El sicario avanzaba por uno de los caminos que
nacían al borde de la ruta. Había bajado del camión al que había subido cerca
de Moreno. Caminaba por la ruta cargando una mochila y cubriéndose del sol bajo
un sombrero de cowboy de color blanco, ajado por el uso. Agradeció con un gesto
de cabeza el bocinazo del camionero que lo había acercado. Se había cuidado de
no hablar, de no revelar el acento caribeño. Unos lentes grandes y negros
hacían el resto. Después, consultó el GPS de su teléfono y continuó caminando
por el sendero que se abría en medio de unos campos de girasoles.
Cuando alcanzó a vislumbrar el casco de la estancia
se detuvo y sacó una botella de agua de la mochila. Bebió un rato del pico
mientras miraba hacia la casa. Después, con un pequeño largavista, estudió los alrededores. No vio peones ni hombres a
caballo. El galpón de la derecha estaba cerrado. Había dos camionetas
estacionadas. Una Toyota importada y la otra, un rastrojero bastante viejo.
Estaban una al lado de la otra. Alcanzó a ver a los ocupantes que hablaban cada
uno desde su vehículo. Se sentó un rato entre las plantas y recordó una extraña
melodía. Buscó en su cabeza y no pudo saber de dónde venía esa música. La
tarareó un buen rato y cuanto se hartó, se puso nuevamente de pie. Había estado
más de media hora bajo los girasoles que habían comenzado a mirar la tierra,
como los borrachines al terminar la noche,
pensó. La Toyota ya no estaba cuando volvió a mirar y el rastrojero había
quedado estacionado bajo un árbol a unos metros del galpón. El extranjero
guardó la botella en su mochila y continuó su camino. Le gustaba el sonido que
producían sus borceguíes sobre la tierra. Debía llegar a la casa antes de que
cayera la noche.
Qué
cosa estos argentinos, pensó, matándose por ideas… y recordó las fotos que había visto desde la
calle, antes de encontrarse con el contacto que lo había contratado. Los compañeros no saben nada, dijo, es casi una cuestión personal.
No
me interesa el motivo. Es sólo un trabajo. Páseme los datos y las fotos que le
pedí.
Te
tiene que importar pibe. Estos son unos hijos de puta, hijos de unos hijos de
puta de acá y parientes de los hijos de puta de allá, de donde sos vos. Los
bisabuelos de estos lo cagaron a Bolívar y a Güemes. No te olvides pibe, esto
no es solo un trabajo.
Tiene
que ser en estos días. Sabemos que el viernes se van a juntar en el campo. En
el sobre esta todo, nombre de la estancia, plano y cómo llegar. Todo. Terminás el laburo y te rajás. Si todo va
bien, no nos veremos nunca más. Cuando aparezcan las noticias en los medios,
Quispe recibirá los tres mil que faltan.
El hombre retomó el camino mientras el sol se
ocultaba en el horizonte. El campo ganaba serenidad y el frío comenzaba a
despabilarse desde la tierra. Cuando estuvo a menos de cien metros, alcanzó a
leer un cartel de letras talladas en madera en uno de los arcos que estaban
sobre una tranquera: Estancia Las
Margaritas.
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