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Para Onetti, aunque ya no importe

por Carlos A. Ricciardelli



Ya van para quince años y aún recuerdo la tristeza de mi hermano al apoyar, sobre el mostrador del pequeño comercio, las páginas arrugas y mal dobladas de Crónica. Era otoño del siglo pasado, mayo de 1994. El cáncer liberal no dejaba de golpear y nos preparábamos para la Marcha Federal cuando nos enteramos de la muerte de Onetti, el viejo.
Es muy raro eso de querer a alguien que nunca se vio. A través del tiempo, de su humedad y espesura lo fui conociendo por sus palabras, en la sinceridad profunda de su ficción, adentrándome en su respiración, en sus frases de insondable tristeza y soledad. La honestidad intelectual es brutal y descarnada, no hay impostura posible. Cada cuento o novela de Onetti es una dolorosa travesía por el alma humana. Lejos de la fama prostibularia de los medios y las sectas “académicas”, el viejo, construyó una de las obras literarias más profundas y originales del siglo XX.

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A los 21 años, luego de intentar viajar a la URSS para presenciar la creación del Socialismo y después de casarse con su prima, llega a Buenos Aires. Aquí, deambula por distintos hoteles de San Telmo buscando trabajo y, acuciado por el hambre pasan, junto con María, largas tardes acostados comiendo restos de pan. En 1933 el diario La Prensa publica su cuento Avenida de Mayo-Diagonal-Avenida de Mayo, luego escribirá y aparecerá –muchos años después- Tiempo de abrazar, novela inconclusa. Pero es en 1939 cuando su nombre empieza a ser reconocido, ya que publica su primer novela corta. El Pozo narra el comienzo literario de un hombre a punto de cumplir 40 años, “solo y en la mugre”. Eladio Linacero, nombre del protagonista, comienza sus memorias un mediodía de mucho calor sin saber que esta iniciando el cruce entre realismo y ficción. El pozo es una bisagra entre la literatura de características realistas que se venía produciendo y la nueva narrativa latinoamericana. Pero todavía faltaba algo, si El pozo es la ruptura, La vida breve -publicada en 1950- es la fundación de una nueva literatura no sólo en Onetti, sino en toda Latinoamérica. La sutileza para establecer el deslinde entre los varios mundos imaginarios, su juego de cajas chinas, la convierten en una novela experimental; sin dudas, en la piedra necesaria y fundamental para que pocos años después se produzca el “boom” latinoamericano.

Una de las características más importantes del nuevo ritmo novelesco –reconocía Luis Alberto Sánchez- consiste en que, (...), ha cancelado el indigenismo, y, por tanto, ha convertido en urbana la prédica rural; en mestiza, la onda indígena; en cosmopolita, el provincianismo; y ha impreso tono industrial a lo que hasta hace poco se reducía a drama agrario.[1]

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El objeto de la literatura de Onetti es la tensión en la búsqueda de algo que se desea profundamente y teme a la vez. Es en esa tensión, que se resuelve dialécticamente, en donde lo conocido en lo desconocido permite continuar esa búsqueda encendida y resignada; fatalmente condenada al fracaso en donde Onetti desarrolla su obra. Larsen sabe que no puede triunfar, que Santa María es un pueblo dominado por una falsa moral conservadora que hará naufragar todos sus proyectos. Pero igual insiste y fracasa.

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La obra de Onetti transcurre en la angustiosa ironía de lo indefinido. Sus personajes dibujan historias en la peligrosa geografía de un paisaje no del todo conocido por ellos y por el lector. Pero lo extraño, lo desconocido –lo otro- nunca llega al límite del peligro extremo. Su literatura habita un cruce de esferas de lo indescifrable, la falta de certeza esta presente en todo momento: Santa María, territorio en donde transcurren casi todas sus historias, es un espacio doblemente ambiguo. Por un lado hay una clara referencia a la Virgen María en un pueblo –como todos los pueblos- nada puro y casto, en donde Larsen decide fundar el prostíbulo perfecto. Además, como espacio geográfico, es indefinida su ubicación territorial, ya que nunca se sabe en que margen del Río de la Plata se encuentra.
No solo el espacio geográfico es ganado por la ambigüedad, también sus personajes se transforman en un devenir constante, en La vida breve Brausen deviene en Arce escapando de Buenos Aires a Santa María y luego terminará endiosado en forma de monumento ecuestre en alguna plaza del pueblo que nació de su mente. Larsen será, alternativamente y a lo largo de la obra, Junta, Juntacadáveres y Carreño.

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Onetti marca claramente los lugares del deseo, aquello que señala como un bien que desea poseer. Las mujeres codiciadas son aquellas jovencitas que no han abandonado la adolescencia, siendo ésta el lugar de lo potencial. El tiempo del adolescente es el futuro, el espacio de lo posible; el pasado no existe aún y el presente sólo tiene su sentido en el futuro que proyecta. Sabe que la vejez es el fracaso y también, inevitable. Sin embargo, no todo es tan claro ni puro. Virginia, la joven que desvela a Jasón en Tiempo de abrazar tiene rasgos masculinos y, llega a preguntarle a Jasón si esto le gusta. Virginia dirá a la orilla de una plataforma de tren: - Bueno, ¿te gusta sentirme un muchacho?. A lo que el protagonista responde: - Me gusta sentirte así: un poco. Me parece que estamos más juntos; como si fuera más fácil entendernos. No me gustaría que fueras como todas, cien por ciento mujer, hasta la saturación. (...) A veces, hasta que todo lo femenino llega a darme nauseas.
Es ese “un poco” en donde reside la riqueza, lo conocido en lo extraño, lo que hace aceptable lo diferente, y permite una mínima seguridad ante el horror y el peligro que provoca lo desconocido.

