Diciembre había llegado como todos los años: deseado
hasta el colmo de la espera. Y una vez allí, los días se escapaban como el agua
entre los dedos. Era nuevamente frustrante. Los cierres obligados e
impostergables lo llevaban a trabajar más tiempo y con renovada presión. El
calendario engañaba con sus feriados y anuncios de fiestas y prontas
vacaciones. Siempre se dijo, diciembre
es para disfrutar esperando los brindis con amigos y las fiestas. Pero,
otra vez, los cierres aprietan y no se puede pensar en diciembre ni en días
calmos. Todo es, nuevamente tan vertiginoso como siempre.
Diciembre es una utopía, un fracaso más, piensa y da otra vuelta
más en su desvelo.
Entonces Martín se detiene en medio de la noche,
salpicado de luces navideñas que entran por la ventana abierta.
Martín se levanta de la cama porque la botella de
agua que tiene a su derecha, en el piso, está vacía y no aguanta la sed. Se
sienta buscando el reloj y gira, y la ve. Malena duerme a su lado, el pelo
revuelto le cubre los hombros y marcan el destino de un tatuaje al final de la
espalda. Martín sonríe y corre las sábanas. Ella se mueve, cambia de posición.
Ahora la ve de frente. Tiene uno de los brazos tendido hacia atrás y Martín se
detiene sobre la sombra del vello en su axila. Tira de las sabanas y deja sus
tetas al descubierto, los pezones se yerguen puntiagudos, oscuros. Martín los
besa con la punta de su lengua y ella se mueve. Ahora las sábanas han dejado
espacio sobre su vientre y se ve el ombligo, pequeño, perfecto.
Martín sonríe, piensa en la Navidad, en Papá Noel y
baja en busca de un vaso de agua.
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