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Pelusa...

 


Cómo duele…

Van muchas horas ya y no puedo parar de llorar.

¿Qué pasa Diego? ¿Por qué nos ponés así?

Sí ya lo sabíamos. Lo sabías vos, lo sabíamos nosotros, también. Y sin embargo Diego no puedo, no podemos dejar de llorar.

¿Será acaso que con vos, se nos va un poquito de nosotros?

Será porque de chico, muy de chico, quisimos jugar como vos. Que imitábamos la manera de pararte ante la pelota, frente a un tiro libre, las manos en la cintura… ¡Qué facha Diego! ¡Qué bien te quedaban las camisetas! Siempre la diez… ¡Qué lindo era verte jugar!

La gambeta larga, enganche, la pisada y ese amague…

¿Cómo fue Diego? ¿Cómo lo hiciste?

Cuatro goles le hiciste al Loco Gatti en un solo partido, Diego… Y después el Metropolitano con Boca y el viaje a España.

¡Cómo te pegaban Diego!

¡Cuánto te pegaron!

Y vos ahí, levantándote de nuevo y la pelota pegada a la zurda. Después vino el Napoli y la gloria que empezaba a ser eterna.  ¡El sur vencía al norte! Y todos supimos lo que eso significaba. Al toque se viene el mundial de México y nos llevaste hasta el cielo. Dos goles Diego, le metiste a los ingleses; dos Diego.  Y lo gritamos todos Diego, todos como nunca volveremos a gritar otro gol. Porque fue un gol y más… Mucho más, cómo sólo los argentinos sabemos que fue.

Diego, fuiste mi infancia y mi juventud. Fuiste mis deseos de fútbol y gloria. Fuiste mis ansias de justicia y libertad contra los anti fútbol, contra los mercaderes del templo y la vida.

Pequeño atorrante de carita sueñera, gambeteaste a la miseria y a todas las trampas que te puso el poder como un huracán de luces y estrellas    

¿Y sabés qué, Diego? ¿Sabés qué?

Hoy te vamos a llorar como lloramos a los héroes, y te vamos a extrañar… A extrañar tanto, tanto… porque siempre jugamos para vos.

Y llevaremos tu nombre también, Diego. Llevaremos tu nombre también, como bandera a la Victoria.

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