
Sobre la mesa en donde trabajo y como, descubro unas fotos sobre Iásnia Poliana –extensos territorios de la familia Tolstoi destinados a la agricultura- en las afueras, hacia el sur de Moscú. Las distintas fotos muestran largas hileras de pinos, increíblemente pequeños, ante la inmensidad del espacio. También aparecen ondulaciones, cuchillas tenues, cubiertas de nieve. Miro las fotos y me invade una rara sensación de quietud y soledad. Todo el territorio agrícola de la inmensa Rusia está cubierto de nieve. Una de las fotos muestra el frente de una enorme mansión ladeada de abetos.
En 1847 y con sólo 19 años León Tolstoi toma, como parte de la herencia familiar, los territorios agrícolas de Iásnia Poliana y 300 campesinos varones. (Las mujeres, en ese entonces, no se contaban.) En ese mismo año, el joven León, comienza a escribir un diario en donde anota todas sus dudas y angustias que lo habitaron hasta el último minuto de su vida.
En 1857 Tolstoi escribía a Alexandra Tolstaia: “La eterna inquietud, el trabajo, la lucha y las privaciones son condiciones imprescindibles de las que ningún hombre puede pensar en liberarse. Sólo una honesta inquietud, la lucha y el trabajo basados en el amor constituye lo que se llama la felicidad. ¡Qué felicidad! Ésta es una palabra estúpida; no la felicidad, sino el bien.”
Cuando a fines de la década del cuarenta Argentino Daneri descubrió, en uno de los escalones de la vieja casa de Tacuarí y Caseros, el “punto del espacio que contiene todos los puntos” y pudo ver, acostado contra el piso, correr una tras otra, las torrentosas imágenes de todos los espacios y tiempos posibles, no pensó nunca que otro aleph ya había sido descubierto, o por lo menos intuido, en el interior de un ruso enorme llamado León Tolstoi. Encuadrar a la obra de Tolstoi solamente en el realismo es un reduccionismo absoluto. Tolstoi es mucho más que la descripción asombrosa de los palacios zaristas o los bosques en el Cáucaso, en donde sus cosacos luchan contra los chechenos y se emborrachaban en viejas tabernas. En sus páginas se escucha el silbido del viento, las hojas crujientes bajo las botas del viejo Jerochka momentos antes de una explosión y la espesura de la pólvora. Así como se debate la existencia del hombre: la moral, la libertad, la justicia y los placeres que lo atormentarán día a día. Realismo, romanticismo, existencialismo y cuantas otras etiquetas se quiera, se mezclan para iluminar todos los tiempos posibles que habitan los hombres. Cristiano militante, es expulsado de la Iglesia Ortodoxa por el santo Sínodo, vigilado por agentes zaristas dijo que: “...El Estado es un complot que tiene por finalidad, no sólo la explotación, sino también la corrupción de los ciudadanos.”
Estudioso de Rousseau, se inspiró en sus obras como en la pedagogía de Pestalozzi y Froebel para fundar escuelas destinada a los hijos de campesinos. Allí los chicos trabajan libremente y en grupos, sin castigos y con trabajos de investigación en las campiñas. Tolstoi recorrió y visitó distintas escuelas en Alemania de donde, horrorizado por las plegarias al Káiser, las flagelaciones, y el estudio memorístico, había escapado. Siempre comprometido con los campesinos, les entregará sus tierras y la libertad porque “son hombres robustos atados por cadenas, cuando uno se mueve involuntariamente daña al otro, y eso es penoso.”
Habitaron en él grandes pasiones y las ideas que atormentaron a todos los poderes, opresores del pueblo ruso.
Con los años fue alejándose cada vez más de la ciudad y los círculos intelectuales, fue objetor de conciencia y pacifista empedernido. Hacia 1909, enfermo y cansado de las peleas con su mujer, abandona la familia. En la madrugada de un día de octubre deja en su escritorio, a medio leer, Los Hermanos Karamazov y escapa de su casa y sus fantasmas para morir, semanas más tarde, en compañía de una de sus hijas en la estación de trenes de Astapovo.
