Recuerdo, pequeño ratoncito de biblioteca, aquella
tarde de invierno en donde te sorprendí hundiendo tu linda naricita entre las páginas ilustrada de un viejo Quijote. No leías con devoción –aunque lo hacías
a menudo- no; te tomabas toda la merca que había traído para nosotros. Sí,
ratoncito mío, toda. Y el problema, no fue justamente que no te hayas acordado de mí, sino que mientras entraba al
cuarto con una botella de vino y te encontraba tan ensimismado en la tarea,
detrás de ti se paseaba la putita de Angelina completamente desnuda...
¿Nunca una novia, nunca una amiga? dijo Don Braulio con una sonrisa. Siempre solo… No es bueno trabajar tanto, continuó ante el silencio de Tadeo que no supo que responder. El joven estaba incómodo y sorprendido. El viejo percibió el malestar, la incomodidad que había generado y cambió de tema. Espéreme un minuto. No se vaya que le compré algo le dijo palmeándole el hombro. Tadeo sonrió y metió las manos en los bolsillos del pantalón. Esperó. Acá le traje. No es mucho pero bueno, es por la paciencia que me tiene. No es nada, Don. No se preocupe, agradeció Tadeo y se despidió con otra sonrisa. Tadeo no hablaba mucho. Apenas saludaba a los vecinos y parecía siempre ensimismado. No sabíamos mucho de él: salía temprano, antes del amanecer y regresaba pasado el mediodía. Algunas tardes lo vimos salir a hacer las compras. Con el único que se paraba a conversar era con el viejo de la esquina y luego, enseguida a su casa. Cuando llegó el sábado, alrededor del mediodía, el calor era in
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