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Crónicas villeras, el comedor




-Disculpe doña, ¿habrá algún lugarcito más? Somos dos.
-Rilli, ¿qué vas a hacer? –me preguntó Felisa, la encargada de los almuerzos en La tacita. Uno de los trece comedores del barrio que florecieron luego del 2001.
-Me arreglo, no hay problema- respondí ante las cejas arqueadas de la mujer y las miradas lastimosas de los recién llegados. No los conocía. Dijeron que eran de Zavaleta.
-Gracias –alcance a escuchar mientras me corría a un costado. Había comenzado a llover y las chapas nuevas no habían llegado.
-La próxima semana, con los planes...
Apenas el vapor de la sopa comenzó a desparramarse comenzaron a llegar los pibes, corriendo, moqueando los primeros fríos del otoño. Los pelos duros, desteñidos en carcajadas y los gritos de algunas madres que se acercaban con panes y ollas vacías.
Manoteé un pancito y me fui yendo. Saludé a Felisa prometiendo que volvía para los mates. Salí hacia dentro del barrio, caminé bajo una llovizna molesta y doblé en el pasillo de la Leti. Los pibes seguían en la misma esquina, más flacos, más viejos que anoche. Esta vez no me saludaron, no me vieron. Ahora llovía con más fuerza. Me paré bajo unos techos desparejos para resguardarme del agua. Poco a poco el barrio se llenó de charcos pintando las zapatillas, los pantalones de barro. Apuré el paso, salté un par de zanjas, pasé por la escuela y llegué hasta Iriarte. Zigzagueé hasta Luna y me demoré en el humo de unos chori recalentados. Paré a comer.
Poco a poco el barrio comenzó a dormirse. El puesto de Chano empezó a vaciarse y el pibe que lo ayuda comenzó a limpiar la parrilla. Me acurruqué contra la pared y terminé de a poco el vino. El tiempo fue deteniéndose al ritmo de una cumbia dulzona. Creo que me dormí porque de pronto el estruendo de un patrullero me sacudió violentamente. Unos pibes corrieron entre los pasillos y más canas cayeron haciendo sonar las sirenas. En pocos segundos la modorra del barrio se transformó en hormiguero febril. Corrieron todo tipo de versiones: que los transas de la otra cuadra, que se agarraron los pibes del fondo, que venían corriendo a dos que no son del barrio... Me desperecé entre la gente y fui saliendo del tumulto y las distintas versiones. Crucé al puesto de Doña Ramona a comprar unas hierbas para la digestión y me volví caminando hacia el comedor. Era la hora de tomar unos mates.

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