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Hibisco

El hombre camina días enteros entre los árboles y las piedras. Rara vez el ojo se detiene en una cosa, y es cuando la ha reconocido como el signo de otra: una huella en la arena indica el paso del tigre, un pantano anticipa una vena de agua, la flor del hibisco el fin del invierno.

 (Italo Calvino, Las ciudades invisibles)


La jornada ha dejado paso al silencio cálido del refugio en donde los restos de carbón aún desprenden el perfume de los inciensos matinales. El hombre deja a un lado las pieles sanguinolentas de caribú junto a sus herramientas, algunas piedras talladas que usa de cuchillo y raspadores varios. Se acerca al fogón apagado y siente la tibieza del fuego extinto. Lo siente en la piel y en sus vellos que se erizan. Lo siente en su nariz, donde se dilatan las narinas y huelen la presencia animal de su compañera. Cierra los ojos de pie frente al rescoldo y distingue el olor de su hembra entre capas sutiles de incienso, pastos y tierra. Sabe que está allí, en algún lugar del refugio y la busca a ciegas porque de pronto descubrió que le gusta así, andar con los ojos cerrados y guiarse por el olfato y la temperatura. Ausencia o aumento de calor en la penumbra del refugio. Crujen algunas ramas bajos sus pies y tropieza un par de veces. Escucha entonces unas risas ahogadas y sonríe simiesco en el centro de la noche. Porque es invierno y ha oscurecido en esa parte del mundo. De afuera le llegan algunos aullidos aislados mezclados con pequeños arroyos de aire frío. Se estremece y sobresalta cuando siente a sus espaldas encenderse el fuego y al girar se encuentra con la presencia animal de su compañera que se le viene encima.


Le gusta el agua que recorre su cuerpo, desde los brazos a la entrepierna, lo siente en la punta de la lengua y en la nariz que saben complementarse. Sabe que volverán a moverse y en cuestión de segundos la presión de los dedos de ella son más fuertes. Pausados en un comienzo y luego se agitarán hasta sentir las uñas en el pecho, hundiéndose hasta la humedad de la sangre… Cierra los ojos y siente que su cuerpo se expande y que hay otro fuego que crece en su interior con la vehemencia de la hembra que está encimo suyo y teme por un momento que vayan a quemarse. Respira, se agita, se asusta y trata de contenerse y no puede porque el fuego crece, lo invade y se abandona feliz.   

     

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