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A propósito de "Las recónditas ganas de quedarme aquí..." Por Alan E. Storino

El compás es la entidad métrica musical compuesta por varias unidades de tiempo (como la negra o la corchea) que se organizan en grupos, en los que se da una contraposición entre partes acentuadas y átonas1. 

“Las recónditas ganas de quedarme aquí, nomás” es una obra escrita por Carlos Ricciardelli, escritor, maestro, profesor, padre de tres hijos, socialista, quemero, porteño,  muchacho de letras, historiografía y demás compases (o unidades de tiempo) que la contingencia  de vivir -o no morir según Derrida-  le va deparando a lo largo de su  existencia.  

Página siete. Comienzo del viaje. Página en blanco y letra grandilocuente.  El autor juega con las ansiedades y arroja la primera piedra provocando estéticamente al potencial lector progresista (¿ergo ateo y pagano?) con una cita de Jesúcristo. “Ahora, en cambio, el que tenga dinero que lo traiga, y también provisiones, y el que no tenga espada, que venda su abrigo y se compre una” 

Primer relato: El desvío 
“Turbio fondeadero donde van a recalar  Barcos que en el muelle para siempre han de quedar,  Sombras que se alargan en la noche del dolor...  Náufragos del mundo que han perdido el corazón...”  
Niebla del Riachuelo (1937) . Enrique Cadícamo. 

El relato empieza limpio. Primero párrafos de oraciones breves cortadas por algunos signos de puntuación que marcan las pausas como lo hacía el fuelle del bandoneón de Troilo tocando una pieza de Manzi (que nobleza obliga, también era de Huracán…). Los compases en este caso no se dedican a una rea percanta sino al derrotero de un fatigado hombre  perteneciente al argot de la clase superviviente… 

Las oraciones avanzan. Los guiños para con el Sur de la ciudad también (vieja tornería de Soldati, Riachuelo y los viejos frigoríficos). Entonces entrando en trance con la descripción de las burbujas del Riachuelo el texto (limpio) se mancha. Aparece la Inés. Aparece Juan. Aparece el hecho trágico. Aparece el salvador (pagano). Aparecen los cadáveres flotando. Aparece la suciedad. Aparece la tentación del lector –siempre preparado para la interpelación-: ¿Aparece lo parecido a Bukowski?. Aparece la respuesta:  No.  

Carlos te engaña. Con la pulsión del enganche simula giros del realismo sucio de Fante, Palahniuk o Carver. Escondiendo el uso del adverbio y la adjetivación hace que el contexto (la ribera del sur
de la Ciudad) sea lo más determinante en el sentido profundo de la obra y no el devenir de las personas físicas. El filósofo racionalista Baruch Spinoza decía que "no había ni que reír, ni llorar, sino comprender" . Carlos, comprometido con el contexto  hace que el personaje principal no sea el “viejo”, ni la “Inés”, ni el “Juan”.  

 El autor encuentra su estilo (impronta) partiendo del juego dialectico de apego y desapego a la obra de Bukowski. Juega  con ser el Calamaro de Bob Dylan (o el Juanse de Jagger)  pero se desmarca y –a diferencia del autor alemán, luego estadounidense- se compromete. 
El realismo sucio no se ensucia. No se compromete  otorgándole a la coyuntura el traje de primera vedette. Carlos sí. Carlos no ríe festejando las gambetas a la muerte de sus personajes. Carlos no llora ni  se retuerce hacía los porqué de las contradicciones. Las exhibe. Las comprende.  

Segundo relato: El río 
ποταμοῖς τοῖς αὐτοῖς ἐμβαίνομεν τε καὶ οὐκ ἐμβαίνομεν, εἶμεν τε καὶ οὐκ εἶμεν τε. 
En los mismos ríos entramos y no entramos, [pues] somos y no somos [los mismos].  
Heráclito en Diels-Kranz, Fragmente der Vorsokratiker 2 

Vuelve el Padre Nuestro. Ya no cómo disparador al comienzo, sino que va y vuelve a lo largo del relato, como telón de pequeños micro relatos que componen al entramado argumental. Aparece Juana (¿homenaje a Sor Juana Inés de la Cruz?).  Luego de la finta dogmática, Carlos describe con prosa “periodística” prolija y adjetiva cada una de las imágenes que construyen la totalidad del paisaje. Su texto se asemeja a un río quieto y tranquilo donde algunas palabras seleccionadas al mejor estilo (la verdad en lo sencillo)  conforman (por ahora) un imaginario literario personificado en un  oleaje manso y sereno que transmite serenidad.  

La historia llega limpia y mansa hasta que  se encauza en un derrotero de “dedos flacos de pies que se hunden en el lodo” y se enumera la tragedia natural de la inundación.  De pronto la historia se inunda. Se inunda de tragedia y de conmoción. Porque  tanto el bien como el mal (lo tranquilo y la compulsión) tienen un lugar necesario en el Todo y si no hubiera un constante juego entre los contrastes, el mundo dejaría de existir decía Heráclito. Algunos buenos muchachos cómo Kant, Hegel (ver algunas  de sus obras cómo la “Fenomenología del espíritu”4) y Carlos Marx muchos  años después le darían la razón  al de Éfeso con sus propuestas dialécticas (diferentes entre sí, se aclara).  
                                                           

Seguramente el escritor (Carlos) no haya querido construir una trama argumental “dialéctica” cómo el juego filo-literario que propone quién escribe esta reseña. Pero si el río de la historia fluye e inunda. ¿Por qué un relato perdido entre los cauces de un libro de cuentos no puede permitirse  llamar e interpelar una consecuente reflexión filosófica? Al menos según mi propia subjetividad, Carlos quizás sin querer lo logra. Su texto inunda de filosofía su propio marco literario… ¿y si logramos que todas nuestras acciones se inunden de la pregunta filosófica necesaria del por qué?    

 1 Grabner, Hermann: Teoría general de la música. Barcelona: Akal, 2001 2 Cita musical seleccionada por el redactor de la reseña 

2 Cita seleccionada por el autor de la reseña 4 Phänomenologie des Geistes, Bamberg, 1807 


Tu amigo,  Alan Exequiel 

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