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Mostrando entradas de 2015

Sábado 3 de octubre

(Amor) El almuerzo había terminado cerrando una mañana complicada de mocos, llantos y fiebre.  Alrededor de la mesa habían quedado restos de comida, pan y dos cubiertos plásticos. En un canal de youtube cantaba Calamaro y el hombre acabó su copa de vino. Después, se recostó sobre el sillón de cuerina negro y lentamente se dejó ganar por el sueño de la tarde. Rocío, comenzó a apilar los baldes multicolores y luego, se sentó en el piso a darle de comer al oso, al negrito y a la muñeca de las trenzas rosadas. Hablaba, cantaba en su idioma al ritmo de la música de fondo. El hombre se entregaba al sueño, cuando sintió un manotazo sobre la pierna y enseguida Rocío trepó sobre él. Un perfume dulzón se desprendió de sus rulos negros y se acomodó sobre el pecho de su padre. Se llevó el pulgar a la boca y comenzó a chuparlo. La tibieza de su cuerpo desprendía olores a comida, leche y Jhonson &Jhonson …  Los ruiditos del pecho, los mocos demoraban la entrada al paraíso

Heráclito de Efeso

Heráclito de Éfeso Jorge Luís Borges Heráclito camina por la tarde De Éfeso. La tarde lo ha dejado, Sin que su voluntad lo decidiera, En el margen de un río silencioso Cuyo destino y cuyo nombre ignora, Hay un Jano de piedra y unos álamos. Se mira en el espejo fugitivo Y descubre y trabaja la sentencia Que las generaciones de los hombres No dejarán caer. Su voz declara: “Nadie baja dos veces a las aguas Del mismo río” . Se detiene. Siente Con el asombro de un horror sagrado Que él también es un río y una fuga. Quiere recuperar esa mañana Y su noche y la víspera. No puede. Repite la sentencia. La ve impresa En futuros y claros caracteres En una página de Burnet. Heráclito no sabe griego. Jano, Dios de las puertas, es un dios latino. Heráclito no tiene ayer ni ahora. Es un mero artificio que ha soñado Un hombre gris a orillas del Red Cedar, Un hombre que entreteje endecasílabos Para no pensar tanto en Buenos Aires Y en los rostro

Por favor que el adiós no se alargue

Tres días llorando. Comprobó, durante la madrugada que ya no le quedaban lágrimas. Igual se compunge y lleva sus manos a la cara aguantando el acceso de llanto que llega otra vez. Otra vez sin lágrimas. Llora. Llora hace tres días seguidos. Se levanta entonces, en medio de una nube de recuerdos y humo. Manotea el aire queriendo atrapar las imágenes o acomodarlas de otra forma, darles otro color…   Camina sobre el piso de madera; cruje esquivando libros, papeles, platos sucios, botellas… Llega hasta el baño y se quita la remera, el pantalón. Abre la ducha y espera un fuerte chorro de agua caliente que llegue a entibiarle los huesos, a calmarle alguno de los dolores físicos, porque sabe que al alma, casi no se llega… no llega y un nuevo acceso de llantos lo dobla bajo el agua. Aprieta la cara contra las rodillas y el agua cae… sobre un ovillo de carne temblorosa. Sale del baño y se para frente al espejo. Se mira, se  lleva una de las manos al pecho, se toca.

Tiempos

Y  bueno… hay tiempos de vacas flacas o sin cosecha… es cuando la tierra está seca, dura más que el alma –piensa Raquel y trata de recordar las palabras del misionero aquel, “evangélico”. El pastorcito valiente como le había dicho el panadero en un tono casi burlón. El pastorcito valiente está más loco que una mula, nena . Y Raquel sonrió, pero no le hizo caso.  Y entonces recuerda la frase, el verso que cree era del Eclesiastés: Todo tiene su momento y todo cuanto se hace bajo el sol tiene su tiempo, Un tiempo de nacer y un tiempo de morir, Un tiempo… –recuerda salteando versos, perdiéndose entre los recuerdos de su respiración acompasada hasta el llanto; la transpiración.. . Un tiempo de amar y un tiempo de aborrecer, Un tiempo de guerra – dice y no puede terminar de recordar.  

