En un cajón de la virtualidad encontré este viejo cuento que escribí hace ya 10
años... Volví a leerlo y decidí compartirlo por acá. Creo, si no me equivoco,
que está por alguna página de la web...

Pájaros
Los pájaros volaban en círculos sobre mi destino: un pequeño pueblo perdido en
el norte, a varios días de Buenos Aires. Bajé en el kilómetro 73 y caminé hacia
el oeste para comenzar a subir el cerro. Recién allí, vería –desparramadas por
la montaña- un montón de manchitas blancas, casas que el ejército había
blanqueado en la última campaña contra el Chagas. Tres kilómetros calculé.
*
El
hombre giró sobre su cama arrancando del sopor a las dos moscas que se habían
estacionado sobre su cuerpo pesado, hundiendo el colchón y los gastados
elásticos de la cama. El hombre no era viejo aunque iba en camino a serlo.
Debajo de sus ojos se adivinaba un tiempo largo de cansancios y batallas.
El
sudor brillaba en la frente aún manchada de carmín o sangre. Supo quién era aún
antes de que sacara el arma. Entornó los ojos y habló de las llanuras orientales
que cubren gran parte de la China. De la inclemencia del tiempo, de lo duro que
es la vida al aire libre y nómade como había sido antaño para Fierro en las
pampas argentinas. Habló del recadito que anudaba al caballo y desarmaba noche a
noche en donde lo agarrara el cansancio para cubrirse de la intemperie. También
habló de la importancia del fuego, de su amistad y protección. La luz que
entraba desde la puerta le daba de lleno en la cara y le impedía verme. Era casi
el medio día y el sol llegaba al cenit reverberando sobre los techos del pequeño
poblado. ¿A cuánto estábamos de la capital? ¿Ciento veinte, ciento treinta
kilómetros? En medio del calor, el hombre se recompuso contra la pared haciendo
chillar la cama. El camino de tierra y grava aumentaban las distancias,
estirando el tiempo hasta hacerlo insoportable.
Allá, en el Tíbet –continuó-
¿conoce el Tíbet? Donde están los monjes que cada dos por tres se pelean con los
comunistas…
¿Conoce? Bueno, allá, detrás de una cadena montañosa de la cual no
recuerdo su nombre, vi un rito milenario, trascendental… Sin embargo, algo
horroroso para nuestra mentalidad. Allá, escapándose de los comunistas y sus
leyes materialistas, las campesinas suelen casarse con dos o más hombres. ¿Un
matriarcado? Podría ser… El respeto es enorme por aquellas mujeres que han
llegado a viejas luego de haber parido decenas de críos. Pero los partos no son
nada… nada en la vida de esas mujeres.
Matriarcado… así como en el Paraguay los
hombres tienen dos o tres mujeres porque la guerra diezmo a la población
masculina, allá faltan mujeres. ¿Las causas? Vaya uno a saber… Una mujer, puede
tener dos o tres maridos… ¿Sabe cuál es el consejo de las viejas a las novicias
que esperan el regreso de sus maridos ausentes por meses, pastoreando en las
montañas? Una mezcla de astucia y grasa de cabra líquida y tibia para
embadurnarse la entrepierna cuando los oyen llegar y el estruendo de las pezuñas
rebota en las paredes de las casitas. Los reencuentros son graves, usted se
imagina… el tiempo, la distancia… aumentan el veneno de los celos, el miedo de
perder lo poco que tienen. Entonces se aceleran los tiempos y todo hombre quiere
poseer lo que es suyo y ejercer su dominio con hombría que es lo mismo que decir
con violencia. El olor es nauseabundo y por temporadas invade los caseríos
tibetanos. Así como, aseguran las crónicas de Indias, primero se olfateaba el
vinagre corroyendo las maderas de las naos esclavistas a kilómetros del puerto
de la Habana para luego divisarlas cabalgando la mar, olfateé aquella mañana la
fetidez de la grasa y el cuero de oveja húmedo. El olor se le clava a uno en el
entrecejo haciéndolo tambalear. No importa ahora saber porque estaba allí. Sepa
que fue hace mucho, cuando usted y su hermana estarían nomás allá que en primer
o segundo grado...
Viejo de mierda murmuré y me acerqué hasta su cama.
No se
apure. Espere; si recorrió tantos kilómetros hasta esta pocilga, si invirtió
tanto tiempo, tantas horas de no dormir, no lo estropee ahora y dele el tiempo y
el conocimiento que su odio necesita.
Viejo de mierda, ¿dónde está Paula?
No,
así no; quítele patetismo y vanidad. Para eso le faltan algunos años. Pero
quédese tranquilo que va a llegar y la decrepitud lo va a abrazar y lo va a
volver un ser tan despreciable como yo. Y entonces va a entender.
¿Dónde esta mi
hermana? ¿En dónde la metió?
