No lo vieron llegar. Habrá estado cuatro o cinco días encerrado o tal vez, alguno más. Sospechábamos que se había escondido, que se había guardado como tantas otras veces. Pero no teníamos certezas de dónde estaba hasta que Jota Rodríguez lo vio meterse apurado en el cuarto del fondo, dónde solíamos reunirnos cuando la cosa venía brava. Le golpeó la puerta un par de veces, le avisó que era él pero no hubo respuesta. Jota se quedó unos días acercándole comida y dejándole botellas. Hasta que me pidió que lo reemplace por unas horas. Mientras esperaba que saliera del escondite recordé la época en que nos habíamos conocidos. Fue hace tiempo. Por aquellos años compartía un estudio de enorme biblioteca con algunos periodistas free lance que se ganaban el mango corriendo detrás de las primicias. Cuando ellos salían a buscar la nota que les salvaría la semana me quedaba escribiendo durante largas horas mi novela total. Hasta que una tarde, confundido por la trama que trataba de llevar ad...
No llorés Colo, no llorés. Perdoná. No te pongas así. Dale, volvamos a casa. *** Pasamos la tarde en la casa de Jhony hasta que llegó la noche. Boludeamos escuchando cumbia y mirando cosas en el celular. Video que manda los pibes cuando están con alguna guacha ahí. Y miramos un rato y bueno como habíamos tomado unas cervezas y las guachitas de los videos no se comían una y le daban lindo, nos fuimos calentando. ¡Ufff! Ahora vengo, dijo el Jhony y encaró para afuera, para el lado de las chapas donde está el baño. No puedo más, le dije al Colo y ahí nomás me la empecé a manotear. ¿Qué hacé? ¿No ves? ¿O me querés ayudar? Nos reímos un rato pero después todo se puso tenso. Rojo se puso todo y en una le agarré la mano al Colo y me la llevé a la poronga. Le sonreí y el Colo empezó. Empezó. Empezó y no paramos. Después se puso a temblar y salió corriendo. Le grité. Lo llamé y lo llamé pero no paraba de correr. Lo corrí una o dos cuadra bajo el chorro blanco de l...