
Día
3
Después de dar unas vueltas por la
habitación y pasear la mirada por los techos/cielos de la ciudad Sur me siento
en uno de los sillones del cuarto. Me estiro un poco buscando una posición
agradable para el cuerpo. Por la ventana se puede ver ahora, parte de la ciudad
y por ella entra con las primeras brisas del otoño a punto de nacer, un
silencio profundo que no había escuchado. Porque el silencio se escucha. Y éste
no es un silencio de domingo o feriado de invierno. No. No es el silencio de
los primeros de año a eso de las 11 de la mañana. No. Es otra clase de
silencio. Es algo mucho más profundo. Algo que viene desde muy adentro de
nosotros y del planeta; un silencio que vino gestándose en estos días extraños
de melancolía y tensión.
Me levanto y voy por una cerveza. Abro
la botella y le echo un poco a una copa. Veo crecer la espuma y el sonido de la
cerveza acrecienta el silencio exterior. Pienso entonces que tal vez, estaremos
haciendo conexión con la Madre Tierra. Una conexión nueva y antigua a la vez
como hace tanto, miles de años que no lo
hacemos. Y tal vez esa conexión, esa comunión, mueva algunas de las piezas
claves y pretéritas de nuestro ser. Una de esas piezas maestras que nos
conectan con aquel simio primitivo del cual venimos y pueda volvernos un poco
más humanos y paremos…
Paremos un poco y nos detengamos a
contemplar; nos detengamos a respirar…
Y le demos pausa a tanta locura
consumista de ritmos absurdos y entumecedores. Paremos.
Paremos un poco a escuchar…
Pandemia
Nos
han puesto a prueba. Esa es la sensación y certeza que crece dentro mío hace un
par de días. Soy de los que creyó que hubo cierta exageración alimentada por el
sensacionalismo de los medios de incomunicación. Pero, una vez lanzados al
ruedo, había que actuar. Creo que las medidas tomadas y su lento pero
inexorable endurecimiento son lógicas y acertadas: debemos aminorar la
circulación del virus y para eso no hay nada mejor que el aislamiento
preventivo.
Y
nos han puesto a prueba… No hay dudas de eso. A prueba de nuestros miedos y
manías; de nuestras ansiedades y angustias; de nuestros infiernos personales y
apocalípticos…
Mi
primera escena apocalíptica la viví el domingo, horas antes del anuncio de
suspensión de clases y licenciamiento masivos a mayores de 60 años y personas
con enfermedades de riesgo. Iba al supermercado como lo hago todos los domingos
por la tarde porque suelen estar con muy poca gente, cuando desde la puerta de
entrada alcancé a ver una enorme cola para pagar. Entré y el panorama era casi
desolador: heladeras y góndolas vacías o
con pocos paquetes sueltos y desparramados
como si se hubieran caído de sus lugares. No lo esperaba…
La
segunda escena fue más personal. Navegaba por las noticias en mi computadora
cuando leí un titular que afirmaba que en las últimas 48hs los pedidos de
médicos a domicilio habían crecido un 70%... Un escalofrío me recorrió el
cuerpo: ¡nos invade un virus luego de 4 años de abandono y desguace liberal del
sistema de salud pública…!
La
tercera, la viví este lunes por la tarde cuando un compañero de escuela muy
comprometido con su trabajo, expresaba a más de tres metros de distancia de los
otros dos compañeros que él no iba a cumplir con las guardias. No las iba a
cumplir porque iba a cuidarse él y a su familia. Llevó unos segundos reponernos
por lo sorpresivo del anuncio y de la forma de anunciarlo. Con calma, le
preguntamos si él entraba en alguna de las distintas categorías para poder
tomar alguna de las licencias previstas. Pero dijo que no, y que no le importaba porque iba a cuidarse él y su
familia. Y no supimos qué más decirle…
Ya
hay menos gente en la calle.
En
las “antiguas” horas pico, ahora los subtes viajan semivacíos.
Nos
han puesto a prueba; no hay dudas.
A
prueba de nosotros mismos; de nosotros como seres sociales y de nosotros con
nuestros particularísimos fantasmas propios. Han puesto a prueba nuestra
capacidad de ser humanos, de empatizar con la otra y el otro; con la
posibilidad –otra vez, como todos los días- de ser solidarios y no llevarnos
todos los frascos de alcohol, aceite o paquetes de yerba que hay en los
supermercados.
Y
es difícil. Pero vamos hacerlo. Porque estaremos a la altura de las
circunstancias.
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