Los
godos están cerca, y aún no vamos a enfrentarlos. Nos vamos, pero no
encontrarán nada a su paso.
En agosto, una interminable masa de familias de
campesinos y pastores entraban a Tucumán bajo las órdenes y la custodia del
Ejercito del Norte. Harapientos y agotados cuerpos llegaron con lo poco que
habían podido salvar, algunas mulas y aguayos cargados de charque, galletas y
vino. El pueblo entero abrazó la causa revolucionaria y con paciencia ancestral
aguardó el momento oportuno.
Pocas semanas después los realistas avanzaron sobre
Tucumán y a pesar de las órdenes del Triunvirato, la desobediencia de Belgrano
y su pueblo, lograron la victoria del 24 de septiembre de 1812. Hoy, una de las
principales calles de la ciudad de San Miguel lleva su nombre.
Sin embargo, el motivo de estas palabras es otro. A
las apuradas y entre copas, podríamos titular este pequeño relato como Belgrano, el primer marxista. ¿Por qué,
semejante osadía?
Por aquellas palabras pensadas y publicadas en 1813.
¿Cincuenta, cuarenta años antes del Manifiesto Comunista? Manuel Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano
escribió y publicó en la Gaceta:
“Se
han elevado entre los hombres dos clases muy distintas; la una dispone de los
frutos de la tierra, la otra es llamada solamente a ayudar por su trabajo en la
reproducción anual de estos frutos y riquezas o a desplegar su industria para
ofrecer a los propietarios comodidades y objetos de lujo en cambio de lo que
les sobra. (…) Existe una lucha continua entre diversos contratantes: pero como
ellos no son de una fuerza igual, los unos se someten invariablemente a las
leyes impuestas por los otros.”
A doscientos años de aquella gesta dolorosa y heroica
la figura de Manuel Belgrano se agranda a cada paso que damos como pueblo, como
sociedad. Esas palabras, tan claras y expresas no dejan dudas, a la liberación
nacional le sigue, indefectiblemente la liberación social de los oprimidos.
Porque estos últimos son la única garantía de éxito de la primera.
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