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Juan y las catacumbas


No lo vieron llegar. Habrá estado cuatro o cinco días encerrado o tal vez, alguno más.

Sospechábamos que se había escondido, que se había guardado como tantas otras veces. Pero no teníamos certezas de dónde estaba hasta que Jota Rodríguez lo vio meterse apurado en el cuarto del fondo, dónde solíamos reunirnos cuando la cosa venía brava. Le golpeó la puerta un par de veces, le avisó que era él pero no hubo respuesta. Jota se quedó unos días acercándole comida y dejándole botellas. Hasta que me pidió que lo reemplace por unas horas.



Mientras esperaba que saliera del escondite recordé la época en que nos habíamos conocidos. Fue hace tiempo. Por aquellos años compartía un estudio de enorme biblioteca con algunos periodistas free lance que se ganaban el mango corriendo detrás de las primicias. Cuando ellos salían a buscar la nota que les salvaría la semana me quedaba escribiendo durante largas horas mi novela total. Hasta que una tarde, confundido por la trama que trataba de llevar adelante, tomé mis papeles y abandoné el estudio. Aún sentía el cosquilleo de la idea encontrada, la excitación en el cuerpo, cuando entré al bar de la estación. Necesitaba algo de alcohol que me ayudara a decantar y ordenar las ideas pero la presencia de ese hombre en el bar me lo impidió. Me distrajo. El tipo tendría alrededor 70 años y una dulce borrachera que lo mantenía atornillado a la mesa de la ventana. Por lo que pude escuchar, había llegado temprano y con un grueso libraco. Pidió un whisky y un sifón de soda, que el mozo tuvo que ir a buscar a la cocina porque el viejo quería “de sifón, no gasificada”.

Me senté, pedí mi whisky y pregunté quién era, cabeceando hacia el viejo, -a un hombre que me miraba en silencio-. Me respondió que el viejo venía siempre y se ponía a leer, que era de alguna provincia y que los milicos lo habían encanado. Dijo que había un rumor sobre un premio que había ganado en España. Cuando llegó la noche, a eso de las ocho más o menos, el viejo, que luego sería Juan, se acercó al mostrador y le dijo al mozo: "Si viene Junta y pregunta por mí, dígale que se vaya a la puta que lo pario". Luego, se marchó riendo.

 

Allí en la pieza, tirado en el colchón que pusimos una tarde cuando los rumores amenazaron en volverse realidad, pasó encerrado varios días hasta que asomó la cabeza para pedir o exigir, como se le había hecho costumbre en el último tiempo.

¡Jota! ¡Jota! –gritó con esa voz traída de los infiernos- Traeme una cerveza…  Una cerveza traeme. Con este calor de porquería.

Entonces, me levanté puteando por lo bajo y fui hasta la heladera que tenemos en el fondo del fondo, atrás de todo, bajo el árbol de paltas. Una vieja y potente siam del tiempo del ñaupa como diría el Tano, pero buena, que enfría. Saqué dos botellas de Quilmes bien heladas y me acerqué al cuarto contento porque al fin, el viejo abandonaba el aislamiento. Sonreí al ver las letras garabateadas en la pared a modo guía y oración: “Durar frente a un tema, al fragmento de vida que hemos elegido como materia de nuestro trabajo, hasta extraer de él o de nosotros, la esencia única y exacta.”

Golpeé y esperé.

Pasá nene…

Entré y el viejo tardó en reaccionar. Al principió me desconoció. Había poca luz. Apenas un velador encendido que derramaba un chorro amarillento y una pila de libros viejos que se amontonaban alrededor del colchón.

Vos no sos el Jota. ¿Quién sos?

¿En serio no me conoce?

A ver pibe, acercate un poco y ponete en la luz. Ah… vos sos… vos sos Rilli. Sos Rilli, ¿no?

Sí, Juan. Soy yo.

¿Y por qué estás acá? Acá tenía que estar algún pibe. No vos. Vos… ¿No estás con tus papeles? ¿Con todo eso de la obra total?

Sí, estoy con todo eso. -Respondí imitando su tono burlón. -Pero me vine para acá, como habíamos acordado. ¿Se acuerda?

