
Se quedó duro, con un aguijón clavado en la garganta que apenas pudo aflojar dándole otro trago a la botella de cerveza. Tardó unos minutos en darse cuenta que molestaba parado ahí, justo en el centro del baile. Y tardó, también unos instantes, envuelto en la confusión, en dejar la fiesta y salir a la noche cerrada. El rocío ablandaba la tierra en algunos de los pasillos embarrando las zapatillas. Rilli caminó sin apuro. Quería despabilarse y encaró hacia el río.
Panameño… ¿dónde te metiste?, recitaba el pibe entre sueños, encorvado contra la pared de la Iglesia. Rilli sacudió la cabeza en una mueca risueña y siguió su rumbo.
Caminó, caminó un buen rato y llegó hasta la orilla del riachuelo. Se abrió pasó entre los pastos y la basura, buscando un claro que le permitiera acercarse. Lo encontró y se acomodó contra unos escombros frente al agua.
El sonido del río, golpeando espeso contra las piedras, lo fue acunando suavemente hasta llevarlo a otros tiempos. Una hermosa sonrisa apareció en su cara de ojos cansados, cerrados. Un tiempo en donde había sido feliz comenzaba a embriagarlo.
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