Cuando lo vio llegar una
equívoca sensación de alegría y nervios le recorrió el cuerpo. Se mordió el
labio confirmando la certeza del dato que la había llevado hasta allí, a esa
hora de la noche y se dispuso a observar. Disimuló la ansiedad entre las páginas
de un libro grueso y unos papeles que comenzó a garabatear. Él pasó a su lado
con una carpeta y dos libros que había bajado de uno de los anaqueles en la
parte de historia. Lo miró sentarse y disponer los libros a un costado, hojear
el tomo más grande y sacar unas hojas de la carpeta. Abrió una cartuchera en
forma de sobre y extrajo algunas lapiceras de color y un lápiz negro. Cuando él
levantó la vista se encontró con la mirada de ella, le sonrió. Se ruborizó y
disimuló su vergüenza hundiéndose en la lectura. El se paró y fue en busca de
otros dos libros. No había nadie a esas horas en la biblioteca.
Heráclito de Éfeso Jorge Luís Borges Heráclito camina por la tarde De Éfeso. La tarde lo ha dejado, Sin que su voluntad lo decidiera, En el margen de un río silencioso Cuyo destino y cuyo nombre ignora, Hay un Jano de piedra y unos álamos. Se mira en el espejo fugitivo Y descubre y trabaja la sentencia Que las generaciones de los hombres No dejarán caer. Su voz declara: “Nadie baja dos veces a las aguas Del mismo río” . Se detiene. Siente Con el asombro de un horror sagrado Que él también es un río y una fuga. Quiere recuperar esa mañana Y su noche y la víspera. No puede. Repite la sentencia. La ve impresa En futuros y claros caracteres En una página de Burnet. Heráclito no sabe griego. Jano, Dios de las puertas, es un dios latino. Heráclito no tiene ayer ni ahora. Es un mero artificio que ha soñado Un hombre gris a orillas del Red Cedar, Un hombre que entreteje endecasílabos Para no pensar tanto en Buenos Aires Y en los rostro...
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