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Manuel Ugarte, a modo de homenaje

Hace poco, por obra del azar y de algo parecido al aburrimiento, me puse a acomodar papeles y libros que había usado para un antiguo trabajo. La tarea me atrapó por completo y me detuve en detalles, marcas y subrayados  y –siempre sucede lo mismo- no pude terminar lo iniciado. La suerte me llevó a encontrar un libro de Manuel Ugarte. 

En el prefacio a Mi campaña Hispanoamericana (1922) hallé una magnífica clase sobre el quehacer de la diplomacia internacional. En aquellos años –primera década del siglo XX- la elite por entonces gobernante y sus órganos de difusión sostenían –como hoy, como siempre- la imposibilidad e inconveniencia de malquistarse con los EEUU. Entonces, en el prefacio Manuel Ugarte explica, les explica a los doctos liberales, “lo que precisamente caracteriza la acción diplomática es la posibilidad de disentir sin chocar y de obtener ventajas o disminuir las del adversario sin utilizar un gramo de pólvora, manejando la sutileza, el razonamiento, el interés o movilizando las fuerzas extrañas que gravitan sobre cada asunto y puedan contribuir a esclarecerlo.(…) el encogimiento y la sumisión equivalen a renunciar y entregarse. 
Un pueblo puede ser inferior a otro en superficie, población y eficacia militar; pero esto no constituye un juicio de Dios que le obligue a inclinarse en todo momento…”  Ugarte explica una y otra vez en toda su campaña latinoamericana que la causa de la debilidad de América Latina se debe no solo a las ambiciones del imperialismo, sino a la constante desunión de nuestras pequeñas patrias debido al egoísmo y a las rivalidades insensatas de las pequeñas oligarquías regionales. Oligarquías locales que con tal de ganarse el favor de Inglaterra primero y de los EEUU después son capaces de hambrear a las mayorías nacionales y armarse para enfrentar a sus hermanos[1]. Oligarquías locales, intermediarias parásitas de la producción primaria extraída del trabajo del pueblo y las metrópolis industriales.

Y mientras Ugarte batallaba pregonando la unidad, la creación de una Confederación de Naciones,  gastándose la vida y su pequeña fortuna, ¿qué hacían las elites, las oligarquías “nacionales” de cada patria? Llenaban las bancas extranjeras con la renta agraria y una suma nada despreciable la dilapidaban en largas vacaciones por Europa. Aún ruborizan las descripciones de “los ricos argentinos” en Paris que aparecieron en tantísimas crónicas de la época. 
Imperdible son las descripciones (y toda la novela) que hace Ferdinad Celine en Viaje al fin de la noche. Y, mientras los patrones se daban la gran vida, sus escribientes profesionales al servicio de sus diarios, editoriales y universidades condenaban las ideas y los libros de Manuel Ugarte al silencio.

El próximo 27 de febrero se cumplen 140 años de su nacimiento.
Por la unión de la América Hispana, Manuel Ugarte ¡Salud!  







[1] José Hernández puso en boca de su gaucho Martin Fierro aquellos versos que aún hoy son reserva del saber popular: Los hermanos sean unidos / porque esa es la ley primera;/ tengan unión verdadera / en cualquier tiempo que sea, / porque si entre ellos pelean / los devoran los de ajuera. 

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