero fue hacia principios de octubre donde nuevas noticias
sobre menores desaparecidos parecieron cobrar un nuevo sentido.
Cuatro estudiantes de una escuela media del sur de
la ciudad habían desaparecido en la tarde de un jueves. Durante varios días los
buscaron sus familiares y compañeros de estudios. La policía abandonó el viejo
discurso de esperar 48 horas y salió en la búsqueda. Esta noticia se sumaba a
todas las anteriores y parecía no agregar nada nuevo. Sin embargo una
investigación de Martín Rilli comenzó a sacudir a la población. Una serie de
fotos obtenidas en un shopping mostraba a una de las chicas y un varón en
compañía de dos custodios de un Ministro de gobierno. Enseguida la noticia se
expandió en las redes y a pesar de que los principales medios retrasaron su
tratamiento el gobierno había vuelto a quedar en el centro de la atención.
Días después, el periodista denunció amenazas y
varios anunciantes se retiraron del periódico. El presidente dio una
conferencia de prensa luego de seis meses y tuvo que aparecer dando
explicaciones por cadena nacional. Las desapariciones de menores comenzaron a
menguar pero los rumores aumentaron con mayor dramatismo: el gobierno
controlaba una red de tráficos de órganos, el gobierno protegía a una
organización que mataba chicas y chicos de la calle…
Cuando Martín Rilli publicó en la mañana del
miércoles 23 de octubre que los cuatro jóvenes que se encontraban desaparecidos
habían sido vistos por última vez en una fiesta de empresarios y miembros del
gobierno en donde hubo excesos en el consumo de drogas y alcohol, comenzó el
estallido.
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