
Onetti, autor de las novelas El pozo (1939) y La vida breve (1950),
verdadera bisagra en la literatura del siglo XX.
Buscando unos malditos papeles, metido entre el polvo y el bochorno de fin de año encontré casi sin buscar unos viejos suplementos culturales de Página 12. Suplementos de los viejos tiempos en donde se llamaba Primer Plano en el indisimulable homenaje a la vieja y sesentista revista argentina. Junio del 94, acababa de morir en Madrid Juan Carlos Onetti y el suplemento titulaba Onetti por Onetti debajo de un dibujito de Rep donde mostraba el alma del viejo ascendiendo desde su cama al cielo. No faltan en el dibujo los libros, la botella de whisky, ni el humo subiendo de un cigarrillo a medio fumar. Quince años, pensé; cien de su nacimiento.
Metido en la cama y como estaba, desnudo junto a mi compañera, estiré el brazo y manoteé de la pila de libros y papeles por leer (aumentan día a día acumulando tierra e impotencia) el suplemento cultural. Entonces, fue imposible soltarlo, una y otra vez las frases y la fina ironía del Viejo volvían a atraparme como aquella vez frente a mi primera lectura: Juntacadáveres, encerrado en el almacén y aferrado a una cerveza que no aguantó tanta potencia y terminó estrellada contra la pileta del baño. Onetti vuelve con la fuerza de lo bello que se sabe bello aunque sea tragedia y perdición, Onetti vuelve con la contundencia de la vida y su inevitable corrupción, con las miserias humanas y sus pequeñas resistencias, grandes gestos de rebeldía y expiación; porque como ya fue escrito lloverá siempre sobre los cuerpos humanos, tan sencillamente humanos, cansados de trajinar la vida.
El suplemento amarillea 8 carillas y está dedicado a él. Salvo las novedades literarias y los “más vendidos”; el resto, todo es de él. Una muy buena entrevista de Ramón Chao y cinco reflexiones en las plumas de Soriano, Briante, Febro, Graña y Viau. El final, en la contratapa bautizada Pie de página hay una foto central del Viejo en la cama. Primerísimo plano de su cara. Una foto de sus últimos años, barbudo, ojos saltones, hinchado… Onetti mira fijo a la cámara, me mira. Y en esos ojos está contenido su angustioso saber, la confirmación de toda su obra que recitará a modo de síntesis en el final de la entrevista: pobres triunfos pasajeros…
Tres relatos, inéditos a esa altura del mundo, enmarcan la foto: Bichicome, Las tres de la mañana y Los besos. Tres cuentos finales que trabajan sobre la pérdida de la infancia, la libertad y de la vida, tres golpes al cuerpo, directos. Tres cuentos breves y nock out! Trastabilla en mi memoria la imagen lenta de Dempsey cayendo fuera del ring ante el golpe demoledor del argentino Firpo. Se dibuja una y otra vez en mi cabeza el cuerpo pesado, blancuzco resbalándose entre las cuerdas. (…) pobres triunfos pasajeros… hasta la vuelta a empujones del norteamericano al cuadrilátero, y después el mach se vuelve onettiano. Sólo faltó que se acercara al púgil caído “(…) impávida, la muy puta, la muy atrevida, para besarle la frialdad de la frente (…) dejando entre la horizontalidad de las tres arrugas una pequeña mancha de carmín.”
A Onetti lo conocí por mi hermano mayor, allá por el 94, semanas antes de su muerte aparecida en la sexta de Crónica y leída de pie, a las apuradas, en el Stella Maris de Constitución.
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