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El gran hermano...


Salió del ascensor hundido en el tiempo de sus pensamientos; y recién regresó al presente cuando un guardia le pidió la credencial para poder ingresar. Se frenó adusto y tardó una fracción de segundo en comprender. Luego pidió disculpas mostrando el permiso y relajó las facciones del rostro. Al atravesar la línea de seguridad –le habían acercado un detector de metales y escaneado la mochila- se encontró de pronto con una pequeña sala ovoidal de la cual salían tres  angostos pasillos. No recordó por qué estaba ahí. Una vaga sensación de incomodidad comenzó a recorrerle el cuerpo. Respiró un par de veces buscando relajarse y antes que decidiera el camino a seguir, una mujer vino a su encuentro desde uno de los extremos.

Buen día, sonrió la muchacha, lo estábamos esperando.

Buen día, respondió él y permaneció en silencio tratando de reconocer a esa mujer que le sonreía con familiaridad.

Sígame, vamos a la oficina central. ¿Cómo lo trató la tormenta? Porque ha dificultado la llegada de varios invitados del exterior.

Caminaron por el pasillo central unos cuantos metros atravesando dos nuevos controles. Al cabo de un rato habían llegado. Pase y póngase cómodo. Pronto podremos empezar.

Martín dio unos pasos y quedó en el centro de una amplia biblioteca. Escuchó a sus espaldas el golpe de la puerta al cerrarse y, ya solo, caminó hacia la mesa  de madera oscura que tenía enfrente. Sobre ella unos cuantos papeles escritos en otro idioma. Desconocido. Los hojeó y los dejó a un lado. Luego caminó despacio bordeando la mesa y leyendo el lomo de los volúmenes que se encontraban llenando los anaqueles. Insurgencia y contrainsurgencia latinoamericana, El camino de la vida, Operaciones en la clandestinidad, Defensa interna y política, El peligro del comunismo, El mercader de Venecia, El problema de las ideologías… Volvió a los papeles y trató de leer ¿latín? De pronto descubrió en una de las hojas su nombre. Sintió un escalofrío recorriéndole el cuerpo. Se llevó las manos  hacia la cara, escondiendo la nariz y parte de su boca entre ellas. Luego las bajó lentamente como si estuviera por rezar. Volvió a mirar las hojas y las palabras de un lenguaje desconocido parecían agruparse en torno a su nombre. Dos, tres veces aparecía Martín Rilli y algunas cifras desconocidas se sucedían de forma desordenada. No eran fechas. No supo si eran claves.

Estuvo un rato, no supo cuanto, dando vueltas y revisando los papeles.  Cuando el cansancio comenzó a morderle las piernas descubrió la ausencia de sillas. Buscó en el pantalón su celular y recordó que el primer guarda se lo había retenido a cambio de un número. Se sentó en el piso y esperó.

Esperó.

Reconoció el paso del tiempo porque se encendieron las luces. Al cabo de unos minutos, por debajo de la puerta le deslizaron un sobre de papel madera, tamaño oficio. Contenía otro juego de hojas como las que estaba en la mesa y otro sobre más chico con fotos. Abrió el sobre y un delgado mazo de fotos se deslizó de sus manos al suelo. Enseguida controló la sorpresa y comenzó a mirarlas. Una extraña sensación de disgusto lo embargó por completo cuando reconoció los fragmentos fotografiados de su vida. Fotos que nunca antes había visto; ni sabía que le habían tomado. Retratos escolares –robados de mi casa, pensó- con otras totalmente desconocidas. Como si alguien lo hubiera estado siguiendo desde su adolescencia hasta… ¡hasta la semana pasada! Cuando salía de un hotel alojamiento con la chica del colectivo… Fotos, fotos, toda su vida en fotos…

Se paró y desparramó las fotos sobre la mesa. Eran muchas, más de las que había imaginado.  Comenzó a ordenarlas y tuvo la idea de buscar en los papeles las cifras…

Mamá y papá. Hermanos, 7-9-1979.

Egreso y viaje a Córdoba, 13 años. 1985

1986, Normal 5, centro de estudiantes

1987, 1988, novias, amigas

Bariloche

Ingreso a la universidad, primera y segunda mujer

Militancia social, política. Tercera mujer, hijos

Poco a poco y con nerviosismo creciente fue armando el rompecabezas de su vida y sin embargo no entendía. No entendía por qué estaba ahí y quiénes lo habían llevado. ¿Cómo lo convencieron de ir?

Entraron dos hombres y le dejaron una bandeja con un sándwich y una botella de agua. No respondieron cuando les habló, cuando les preguntó quiénes eran. Se negó a comer pero el agua apenas alcanzó a saciar su sed. Siguió ordenando fechas, lugares y hechos. Por momentos sintió vergüenza. Por momentos bronca.
Finalmente lo venció el cansancio y volvió a sentarse en el piso. se recostó contra una de las paredes cubierta de libros.


Martin… Martin… despierte…

Sintió una caricia en la nuca, otra sobre la frente. Comenzó a sentirse mejor… Despierte Martin. Bien, así… Tome esto, y coma. La mujer, la misma de la entrada, le acercó un vaso de agua y un sándwich de miga. Cuando esté en su casa, coma y descanse.

Martín se puso de pie e intentó volver sobre los papeles y las fotos que habían quedado desordenados. Vamos Martín, vamos. Deje eso en la mesa, no hay problema, déjelo. Yo me encargo luego.

Vamos, insistió la mujer.

Caminaron unos metros hasta una puerta metálica. Allí la mujer le devolvió su celular y se despidió.

Descanse, alcanzó a escuchar cuando se metía en el ascensor.

Segundos después llegó hasta la calle y se mezcló entre las gentes que iban y venían sin cesar.  

 

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