Cuando lo vio llegar una
equívoca sensación de alegría y nervios le recorrió el cuerpo. Se mordió el
labio confirmando la certeza del dato que la había llevado hasta allí, a esa
hora de la noche y se dispuso a observar. Disimuló la ansiedad entre las páginas
de un libro grueso y unos papeles que comenzó a garabatear. Él pasó a su lado
con una carpeta y dos libros que había bajado de uno de los anaqueles en la
parte de historia. Lo miró sentarse y disponer los libros a un costado, hojear
el tomo más grande y sacar unas hojas de la carpeta. Abrió una cartuchera en
forma de sobre y extrajo algunas lapiceras de color y un lápiz negro. Cuando él
levantó la vista se encontró con la mirada de ella, le sonrió. Se ruborizó y
disimuló su vergüenza hundiéndose en la lectura. El se paró y fue en busca de
otros dos libros. No había nadie a esas horas en la biblioteca.
Llueve en mi barrio y las aguas que bajan por zanjas arrastran papeles, un cuaderno de tapas verdes, paraguas rotos, los goles del domingo y algún beso que el viento tumbó en su viaje. Llueve en Parque Patricios y el agua penetra en las grietas y llega hasta el alma. Llueve en el barrio. Llueve en el mundo. La tormenta sacude los árboles y a las canciones que suenan en los teléfonos. Llueve en mi barrio, en Donbáss y en Palestina. Llueve, y los chicos sin nada se llenan de hambre, se llenan de agua. ¿Serán las gotas, las lágrimas, la sal? Llueve en mi barrio que es decir llueve en el mundo. El agua se arremolina con furia, entre los adoquines, veo un puño que sube, que sale del barro y crece desde la zanja y los barros de la Semana Trágica y crece. Hay mil fantasmas que recorren/caminan mi barrio. Don Miguel apurado y Carmelo, pasa Antonia, la Teresa y Bartolo… los pibes de las ranas cazando ...
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