Al trascender la noticia, miles de campesinos asisten a su funeral y organizaciones obreras comienzan una serie de grandes huelgas.
En 1847 y con sólo 19 años León Tolstoi toma, como parte de la herencia familiar, los territorios agrícolas de Iásnia Poliana y 300 campesinos varones. (Las mujeres, en ese entonces, no se contaban.) En ese mismo año, el joven León, comienza a escribir un diario en donde anota todas sus dudas y angustias que lo habitaron hasta el último minuto de su vida.
En 1857 Tolstoi escribía a Alexandra Tolstaia: “La eterna inquietud, el trabajo, la lucha y las privaciones son condiciones imprescindibles de las que ningún hombre puede pensar en liberarse. Sólo una honesta inquietud, la lucha y el trabajo basados en el amor constituye lo que se llama la felicidad. ¡Qué felicidad! Ésta es una palabra estúpida; no la felicidad, sino el bien.”
Cuando a fines de la década del cuarenta Argentino Daneri descubrió, en uno de los escalones de la vieja casa de Tacuarí y Caseros, el “punto del espacio que contiene todos los puntos” y pudo ver, acostado contra el piso, correr una tras otra, las torrentosas imágenes de todos los espacios y tiempos posibles, no pensó nunca que otro aleph ya había sido descubierto, o por lo menos intuido, en el interior de un ruso enorme llamado León Tolstoi. Encuadrar a la obra de Tolstoi solamente en el realismo es un reduccionismo absoluto. Tolstoi es mucho más que la descripción asombrosa de los palacios zaristas o los bosques en el Cáucaso, en donde sus cosacos luchan contra los chechenos y se emborrachaban en viejas tabernas. En sus páginas se escucha el silbido del viento, las hojas crujientes bajo las botas del viejo Jerochka momentos antes de una explosión y la espesura de la pólvora. Así como se debate la existencia del hombre: la moral, la libertad, la justicia y los placeres que lo atormentarán día a día. Realismo, romanticismo, existencialismo y cuantas otras etiquetas se quiera, se mezclan para iluminar todos los tiempos posibles que habitan los hombres. Cristiano militante, es expulsado de la Iglesia Ortodoxa por el santo Sínodo, vigilado por agentes zaristas dijo que: “...El Estado es un complot que tiene por finalidad, no sólo la explotación, sino también la corrupción de los ciudadanos.”
Estudioso de Rousseau, se inspiró en sus obras como en la pedagogía de Pestalozzi y Froebel para fundar escuelas destinada a los hijos de campesinos. Allí los chicos trabajan libremente y en grupos, sin castigos y con trabajos de investigación en las campiñas. Tolstoi recorrió y visitó distintas escuelas en Alemania de donde, horrorizado por las plegarias al Káiser, las flagelaciones, y el estudio memorístico, había escapado. Siempre comprometido con los campesinos, les entregará sus tierras y la libertad porque “son hombres robustos atados por cadenas, cuando uno se mueve involuntariamente daña al otro, y eso es penoso.”
Habitaron en él grandes pasiones y las ideas que atormentaron a todos los poderes, opresores del pueblo ruso.
Con los años fue alejándose cada vez más de la ciudad y los círculos intelectuales, fue objetor de conciencia y pacifista empedernido. Hacia 1909, enfermo y cansado de las peleas con su mujer, abandona la familia. En la madrugada de un día de octubre deja en su escritorio, a medio leer, Los Hermanos Karamazov y escapa de su casa y sus fantasmas para morir, semanas más tarde, en compañía de una de sus hijas en la estación de trenes de Astapovo.
Al trascender la noticia, miles de campesinos asisten a su funeral y organizaciones obreras comienzan una serie de grandes huelgas.
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