

Mariana
I
Mariana, ahora, no quiere operarse.
Es que la semana pasada, en su privado del centro, mientras trabajaba, un tipo le acarició la poronga. Fue un descuido. Pequeña y torpe sintió de pronto avanzar su mano por la entre pierna; y acabaron los dos juntos. Sin proponérselo, era sólo trabajo.
No fue la primera vez.
Pero ayer, el cliente volvió y le dijo que la ama.
II
La primera de las palizas que recuerda la recibió de su hermano. Su padre, aunque nunca lo aceptó, jamás le puso una mano encima. Ni siquiera una caricia. Ni un beso.
La primera paliza la recibió justito después del primer beso y esa extraña sensación que le recorrió el cuerpo, erizándole la piel bronceada, del verano aquel.
Francisco, su hermano mayor, no soportó verlo en brazos de Juan, su mejor amigo. Y encima vestido de mujer.
-¡Estamos jugando!- alcanzó a decir antes de suplicarle que frenara de golpearlo.
III
Cuando tenía siete u ocho años y llegaba de la escuela corría a meterse en la cama con su abuela. Aprovechaba para mirar los últimos minutos de la novela. Siempre le gustó el pelo y la sonrisa delicada de Andrea del Boca. “Yo, soy Andrea del Boca” le había dicho a Juan un rato antes del primer golpe.
Le gustaban los bucles y el sombrero, ese que usaba con una flor en Celeste, siempre Celeste.
Cuando salió al barrio vestido de mujer por primera vez, pensó en usar ese nombre. Celeste, respondería a quién le preguntase. Pero nadie le habló. La miraban con desconfianza, con miedo, pensó.
IV
Cuando en tercer año lo encontraron en el baño del colegio con un pibe de quinto no la echaron. Lo obligaron a cambiarse de turno, luego de que su madre hablara largamente con los directivos del Normal. Fueron comprensivos le dijo su madre cuando caminaban de regreso hacia su casa.
Pero al mes y medio, sus nuevos compañeros del turno tarde llevaron las amenazas a los hechos y durante una hora libre, había faltado la de química, lo desnudaron y lo empujaron hacia el centro del patio con el cuerpo lleno de moretones y con un cartel en la espalda.
Esto es demasiado señora, le dijeron a su madre cuando le anunciaban que no le renovarían la matricula.
V
La tercera y cuarta paliza fueron en el mismo día, con algunas horas de intervalo.
Cansada de su casa se escapó a lo de una amiga que le enseñó la calle y la noche. Le mostró dos o tres esquinas que dejaban buena guita y le advirtió que nunca subiera a un auto con más de un hombre. Le hizo caso, pero no imaginó encontrarse con esos tipos. Cuatro turros, pelados y con camperas militares. Cuando se dio cuenta, ya los tenía encima. La patearon en el piso y antes de arrancarle toda la ropa le dijeron que lo iban a matar por puto y por negro. No se acuerda bien qué pasó. Cuando se despertó estaba en una celda. En la comisaría de un barrio desconocido. La ayudó un gordo que le prestó su campera.
Dos canas flaquitos la fueron a buscar. La sacaron de la celda y le pidieron la recaudación. Mariana no sabía de qué le hablaban. Los canas insistieron, querían la plata del día y como Mariana tenía apenas unos pesos se comió la segunda paliza del día.
Terminó vomitando sangre en un patio de tierra, detrás de un galpón.
Su madre la encontró tres días después, temblando de fiebre y con un acta por escándalo en la vía pública.
VI
Tuvo bronca y se llenó de odio. Se metió toda la mandanga que pudo y casi le explota el corazón. Afanó con y sin fierro. Se transformó en otra.
Puta,
chorra,
mechera,
rastrera
Terminó en cana y se volvió el gato más codiciado de Devoto.
Casi le revientan el intestino durante el último motín.
Pero salió.
Y ahora tiene su privado sobre la avenida Santa Fe.
VII
Conoció a Tincho hace algo más de un año y se volvió otra. Una gata de cuerpo divino.
Tincho le calentó la cabeza y la llevó al centro. Le mostró otro camino. Y a Mariana eso le gusta.
Solo te falta eso, te cortás la verga y terminás con el pasado. Se acabó esa vida de mierda y temor.
Serás toda una mujer, le dijo Tincho y le compró los pasajes a Chile.
Mariana lloró toda la noche.
Pero ahora no quiere operarse.
Es que la semana pasada, en su privado del centro, mientras trabajaba, un tipo le acarició la poronga.
No fue la primera vez.
Pero ayer, el cliente volvió y le dijo que la ama.
Y Mariana llora, llora toda la noche,
y se siente feliz.
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