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Amantes



Odio las noches de calor, dijo casi en un susurro que a él le costó escuchar.
Odio el calor, porque no me abrazás al dormir, dijo en una especie de suspiro y se durmió lentamente en medio de la noche, dándole la espalda. Una frondosa melena de oscuros rulos se interpuso entre ella y la agitación de su pecho.

 Minutos antes, el frenesí de sus cuerpos le había arrancado un quejido apagado, casi suplicante que había detonado en él, aumentando su vigor, sus arremetidas. Fue entonces cuando la envolvió entre sus brazos, puso sus labios contra los suyos y creyó poseerla por completo. La abrazó con ambos brazos y sus manos llegaron a cada lado de sus muslos. Con  su mano izquierda logró alcanzar la humedad del encuentro y apoyó sus dedos al borde de su vulva abierta y bordeó sus continuas arremetidas.
Martin… Martin… jadeó su nombre un par de veces y luego se abandonó al temblor de su cuerpo y a un largo y profundo suspiro.


Luego, apartaron las sábanas húmedas y fueron acomodando la respiración al ritmo de la noche. Lenta, muy lentamente.   

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