El hombre se
sentó como de costumbre frente a su ordenador que iluminaba parte del cuarto y
una pregunta enfrentó a sus ojos ¿qué
estás pensando? decía la entrada de su facebook.
¿Qué
estoy pensando? murmuró y se echó sobre el respaldo de su
silla mientras le daba un sorbo a la taza de café que había terminado de
preparar. Por la ventana de su pequeña casa se veía declinar la tarde de un
tibio otoño. Las hojas caían de los árboles amontonándose para delicia de los
chicos que las hacían crepitar bajo sus pies. Bebió un par de veces de la taza
y trató de ordenar la cantidad abrumadora de imágenes e ideas que había disparado la pregunta.
…Por
qué tengo que sufrir tanto… y sintió cada sílaba de la oración pronunciada
punzando su pecho. Se avergonzó enseguida. Le parecía estúpido pensar eso
comparado con el estado del mundo. Pensó que era una estupidez, un estado de adolescencia
tardía… sufrir tanto murmuró otra
vez. Se levantó y caminó por su casa. Miró las paredes cubiertas de libros,
paseó la mirada por sus lomos y recordó momentos, personas… lugares. Tomó de
uno de los estantes algunos objetos que acumuló con el paso de los años. Una
pequeña piña y un pedazo de madera de algarrobo. Se los llevó a la nariz y
luego de un instante los dejó otra vez en su lugar. Una bolsa con hojas de coca
y un bulón apenas oxidado. Cada objeto
tiene un por qué, un pasado que sólo me pertenecen… Por qué duele tanto… el día
que yo no esté, salvo los libros, todos estos objetos perderán densidad y serán
tan solo deshechos a tirar.
Buscó en los estantes paseando sus dedos por los
diversos lomos, hasta que la atención se posó en uno. Leyó un poema de Cavafis que
le recordó una mujer, el vientre moreno de una mujer, sus piernas y sus formas
del amor; la humedad de sus labios, una voz. Recordó una calle empedrada, un
pasaje y un disco…
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