Hojear; pasar las páginas de un libro, hacer una
lectura rápida. Leer con rapidez, navegar, surfear por la web de una página a
otra con la velocidad del experto que se desliza sobre las mejores olas del
océano…
Leer… leer una y cien veces, leer… una pasión, un
vicio que lleva a buscar con devoción y hasta con desesperación un
conocimiento, una revelación o un fragmento de belleza total, mágica que ilumine
con la fuerza del fuego en la noche.
Los primeros hombres, las primeras mujeres solían
reunirse a la luz protectora del fuego. Esos primeros fuegos otorgaron abrigo,
calor y sabor a las comidas. Esos fuegos los convocaban a contarse historias, a
pasarse la palabra de uno a otro, de otro a otra…
Navegando en la web llegué a un texto de Fabián
Casas que me hizo buscar un libro de Onetti. El Astillero, Juntacadáveres, Cuentos completos, La otra orilla…
No, ese es de Cortázar, Cuando entonces
y por fin, al lado de mi último libro –recuerdo cuando los junté soñando un maridaje
que de sus frutos- Tiempo de abrazar.
Revisarlo y hojearlo… Es la misma edición de la que hablaba Casa en la nota. Un
libro duro, pequeño, de hojas amarillas y secas, muy secas que al abrirlo y
hojearlo crujen. Pasar las hojas y leer frases, palabras hasta detenerme en las
marcas de lectura: Jason y Virginia caminan por la plataforma de una estación
de trenes. Campanas, voces, pasajeros y una pizarra con letras blancas indican
un destino. Aparece recién en 1974 como fragmento de una obra mayor, pero ¿de
cuándo es? ¿1940? Caminan y de golpe, Jason le dice a Virginia que de pronto no
le pareció ella la que estaba a su lado, sino un muchacho que andaba conmigo. Y ahí comienza un diálogo y una reflexión
increíbles para la época:
“-Una sensación, que el abrigo, la cabeza baja…
Acaso el que no hablaras.
-Sí… a veces yo misma me encuentro un poco…
(…)
-¿Te gustaría que yo fuera un muchacho?
(…)
-Quería decirte si te gusta encontrarme algo de
muchacho.
Jason silbó, vacilando.
El diálogo se desvirtúa y se van para otros lados
hasta que Virginia vuelve a la carga:
-Bueno, ¿te gustaría sentirme un muchacho?
-Sí… No sé. Me gusta sentirte así: un poco. Me
parece que estamos más juntos; como si fuera más fácil entendernos. No me
gustaría que fueras como todas, cien por ciento mujer, hasta la saturación. Es
como los perfumes; y el olor de los polvos. Están bien. Pero si tengo que
olerlos mucho tiempo me indigestan. A veces, hasta que todo lo femenino llega a
darme náuseas. (…)”
La mujer como un otro totalmente desconocido que
atrae y asusta. “Me gusta sentirte así, un poco (masculino), me parece que
estamos más juntos…”
Claro que unas cuantas páginas antes, apenas al
comienzo de la novela, Jason piensa súbitamente en Cristina: “Cristina desnuda,
de pie frente al espejo, mientras él fumaba tirado en la cama. (…) Acaso había
hecho una tontería enojándose con ella. Era muy linda, muy linda. Sí; estúpida,
charlatana, vulgar, con una manera de alzar los hombros que crispaba los
nervios. (…) Sí; había sido un tonto. Con ella nada de dudas, ni problemas
filosóficos.” Terrible; hoy ardería en las piras de los opinólogos de lo
políticamente correcto. Y también sabemos que escribió Jabón, en donde Sad muere de deseos por “Ello”. Pero este cuento es
de mediados de los 80, y fue escrito en la España del destape.
Tiempo
de Abrazar aparece en la década del 70 en el Río de la Plata,
en el contexto de las dictaduras que se estaban instalando a sangre y fuego. Pero
insisto, el texto es anterior. Onetti lo mandó a un concurso en 1940. Antes de
la Segunda Guerra, antes de los movimientos hippies y la contracultura… en
pleno poder de la sociedad patriarcal y de roles sexuales muy bien definidos.
En donde, tipos como el Jason que piensa en Cristina, representan a la
abrumadora mayoría de la sociedad. En
los manuales de lectura del nivel primario abundaban frases como “Papá lee el
diario y fuma su pipa. Mamá cocina”. Ilustrado con una candorosa estampa de un
niño rubio jugando con trencitos en medio de la escena narrada. Onetti, el Viejo, escribe que a Jason le
gusta que ella, Virginia –Virginia- fuera
un poco muchacho porque no soporta la totalidad de lo femenino, le da nauseas y
si ella es un poco varón, es más fácil, dice. Es estar más juntos. Regresemos
al libro:
Sonó la bocina y se acercaron al tren. Ella subió
dos escalones y quedó sonriéndole, sujeta la mano a la barra niquelada.
-¿Y…?
Nada. Eso. Claro que tampoco fueras varonil, maestra
de escuela… La sabiduría no se encuentra en los extremos, señorita…Bueno: todo
debe ser inteligencia. Si no fueras tan inteligente…
Ella gradeció con una reverencia:
-Señor Jason…
Y luego sonó nuevamente la bocina del tren y este
comenzó a rodar, perezosamente.
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