La parálisis izquierda me recorre parte del cuerpo;
desde la cara hasta el brazo. Por momentos es un hormigueo irritante y otras
tantas, como un calambre frío. No puedo matear. Parezco un idiota chorreándome
y ando por hábito, por costumbre con el mate de un lado a otro, cambiando la
yerba, calentando el agua. Intento
tomar. Tampoco puedo fumar. Pero eso es otra cosa, porque ando con el cigarro
en la mano, lo enciendo y miro como el humo crece despacio. Es otra cosa.
Llegamos a Goya luego de ir subiendo por el Uruguay
intentando cruzar para el Brasil. Como la suerte se había vuelto esquiva nos
internamos hacia el este buscando cierta calma, guarecernos de la tormenta que
habíamos desatado. En eso estábamos cuando el accidente me tumbó del árbol. Desperté
un par de horas más tarde sin comprender que había pasado. Me encontraba en una salita de hospital con
una enfermera que no dejaba de preguntarme cómo me sentía.
Así estuve un par de días hasta que decidimos que no
podía seguir en el hospital y mis compañeros me trajeron acá, en las afueras de
Goya. A esperar.
Ahora estoy solo. Hace tres días… ¿tres? Que estoy
solo. Algunos papeles, lapiceras, el mate… Comida, un par de libros que
trajeron del pueblo y una pistola corta.
Las horas van creciendo con lentitud
y de manera implacable. Se estiran como los caracoles que entraron por
el agujero del techo y bajan despacio todos los días un poco más. Yo los miro
desde acá. Trato de moverme, ejercito con el brazo derecho. Muevo el hombro,
empuño la pistola y juego que reviento los caracoles a tiros. Camino. Camino en
círculos con la pistola en la cintura y el mate en la mano derecha. Camino
hasta quedar rendido y cuando el calor se hace insoportable me tiro en el catre
a escuchar las voces del vecindario. Cuando cae el sol las mujeres se juntan y
no paran de hablar, de reír, mientras los críos corren y trepan a los árboles.
Yo no los veo, los escucho desde mi rancho. Escucho y trato de descifrar las
palabras, sonrío ante mis éxitos y la picardía femenina. Me dejo llevar por esas
voces de selva, de perfumes de agua
hasta quedar dormido y soñar, soñarme en la tierra sin mal.
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