Ir al contenido principal

Sueño con Anaïs Nin


Había esperado tanto el momento que ahora que estaba allí y la tenía frente a él, no sabía cómo proceder. Había alucinado, había imaginado mil formas distintas el momento en que por fin la  miraría a los ojos y la besaría, sí la besaría. Y justo en el instante en que posaría su boca sobre la de ella pondría su mano en su cintura –imaginó una y mil veces el instante- y deslizaría sus dedos por debajo de la ropa, hasta su piel, hacia el elástico de su bombacha y tiraría de él suave pero seguro hacia arriba para que la pequeña prenda se clavara en su anatomía. Para eso, pensaba, tendrían que estar a solas. Había soñado con eso tantas veces… Y entonces imaginaba la humedad pasando del cuerpo a la prenda. Imaginaba un leve escalofrío y la piel de la cola erizada. Después, pensó y soñó mil veces, la tomaría con la otra mano del culo y sin dejar de besarla, la traería hacia él, hacia su bulto que estaría latiendo en todo su esplendor.

Sí, había soñado despierto y dormido. Una, diez, cien veces con ese beso y su mano recorriéndole el cuerpo. Se imaginó tomándola de la nuca. Frente a frente, se acercaría sin dejar de mirarla a los ojos y sin darle tiempo le mordería la boca mientras la tomaría con fuerza de la nuca. Trayéndola con firmeza hacia él.

Una tarde de lluvia despertó de una siesta en el instante justo en que había comenzado a penetrarla. Habían quedado solos en un lugar desconocido y luego de varios desencuentros él la tomaba de la mano y la llevaba hasta un cuarto vacío. Ella le sonreía, entonces con la firmeza de una estrella de cine la besaba y con una presteza increíble desabrochaba el pantalón y mientras le levantaba la pollera y corría la bombacha, con la otra mano guiaba su poronga hasta la humedad de su sueño. Se despertó justo cuando luego de una breve resistencia se abría paso entre suspiros y ondulaciones.
 

Sin embargo ahora no podía articular palabra alguna. Estaba duro frente a ella. Los otros invitados habían salido a buscar más bebidas y entonces habían quedado solos. Tardarían un buen rato en volver del 24 horas de la avenida. Y sin embargo estaba ahí, quieto como un mueble más. Entonces fue ella quien se acercó a besarlo pasados unos segundos. Y fue ella quien apoyó la mano abierta en su bragueta. Con una presteza envidiable abrió el pantalón y tomó su poronga que empezada a despabilarse con timidez. No le dio tiempo. Anaïs sonrió y se arrodilló. Con la mano derecha agarró el miembro desde los huevos y con la otra, la agitó un poco antes de hundírsela en la boca.

Anaïs, murmuró afiebrado.

    

Comentarios

Entradas populares de este blog

"No me interesa el arte o la literatura para pocos" // entrevista del suple Fractura de la Agencia Paco Urondo.

Carlos A. Ricciardelli nació en la ciudad de Buenos Aires en 1973. Es docente y autor de varios libros de ficción, entre ellos:  Piedras contra un vidrio  (1998),  Las recónditas ganas de quedarme aquí  (2014),  Fiebre  (2020) y la antología de relatos prehistóricos  El quinto elemento  ( 2 016). Su último libro de relatos es  Rabia  (2022), de la colección Tinieblas de  Clara Beter ediciones .  Rabia  tiene 11 relatos breves y crueles con escenarios en la periferia de la ciudad: los alrededores del Riachuelo, los conventillos, el barrio de Pompeya, los pasillos de la villa, las canchitas. También hay un pueblo del norte en la montaña y la ciudad de Goya, en Corrientes, a orillas del Paraná. Los personajes en su mayoría viven en la marginalidad y hay uno recurrente, Martín Rilli, que también aparecía en el libro  Fiebre . El clima es muchas veces opresivo dado por las escenas de violencia, en esa “ciudad infernal de cuerpos dolidos”. Las imágenes y lo sensorial impregnan textos como “O

Tiempos de perros

¿Nunca una novia, nunca una amiga? dijo Don Braulio con una sonrisa. Siempre solo… No es bueno trabajar tanto, continuó ante el silencio de Tadeo que no supo que responder. El joven estaba incómodo y sorprendido. El viejo percibió el malestar, la incomodidad que había generado y cambió de tema. Espéreme un minuto. No se vaya que le compré algo le dijo palmeándole el hombro. Tadeo sonrió y metió las manos en los bolsillos del pantalón. Esperó. Acá le traje. No es mucho pero bueno, es por la paciencia que me tiene. No es nada, Don. No se preocupe, agradeció Tadeo y se despidió con otra sonrisa. Tadeo no hablaba mucho. Apenas saludaba a los vecinos y parecía siempre ensimismado. No sabíamos mucho de él: salía temprano, antes del amanecer y regresaba pasado el mediodía. Algunas tardes lo vimos salir a hacer las compras. Con el único que se paraba a conversar era con el viejo de la esquina y luego, enseguida a su casa. Cuando llegó el sábado, alrededor del mediodía, el calor era in

Heráclito de Efeso

Heráclito de Éfeso Jorge Luís Borges Heráclito camina por la tarde De Éfeso. La tarde lo ha dejado, Sin que su voluntad lo decidiera, En el margen de un río silencioso Cuyo destino y cuyo nombre ignora, Hay un Jano de piedra y unos álamos. Se mira en el espejo fugitivo Y descubre y trabaja la sentencia Que las generaciones de los hombres No dejarán caer. Su voz declara: “Nadie baja dos veces a las aguas Del mismo río” . Se detiene. Siente Con el asombro de un horror sagrado Que él también es un río y una fuga. Quiere recuperar esa mañana Y su noche y la víspera. No puede. Repite la sentencia. La ve impresa En futuros y claros caracteres En una página de Burnet. Heráclito no sabe griego. Jano, Dios de las puertas, es un dios latino. Heráclito no tiene ayer ni ahora. Es un mero artificio que ha soñado Un hombre gris a orillas del Red Cedar, Un hombre que entreteje endecasílabos Para no pensar tanto en Buenos Aires Y en los rostro