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Así como el tiempo de la juventud es el futuro, el tiempo de los viejos es el pasado, el rechazo y la envidia que se sienten están directamente relacionados al uso que harán o hicieron del tiempo, de la vida. Son los jóvenes los encargados de soñar y jugar con la fuerza y la belleza que les da la juventud; mientras que a los otros, los viejos, sólo les queda resignarse a rememorar algún que otro pequeño triunfo del pasado, y soportar lo que han hecho de sus vidas. Pero hay una historia, escrita en 1953 en donde el resultado del cruce de vivencias y deseos es otro. En El álbum una misteriosa mujer, madura, quizás algo demente, aparece por Santa María llevando una pequeña valija. Es así como la ve y descubre Jorge Malabia, un muchachito, estudiante y nieto del dueño del diario El Liberal. Con el correr de los días Malabia se va acercando a la mujer y comienza a pasar largas tardes eclipsado por los relatos de viajes que esta le cuenta. Los recuerdos son un tesoro añorado y deseado por Jorge Malabia. Un viejo y un joven unidos por relatos de otro tiempo, lo que en la mujer proviene del pasado y la hace permanecer con vida, proyecta el sueño del futuro en el joven Malabia. Entonces Jorge contará: “y en el centro de cada mentira estaba la mujer, cada cuento era ella misma, próxima a mí, indudable. Ya no me interesaba leer ni soñar, estaba seguro de que cuando hiciera los viajes que planeaba con Tito (...) el mundo todo me presentaría rostros sin significado, retratos de caras ausentes, irrecuperablemente despojados de una realidad verdadera.” Para agregar con énfasis en la página siguiente que: “(...) pero escucharla era el vicio más mío, más intenso, más rico. Porque nada podía compararse al poder que ella me había prestado, el don de vacilar entre Venecia y El Cairo (...) Y son estas palabras, en estas líneas donde se condensa toda la obra de Onetti: La literatura como único espacio posible de comunión, como vínculo capaz de llevarnos a otros mundos haciéndonos posibles escapar de éste. Como Brausen en La vida breve.

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Años después, exiliado en europa, aparece en Madrid un cuento que lleva como título Jabón en donde Saad, el protagonista, esta a punto de iniciar sus vacaciones y detiene su auto frente a una persona de sexo indefinido y queda profundamente prendido de ella. Onetti escribe:“La persona que le sonreía tenía una cabeza de mujer, joven[2], extraordinariamente hermosa, un suéter rojo que cubría el pecho sin la menor sospecha de senos; un pecho liso de varón (...) Hombre, mujer, efebo, hermafrodita, Saad lo necesitó de pronto, con fuerza y jadeando” Para luego agregar: (...) necesitó de aquello con miedo, empezó a creer que lo había estado esperando desde la primera juventud (...) Y es este ser, “Ello”, quien mejor representa el lugar de la atracción. Es un otro que “hechiza” y asusta por su condición hermafrodita, es su ambigüedad física, su misterio, su mezcla de conocido-desconocido que seduce y enamora a Saad “hasta el resto de sus días”

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Hacia 1993, la editorial Alfaguara publica lo que será su último libro, una novela estructurada en forma de diario. Allí, en los sinuosos límites de frontera, Carr trata de sobrevivir a sus últimos años. Carr esta en retirada, del mundo y de su propia historia, lo que aumenta su lucidez y ferocidad. Contará su presente como sus días en Buenos Aires, las pensiones y la partida de su mujer. Escribirá en la primer página: “Hace quince días o un mes que mi mujer de ahora eligió vivir en otro país. No hubo reproches ni quejas. Ella es dueña de su estómago y su vagina. Como no comprenderla si ambos compartimos, casi exclusivamente, el hambre”. Para agregar en el párrafo siguiente, sin vueltas ni tapujos, lo que muy pocos se atrevían a decir: “Nos consolábamos a veces con comidas a las que buenos amigos nos invitaban, chismes, (...) y esa broma que las derechas quieren universal, saben pagar bien a sus creyentes y la bautizan posmodernismo.”

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Onetti no escribirá nunca algo deslumbrante, no hará realismos mágicos ni juegos de palabras, no jugará con lo insondable del tiempo ni las vastas bibliotecas. Sólo escribirá sobre un pueblo y los humanos que lo habitan. Pondrá su acento en lo otro: la mujer, la juventud como belleza y posibilidad de ser y sus opuestos, la vejez y el fracaso, la corrupción. Es en este juego de opuestos donde aparece la terceridad dialéctica: lo ambiguo, lo indescifrable. Es entonces el momento en donde el lector blasfema a los cielos, y comprende de una vez y para siempre, que no hay más engaño posible. Porque “como ya fue escrito, lloverá siempre”.
[1] Luis Alberto Sánchez, Proceso y contenido de la novela hispanoamericana, Madrid, Gredos, 1976, pág 551.
[2] Podría pensarse que el verdadero objeto de deseo en Onetti va más allá del género femenino-masculino. Sin duda es la juventud, ese espacio temporal en donde la belleza de los rasgos se confunden al estar construyendo la identidad física del género.

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