La flor del hibisco

Una fauna algo alterada lo sacó del ensueño. Se soñaba entre grandes cubos grises y espejados que multiplicaban su rostro extrañado hasta el infinito. Deambulaba perdido, al borde del llanto bajo ráfagas de luces multicolores… El griterío nervioso lo rescató de la trampa de cemento y ciudad, palabras desconocidas que retumbaban en el fondo de su cabeza. Se tambaleó en la penumbra y echó maquinalmente unas ramas secas para reavivar el fuego. Desde afuera entraba el frío matinal, pero cierta textura en el aire lo llevó a fruncir la nariz un par de veces. Se rascó la cabeza y salió despacio. Aún algo dormido observó correr a los animales. Sobre la cueva sobrevolaban pequeñas grupos de aves. Todos parecían huir. Algo se avecinaba. Lo sentía en el aire que llegaba hasta su piel produciéndole escalofríos. Ahora lo podía sentir bajo los pies, en el temblor tímido de la tierra. Regresó al interior. Comenzó a levantar sus herramientas y las trasladó hacia el interior profundo de la gri

Hibisco

El hombre camina días enteros entre los árboles y las piedras. Rara vez el ojo se detiene en una cosa, y es cuando la ha reconocido como el signo de otra: una huella en la arena indica el paso del tigre, un pantano anticipa una vena de agua, la flor del hibisco el fin del invierno.  (Italo Calvino, Las ciudades invisibles) La jornada ha dejado paso al silencio cálido del refugio en donde los restos de carbón aún desprenden el perfume de los inciensos matinales. El hombre deja a un lado las pieles sanguinolentas de caribú junto a sus herramientas, algunas piedras talladas que usa de cuchillo y raspadores varios. Se acerca al fogón apagado y siente la tibieza del fuego extinto. Lo siente en la piel y en sus vellos que se erizan. Lo siente en su nariz, donde se dilatan las narinas y huelen la presencia animal de su compañera. Cierra los ojos de pie frente al rescoldo y distingue el olor de su hembra entre capas sutiles de incienso, pastos y tierra. Sabe que está allí, en alg

Qué pensás...

El  hombre se sentó como de costumbre frente a su ordenador que iluminaba parte del cuarto y una pregunta enfrentó a sus ojos ¿qué estás pensando? decía la entrada de su facebook.  ¿Qué estoy pensando? murmuró y se echó sobre el respaldo de su silla mientras le daba un sorbo a la taza de café que había terminado de preparar. Por la ventana de su pequeña casa se veía declinar la tarde de un tibio otoño. Las hojas caían de los árboles amontonándose para delicia de los chicos que las hacían crepitar bajo sus pies. Bebió un par de veces de la taza y trató de ordenar la cantidad abrumadora de imágenes  e ideas que había disparado la pregunta. …Por qué tengo que sufrir tanto… y sintió cada sílaba de la oración pronunciada punzando su pecho. Se avergonzó enseguida. Le parecía estúpido pensar eso comparado con el estado del mundo. Pensó que era una estupidez, un estado de adolescencia tardía… sufrir tanto murmuró otra vez. Se levantó y caminó por su casa. Miró las paredes cubie

Esas hembras no son dulces, no.

(…) esas hembras no son dulces, no. Superlógico, sí; superlógico (…) El Pibe Gorrita no es un desangelado más. No; y lo sabe bien desde la escena titánica y horror residual del último fin de semana. El Pibe no pudo o no supo rescatar a su linda muchacha de su cárcel de furia, otro ataque más! Y más, más! La criatura hippy chic de Abasto se cortó con hojitas finas de afeitar su linda sangre comenzó a chorrear y escribió la pared con deditos de pincel. El Pibe Gorrita sabe bien.  

