Ir al contenido principal

Palabras maestras: Noticias (1)

Por Vicente Battista

Hace algunos años en la Feria del Libro me tocó integrar una mesa redonda en la que se discutía la libertad de prensa. En esa oportunidad señalé que los organizadores de la mesa se habían equivocado a la hora de convocar a los participantes. Dije que en lugar de invitar a distintos periodistas que trabajábamos en diferentes medios, tendrían que haber invitado a los propietarios de esos medios, ya que eran ellos quienes realmente digitaban la libertad de prensa. Sigo pensando lo mismo.
León Bloy era poco gentil con el periodismo, lo llamaba: “el mingitorio de la literatura”. Ernesto Sabato, que tiene algunos puntos de coincidencia con el escritor francés, aconsejaba a los jóvenes escritores que trabajaran en una ferretería antes que en la redacción de un diario. Acerca del juicio de Bloy no vale la pena decir nada: está invalidado desde su propia enunciación. En cuanto al consejo de Sabato, casi todos los grandes autores alguna vez ejercieron como periodistas. Esa práctica no afectó su escritura, hasta puede decirse que contribuyó a mejorarla. No creo que la venta de tornillos y papel de lija perfeccione la prosa de nadie.
El “Yo Acuso”, de Emile Zola, publicado el 13 de enero de 1898 en la primera plana de L’Aurore, probó la inocencia del capitán Alfred Dreyfus. La investigación del escándalo Watergate, realizada por Carl Bernstein y Bob Woodward en el Washington Post provocó la renuncia del presidente del país más poderoso de la Tierra. Uno y otro caso se citan con republicano entusiasmo toda vez que se habla de periodismo independiente. ¿Independiente? Zola intentó publicar su célebre carta en Le Figaro, pero ese diario se negó a hacerlo, simplemente porque no adhería a la línea política que esa carta sustentaba. ¿El Washington Post hubiese publicado esa investigación en caso de haber mantenido relaciones cordiales con la administración Nixon?
La revista Noticias convocó a un jurado de notables, entre quienes estaban Nelson Castro, Magdalena Ruiz Guiñazú, Marcos Aguinis, Jorge Lanata, Beatriz Sarlo, Alfredo Leuco y Joaquín Morales Solá, para decidir cuál era el peor y cuál el mejor periodista del año. Como mejor eligieron a Joaquín Morales Solá (¿él se habrá abstenido?) y como peor a Orlando Barone. El resultado no sorprende: los periodistas que integraban el jurado son opositores al actual gobierno y Barone, bien se sabe, lo apoya abiertamente. Tampoco debería sorprender que los miembros de ese magno jurado compartan la doctrina de los medios para los que trabajan, cada cual es dueño de profesar la ideología que mejor le plazca o más le convenga. Lo que no me parece correcto es que se autoproclamen “independientes”. Cada vez que les oigo mencionar esa palabra, fatalmente recuerdo aquella vieja publicidad de RCA Victor: el perrito frente a la victrola atento a la voz de su amo.
El 16 de octubre de 2009 un grupo de manifestantes en Jujuy arrojó huevos sobre la figura del senador radical Gerardo Morales. Como consecuencia de ese hecho repudiable, Morales visitó distintos programas de TV y en todos ellos denunció a Milagro Sala como autora intelectual del atentado. Con el fin de reforzar su denuncia acusó a Milagro Sala de pegar a las mujeres, de practicar tiro al blanco y de contar con un ejército armado de cerca de 500 personas. No presentó una sola prueba de esas imputaciones. El mejor periodista del año obvió pedirle alguna evidencia de lo que el senador afirmara. Se limitó a poner cara de asombro y a farfullar alguna frase ininteligible de indignación. Los otros periodistas independientes que también lo entrevistaron repitieron el gesto. Ninguno de ellos cumplió con una norma básica de la profesión: preguntar, aunque esa pregunta incomode.
Hace un par de domingos, Néstor Kirchner fue el invitado especial de 678. Un programa de indudable apoyo al Gobierno, que entre otras cosas neutraliza, con buen humor, los ataques que formula la llamada corporación mediática. El conflicto Redrado era la noticia del día, en consecuencia uno de los panelistas le preguntó por qué lo habían puesto al frente del Banco Central siendo, como era, un Golden Boy, integrante del Grupo Chicago. Kirchner, rápido de reflejos, dijo que en aquella oportunidad no les quedó sino mover esa ficha, con el fin de no alarmar más de la cuenta a los grupos económicos; incluso hizo una broma: “¡No podíamos poner a Kunkel!”. Me reí del chiste y aguardé la lógica siguiente pregunta: “¿Por la misma razón ahora piensan nombrar a Mario Blejer, también hombre del Grupo Chicago y ex funcionario del FMI?”. Esa pregunta jamás se hizo. No es saludable copiar los gestos de la corporación mediática.
El 27 de mayo de 1957 Rodolfo Walsh publicó en el semanario Mayoría la primera entrega de lo que iba a ser Operación Masacre. Una junta militar gobernaba el país y Walsh se disponía a denunciar los fusilamientos de civiles ordenados por quienes presidían esa junta: el general Aramburu y el almirante Rojas. Los grandes medios guardaban respetuoso silencio: ser opositor se podía pagar con la vida. El texto de Walsh, además de fundar un subgénero literario, se iba a constituir en una muestra cabal de genuino periodismo. Los tiempos son distintos, lo sé, y lejos estoy de hacer comparaciones, pero me atrevería a asegurar que un jurado de notables “independientes” de aquella época no hubiera vacilado en nombrar a Rodolfo Walsh el peor periodista del año.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Tiempos de perros