Mmm… no. No me acuerdo. Pero si lo decís vos, debe ser así. ¿Y cómo está la cosa ahí afuera?

Difícil. Pero estamos y no se la vamos hacer fácil.

Ahá… bueno, bien. Abrí la botella y sentate acá. Contame.

Primero le dejo este paquete que mandó su mujer. Es un pollo con papas. Dice que coma.

Ponelo ahí.

Juan, tiene que volver. Tiene que terminar con todo eso que lleva anotado.

¿Volver? ¿A dónde? Dejate de joder.

Juan, tiene que terminar esos cuentos. ¿Entiende? Es crucial que termine. Esto se está ´poniendo feo y necesitamos que vuelva y escriba. Nosotros lo vamos a seguir. Vamos a imprimir cada uno de sus cuentos y lo vamos a hacer circular por todos lados. Hay mucha avidez.

Te dije que abras la botella. Hace mucho calor. Vení, brindemos.

¿Y por qué vamos a brindar?

Vamos a brindar. Primero para poder empezar a chupar, ¿no? Después, por la paciencia que me tiene Dolly.

¡Cierto! Brindo por eso.

¿Por qué no está Jota? ¿Qué pasó?

Nada. Tenía una reunión parece y me pidió que lo reemplace.

Servime otro vaso. ¿No llegó el whisky?

Todavía no. Dicen que hoy a la noche. Juan, es importante, muy importante que termine esos cuentos. Hay una fiebre afuera, de estupidez como nunca antes y los libros van cayendo como cáscaras vacías. Estamos dando pelea pero no podemos solos. Ya no quedan diarios, tampoco revistas que se puedan leer. Todo es imagen y cintas grabadas. Muy pocos leen. Y los que publican… los que publican…

Que feo… feo, ¿no? El asunto de la maquinita esa que te chupa ¿no? Te chupa de a poquito…  Casi sin darte cuenta… Pero debe haber algunos perdidos Martín, algunas distraídas que se nieguen… Casi sin poner mucha voluntad pero que dediquen más tiempo al ensueño que al trabajo y que no tengan otro remedio para no perecer que el de inventar y contar historias. ¿No? Seguro que vamos a encontrar otros como nosotros que tengan ganas de escuchar esas historias y volvamos a juntarnos alrededor del fuego.

Claro. Seguro que sobreviviremos. No tenga dudas, pero necesitamos combustible del bueno y usted sabe que ya no quedan libros como los suyos.

¿Y por qué decís eso? ¿Hay mucha literatosis? ¿Mucha academia, muchos arbustos enanos? 

Ay, maestro… nada que no sepa. Pero el mercado manda y los enanos abundan. Enanos cabezones de pequeños pies. Gnomos de la ignorancia que ladran pidiendo libertad para luego obedecer como corderos… Por suerte hay en los barrios buen barro todavía y aparecieron algunos pibes con sangre. Pero se necesita un guía, alguien que abra el camino, que indique el rumbo. Juan, te necesitamos.

¿Ya no hay más cerveza?

Acá hay otra.

Ah que bien. Bueno, escuchame Rilli, preocupante esto que contás. Pero, alcanzame un cigarrillo, me llegó un chisme. Algo que quería decirte. Hace unos días, cuando venía para estos lados, me contaron una infidencia. Pasame fuego. Yo no sé, pero me dijeron que tu viejo sigue con eso que… que no llega a literatosis… y que esconde sus libritos entre los míos… ¿es verdad eso?

Me hace reír maestro. Es un rumor que lleva tiempo, vaya uno a saber. No le reviso la biblioteca a mi padre.

Bueno. ¿No sabés nada, entonces? Mirá vos… dame otro pucho que hay por ahí y abrí la botella, haceme el favor. No sabés nada...

¿Y ahora por qué vamos a brindar?

No sé. Te toca decir a vos.

Está bien. Entonces… Brindemos por Padre Brausen que está en los cielos y por el viejo Larsen.

Ahora sos vos el que me hace reír. Mejor brindemos por Faulkner, ¿no te parece? Brindemos por los papeles que faltan encontrar de Céline… y por Roberto Arlt. ¿Te parece Martín?

Claro. Por supuesto, Juan: ¡Salud!

         

 

 

 

 


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