Escuchábamos rocanrrolles

Escuchábamos roncanrolles echados en el sillón así, tu cabeza sobre la mía. Aprovechaba a sentir tus olores, tus perfumes entre el pelo, tus olores en la piel. Escuchábamos rocanrrolles y nos pasábamos un mate caliente de anhelos y tibios de besos. Escuchábamos roncanrolles echados en el sillón, susurrabas temas de los redondos y jugábamos, otra vez, como en aquellos buenos tiempos, a descifrar las letras, a imaginar cual había sido el mensaje de aquellos años desangelados. Jugábamos a cazar el tiempo, a meterlo dentro de nosotros, a empujarlo con nuestras lenguas, a llenarnos de él. ¿Ves? Dijiste de golpe y te levantaste, para mí, que se lo estaban cogiendo… y echaste durante unos segundos los ojos hacia el techo, como si la música bajara del cielo. ¿Ves? Y ahora movías las manos, con las palmas hacia arriba, se lo estaban cogiendo, repetiste, ¡y estabas tan hermosa!   No lo había pensado, respondí, trayéndote hacia mí, hacia mis locas ganas de vos.    

A propósito de "Las recónditas ganas de quedarme aquí..." Por Alan E. Storino

El compás es la entidad métrica musical compuesta por varias unidades de tiempo (como la negra o la corchea) que se organizan en grupos, en los que se da una contraposición entre partes acentuadas y átonas1.  “Las recónditas ganas de quedarme aquí, nomás” es una obra escrita por Carlos Ricciardelli, escritor, maestro, profesor, padre de tres hijos, socialista, quemero, porteño,  muchacho de letras, historiografía y demás compases (o unidades de tiempo) que la contingencia  de vivir -o no morir según Derrida-  le va deparando a lo largo de su  existencia.   Página siete. Comienzo del viaje. Página en blanco y letra grandilocuente.  El autor juega con las ansiedades y arroja la primera piedra provocando estéticamente al potencial lector progresista (¿ergo ateo y pagano?) con una cita de Jesúcristo. “Ahora, en cambio, el que tenga dinero que lo traiga, y también provisiones, y el que no tenga espada, que venda su abrigo y se compre una”  Primer relato: El desvío   “Turbio fondeader

Manuel Ugarte, a modo de homenaje

Hace poco, por obra del azar y de algo parecido al aburrimiento, me puse a acomodar papeles y libros que había usado para un antiguo trabajo. La tarea me atrapó por completo y me detuve en detalles, marcas y subrayados  y –siempre sucede lo mismo- no pude terminar lo iniciado. La suerte me llevó a encontrar un libro de Manuel Ugarte.  En el prefacio a Mi campaña Hispanoamericana (1922) hallé una magnífica clase sobre el quehacer de la diplomacia internacional. En aquellos años –primera década del siglo XX- la elite por entonces gobernante y sus órganos de difusión sostenían –como hoy, como siempre- la imposibilidad e inconveniencia de malquistarse con los EEUU. Entonces, en el prefacio Manuel Ugarte explica, les explica a los doctos liberales, “lo que precisamente caracteriza la acción diplomática es la posibilidad de disentir sin chocar y de obtener ventajas o disminuir las del adversario sin utilizar un gramo de pólvora, manejando la sutileza, el razonamiento, el interés o m

Me separo las palabras...

Me separo las palabras y busco busco entre los huesos que heredé de mis padres/ en papeles amarillos/ secos de sol Busco/ busco/ y poco a poco -trabajo de largo aliento- voy deconstruyéndome Me separo las palabras y busco busco entre los huesos y papeles amarillos Busco busco y me digo me voy diciendo diciéndome/ llamándome/ nombrándome/ estos son tus huesos, palabras que soñaron a tus padres    

Las recónditas ganas de quedarme aquí...

El segundo libro de cuentos Las recónditas ganas de quedarme aquí, nomás puede conseguirse en las siguientes librerías de Buenos Aires: De la Mancha. Av. Corrientes 1888  El Aleph.  Av. Rivadavia 3972 Punto de Encuentro. Av. Entre Ríos 1071 Vuelvo al Sur. La Rioja 2127 Centro Cultural Jauretche. Bolivar 1015