Le decía, presencié un rito milenario, quizás
sagrado en el lejano país del arroz. Le decía, que cuando llegan los hombres
luego de largas jornadas de ausencias las aldeas se llenan de olores y gritos. A
los pocos meses se comienzan a ver los frutos germinando en las mujeres. Pero
hay veces que las cosas no salen bien. El vino de la ausencia es amargo y
anticipa las peleas. A veces, el entusiasmo es mucho. Imagine: dos maridos que
regresan luego de algunos meses de ausencia. Al llegar al pueblo descubren a
otros hombres, nuevos, deambulando en las calles y la desconfianza y los celos
aumentan la presión en las verijas. Imagine, digo, imagine el encuentro, los dos
hombres que llegan y el miedo en la mirada de la joven esposa. Miedo por los
dichos y comentarios de las viejas, las sobrevivientes que agrandaran dolores y
hemorragias, que insistirán en el tema de la grasa y la temperatura. Imagínese,
deje que su cabeza lo lleve hasta allí; piense. Imagine cualquier escena,
agréguele violencia, furia. Sin duda una violación. No olvide, son dos los
hombres, dos violaciones. Algunas mujeres no llegan a contar su historia, nunca
podrán mejorar los consejos a las recién llegadas.
El viejo hablaba arqueando
las cejas, inclinando la cabeza subrayando las palabras que iba soltando. Miré a
ambos lados de su cama buscando alguna señal de Paula. Alguna prenda, algún
objeto que señalara su presencia en la casa. Mientras el viejo seguía, avancé
unos pasos hacia el interior del cuarto pero no encontré nada.
Sin embargo, el
horror para nuestra mentalidad empieza después. El horror… ¿leyó a Conrad? ¿Las
tinieblas… del corazón? Es muy joven… Quizás haya visto la película sobre
Vietnam que realizó Coppola en los 80… ¡El horror! Exclamaba Kurtz al final de
la historia envuelto en extrañas ropas y rodeado de nativos aduladores al final
de un largo sendero escoltado por cabezas de africanos. Y sin embargo, ese no
era el horror… Hágame caso, salga de acá, váyase de este pueblo del infierno y
vuélvase a la capital. Cómprese el libro y… cómprese el libro…
Dígame, ¿dónde
está? Se fue con usted, lo sabemos todos. Incluso hubo una llamada que hizo
Paula hace unos meses… Nos pedía que no la buscáramos, que estaba bien.
¿Entonces? ¿Por qué no hacen caso y dejan todo como está? Hágalo –insistió-
salga de acá y cómprese el libro. Vuelva a su casa en la ciudad y deje todo
esto. ¿Vio los alrededores de esta casa? ¿No huele nada? ¿Vio los huecos en las
montañas? Vive gente ahí. Gente como animales, meten trapos ahí y después se
meten ellos. Algunos salen por las noches y roban los gallineros. Dicen que
somos algo más de cuatro mil, cuatro mil doscientos… Muchos no aparecemos en las
cifras oficiales. Cuando alguno se muere, quizás lo entierran en alguna terraza
sobre la ladera. En otros casos son los buitres que sobrevuelan los agujeros
anticipándose el festín. Entonces, algún pobre cristiano se apiada y sube a
juntar los restos, guiñapos sanguinolentos. A algunos los entierran y a otros
los sepultan allí, en su propio agujero, llenando la entrada de piedras... Allá,
en el Tíbet practican lo que llaman entierro a cielo abierto, dijo el hombre y
se sentó en la cama. Se pasó las manos por la cara como secándose las
transpiración y continuó hablando. Pero ya no quería escucharlo. Sus palabras
zumbaban como moscas en medio del calor.
Algunos llevan a su muerto en bolsas de
lino o algodón. Las mismas que… No quería escucharlo más. Su voz aguardentosa
era la misma de siempre. La misma que había escuchada años atrás en la época del
circo cuando codiciaba a Paula. … extienden el cuerpo desnudo sobre el suelo
cubierto de piedras y uñas humanas…
De pronto sentí un calor sofocante y el
suelo comenzó a moverse. El viejo se paró de golpe y trató de agarrarme pero
pude esquivarlo y sacar el arma. No podía mantenerme en pie. Hice un enorme
esfuerzo y me acerqué a la puerta de la casa. Tambaleando me agarré del marco de
la puerta y comencé a vomitar. El viejo estaba a mis espaldas y seguía con su
historia: entonces le arrojan pedazos asados a los buitres mientras algún
sacerdote repite sus oraciones…
¡Viejo de mierda! repetí hasta cansarme. No
llegué a desmayarme pero no puedo precisar cuanto tiempo pasé sentado en la
sombra con la cabeza hundida entre las piernas. Alguien me alcanzó algo de
tomar, era amargo. Tal vez haya sido él. No puedo recordarlo. Después me levanté
y volví a la casa, pero ya no había nadie. Pateé un par de sillas contra la cama
y eché encima tres o cuatro libros que encontré. Les prendí fuego y salí.
Caminé
con apuro sin voltearme, ni devolví las miradas que brillaban desde los huecos
de la montaña. Avancé apurado hacia la ruta, el micro pasaría al anochecer y ya
no podía perderlo. Poco a poco fui controlando mi respiración y mi mente volvía
a responderme bajo un cielo menos hostil y oscuro. Me detuve en un recodo del
sendero a ver las llamas que serpenteaban a mi espalda. Continué descendiendo
hacia la ruta que aparecía nítida sobre el desierto. En un claro, en medio de
los pastizales, hecho de cenizas y piedra, descubrí un mechón de pelo y uñas,
pedazos de uñas humanas y mierda de pájaros. Mierda seca de pájaros.
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