Obra de Martin Di Girolamo
Sí, se
llamaba Agustina, y a él le gustó recordar el mediodía en el que se cruzaron en
el colectivo. Le gustó recordar su sonrisa y el desenfado con el que se movía y
preguntaba al chofer por la dirección de un hospital. Habían cruzado las miradas
unos cuantos segundos cuando él acercó la tarjeta a la máquina de boletos.
Había gente en el colectivo y entonces tuvo que pasar cerca, muy cerca,
mirándola. Ella mantuvo la vista. Después, él se sentó y la contempló
abiertamente durante un par de cuadras. Ella, de a ratos, hasta que encontró un
asiento y se puso a leer un libro de cuentos, Cortázar. A él, eso le encantó.
El
colectivo fue vaciándose y cuando estaban cerca de la parada de él, el
colectivero le avisó a ella que allí debía bajarse. Bajaron juntos y mientras
esperaban que el colectivo terminara de pasar, él le preguntó a dónde iba.
Al hospital, respondió quitándose los lentes.
Te acompaño si querés, vivo acá
nomás…
Bueno.
Agustina,
se llamaba. Y le gustó recordar su sonrisa y las estrellitas que besó en su
vientre.
Sos un zarpado, le dijo y jugó a correrle la cabeza
de su panza tomándolo del pelo con suavidad. Reía.
Estaban en
la plaza un mediodía de sol. Ella con sus lentes y recostada en el pasto. La
remera corta, la panza al aire y su sonrisa. Él, con su bolso y sus papeles,
agradeciendo en silencio la sorpresa y su desenfado. La besó en la boca y
volvió a su ombligo, a las estrellas.
Tengo otro acá, fijate, dijo y se desabrochó el botón del
jeans. Se bajó unos centímetros el pantalón y el elástico rojo de la bombacha
para mostrar las plumas de un colibrí. ¿Ves?
Sigue un poquito más…
Después…
después hubo sueños y libido. Sensaciones raras, agua y tierra colorada.
Leerte un placer...siempre...
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