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Si esa moneda hablara... más de la cuenta

Lo despertaron unas moscas zumbonas, revoloteándole por la cara y manoteó un par de veces frente a las luces del día. La dolía la espalda, el cuello. Se había quedado dormido en la orilla del riachuelo. Unos ladridos terminaron de despabilarlo y lo devolvieron otra vez a las calles del barrio. Estaba cansado. Tenía hambre. Pasó por la Iglesia y saludó a las viejas que se acercaban a escuchar la misa del padre Pepe. Sonrió a unos pibitos que pasaron corriendo y siguió hasta la otra esquina.
¿Dónde estará el pibe? Pensó de pronto.
Aprovechó la mañana y se fue para La tacita. Ahí estaba la Tere limpiando la cocina. El desayuno había terminado.
¿Tomamos unos mates? Le dijo Rilli después de saludarla con dos besos, uno por mejilla, como le habían enseñado.
¡Dale! ¿Por dónde andabas? Tan perdido…
Rilli sonrió y le alcanzó el primero de una larga serie de mates. Comió algunos chipacitos que le alcanzó la Tere y le contó del baile y que había visto a Marina con el gordo.
Y sí… Vos sabés como son las cosas.
Matearon un rato en silencio hasta que la Tere terminó de limpiar y ordenar todo, las cacerolas, lecheras y baldes. Se despidieron con un abrazo y la promesa de verse pronto. El mediodía se había instalado con un aire fresco y limpio; luminoso. Martín sonrió ante la tibieza del sol que daba en su cara. Los mates le habían sentado bien y la luminosidad del día lo había puesto de muy buen humor.
Compró una botella de agua y se fue para la plaza. Cruzando la avenida tomó un par de tragos y decidió que iba a tumbarse en el pasto y echarse a dormir.

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