¿Nunca una novia, nunca una amiga? dijo Don Braulio con una sonrisa. Siempre solo… No es bueno trabajar tanto, continuó ante el silencio de Tadeo que no supo que responder. El joven estaba incómodo y sorprendido. El viejo percibió el malestar, la incomodidad que había generado y cambió de tema. Espéreme un minuto. No se vaya que le compré algo le dijo palmeándole el hombro. Tadeo sonrió y metió las manos en los bolsillos del pantalón. Esperó. Acá le traje. No es mucho pero bueno, es por la paciencia que me tiene. No es nada, Don. No se preocupe, agradeció Tadeo y se despidió con otra sonrisa. Tadeo no hablaba mucho. Apenas saludaba a los vecinos y parecía siempre ensimismado. No sabíamos mucho de él: salía temprano, antes del amanecer y regresaba pasado el mediodía. Algunas tardes lo vimos salir a hacer las compras. Con el único que se paraba a conversar era con el viejo de la esquina y luego, enseguida a su casa. Cuando llegó el sábado, alrededor del mediodía, el calor era in

"No me interesa el arte o la literatura para pocos" // entrevista del suple Fractura de la Agencia Paco Urondo.

Carlos A. Ricciardelli nació en la ciudad de Buenos Aires en 1973. Es docente y autor de varios libros de ficción, entre ellos:  Piedras contra un vidrio  (1998),  Las recónditas ganas de quedarme aquí  (2014),  Fiebre  (2020) y la antología de relatos prehistóricos  El quinto elemento  ( 2 016). Su último libro de relatos es  Rabia  (2022), de la colección Tinieblas de  Clara Beter ediciones .  Rabia  tiene 11 relatos breves y crueles con escenarios en la periferia de la ciudad: los alrededores del Riachuelo, los conventillos, el barrio de Pompeya, los pasillos de la villa, las canchitas. También hay un pueblo del norte en la montaña y la ciudad de Goya, en Corrientes, a orillas del Paraná. Los personajes en su mayoría viven en la marginalidad y hay uno recurrente, Martín Rilli, que también aparecía en el libro  Fiebre . El clima es muchas veces opresivo dado por las escenas de violencia, en esa “ciudad infernal de cuerpos dolidos”. Las imágenes y lo sensorial impregnan textos como “O

La mujer del gato

El siguiente texto pertenece al libro Las recónditas ganas de quedarme aquí...   publicado por Publicaciones del sur en 2014. Es, uno de los cuentos más viejos que escribí. Su origen data de fines del siglo pasado, invierno de 1999.   La mujer del gato Un llamado; apenas unas pocas y certeras palabras alcanzaron para derribar la frágil seguridad construida en los últimos meses. No respondió, no pudo, y tampoco la dejaron. Las filosas palabras fueron penetrando una tras otra, con lentitud y calma, hasta devorarla de miedo. No esperó a las primeras luces. La historia volvía, otra vez, al punto de partida, como si fuese un infinito disco rayado. De sus pertenencias –algunas pocas ropas y un par de libros robados a lo largo de su pequeña vida– agarró sólo un bolso y el gato. Un viejo animal que llamó Edgardo y rescató de los siempre crueles juegos infantiles. Dejó el hotel en silencio, y algo de plata sobre la cama. Encendió su primer cigarrillo en semanas y llenó sus p