Ir al contenido principal

Fragmentos de una novela inconclusa


Envuelto en el calor del alcohol y la somnolencia, la mente de Martín fue abriendo lentamente las puertas del pasado y casi por goteo, fueron naciendo imágenes y fragmentos de recuerdos en donde aparecía una joven y hermosa Marina. Entonces se vio con otros pelos y otra piel. Con una potencia hermosa en la punta de sus ojos. Y se vio como en una película de aventuras, siendo un protagonista romántico hasta la médula. Entonces ve, se vio en uno de los bancos del parque Lezama, a la sombra de un añejo árbol, cuando le dijo a su amiga que la quería (en realidad que le gustaba, y mucho) Y como desde un medio plano, la cámara se posaba en Marina. Ahora, en un plano corto, ella sonreía y le dijo que le agregaba confusión a su confusión. Después le agarraría las manos con la misma dulzura que semanas atrás, cuando le había dicho, es muy lindo Martín, muy lindo eso que leíste.

Martín la mira y le dice que le gustan sus ojos, el brillo que conservan,
le dice que le encantan sus lunares,
que siempre se enamora de mujeres morochas,
pero que ahora es distinto porque ellas es única,
hermosa,
y …

Marina lo interrumpe apoyándole suavemente la mano sobre los labios. Le sonríe y Martín no puede más. Cree que se va a desmayar, le molesta un ojo, el párpado izquierdo del ojo. Tiene vergüenza, se siente estúpido, transpira y no sabe si es por el sol que comenzó a filtrarse por entre las hojas o es la ansiedad y no puede parar de hablar. Le dice que es hermosa,
que no puede dejar de pensar,
que le encanta su boca y la comisura de sus labios cuando sonríe,
que su pelo,
que está enamorado y entonces Marina cierra los ojos y aprieta suavemente la boca.

Martín siente que está al borde de un abismo, que camina por las paredes, espera a que ella le diga algo. Algo más allá de su confusión. Pasan algunos segundos, son solo algunos segundos y ella sigue sentada a su lado, apenas levemente inclinada hacia él. El plano se agranda suavemente.
Marina… Marina… Murmura Martín, acercándose.
Marina abre los ojos y le toma la cara con sus manos. Él se inclina levemente hacia ella. Están cerca, muy cerca. Martín sonríe y siente que sí, que puede. Primer, primerísimo plano de sus caras. Ella se acerca aún más y lo besa. Lo besa suavemente en los labios. Es solo un instante, tibio, húmedo y su olor penetra e invade como un ejército invencible los sentidos de Martín.


Después, Marina se retrae nuevamente, se levanta y se va. Se marcha entre la gente del lugar. 
Plano general.  

Comentarios

Entradas populares de este blog

"No me interesa el arte o la literatura para pocos" // entrevista del suple Fractura de la Agencia Paco Urondo.

Carlos A. Ricciardelli nació en la ciudad de Buenos Aires en 1973. Es docente y autor de varios libros de ficción, entre ellos:  Piedras contra un vidrio  (1998),  Las recónditas ganas de quedarme aquí  (2014),  Fiebre  (2020) y la antología de relatos prehistóricos  El quinto elemento  ( 2 016). Su último libro de relatos es  Rabia  (2022), de la colección Tinieblas de  Clara Beter ediciones .  Rabia  tiene 11 relatos breves y crueles con escenarios en la periferia de la ciudad: los alrededores del Riachuelo, los conventillos, el barrio de Pompeya, los pasillos de la villa, las canchitas. También hay un pueblo del norte en la montaña y la ciudad de Goya, en Corrientes, a orillas del Paraná. Los personajes en su mayoría viven en la marginalidad y hay uno recurrente, Martín Rilli, que también aparecía en el libro  Fiebre . El clima es muchas veces opresivo dado por las escenas de violencia, en esa “ciudad infernal de cuerpos dolidos”. Las imágenes y lo sensorial impregnan textos como “O

Tiempos de perros

¿Nunca una novia, nunca una amiga? dijo Don Braulio con una sonrisa. Siempre solo… No es bueno trabajar tanto, continuó ante el silencio de Tadeo que no supo que responder. El joven estaba incómodo y sorprendido. El viejo percibió el malestar, la incomodidad que había generado y cambió de tema. Espéreme un minuto. No se vaya que le compré algo le dijo palmeándole el hombro. Tadeo sonrió y metió las manos en los bolsillos del pantalón. Esperó. Acá le traje. No es mucho pero bueno, es por la paciencia que me tiene. No es nada, Don. No se preocupe, agradeció Tadeo y se despidió con otra sonrisa. Tadeo no hablaba mucho. Apenas saludaba a los vecinos y parecía siempre ensimismado. No sabíamos mucho de él: salía temprano, antes del amanecer y regresaba pasado el mediodía. Algunas tardes lo vimos salir a hacer las compras. Con el único que se paraba a conversar era con el viejo de la esquina y luego, enseguida a su casa. Cuando llegó el sábado, alrededor del mediodía, el calor era in

Heráclito de Efeso

Heráclito de Éfeso Jorge Luís Borges Heráclito camina por la tarde De Éfeso. La tarde lo ha dejado, Sin que su voluntad lo decidiera, En el margen de un río silencioso Cuyo destino y cuyo nombre ignora, Hay un Jano de piedra y unos álamos. Se mira en el espejo fugitivo Y descubre y trabaja la sentencia Que las generaciones de los hombres No dejarán caer. Su voz declara: “Nadie baja dos veces a las aguas Del mismo río” . Se detiene. Siente Con el asombro de un horror sagrado Que él también es un río y una fuga. Quiere recuperar esa mañana Y su noche y la víspera. No puede. Repite la sentencia. La ve impresa En futuros y claros caracteres En una página de Burnet. Heráclito no sabe griego. Jano, Dios de las puertas, es un dios latino. Heráclito no tiene ayer ni ahora. Es un mero artificio que ha soñado Un hombre gris a orillas del Red Cedar, Un hombre que entreteje endecasílabos Para no pensar tanto en Buenos Aires Y en los rostro