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Mostrando entradas de 2014

Relato de Navidad

Diciembre había llegado como todos los años: deseado hasta el colmo de la espera. Y una vez allí, los días se escapaban como el agua entre los dedos. Era nuevamente frustrante. Los cierres obligados e impostergables lo llevaban a trabajar más tiempo y con renovada presión. El calendario engañaba con sus feriados y anuncios de fiestas y prontas vacaciones. Siempre se dijo, diciembre es para disfrutar esperando los brindis con amigos y las fiestas . Pero, otra vez, los cierres aprietan y no se puede pensar en diciembre ni en días calmos. Todo es, nuevamente tan vertiginoso como siempre.  Diciembre es una utopía, un fracaso más , piensa y da otra vuelta más en su desvelo. Entonces Martín se detiene en medio de la noche, salpicado de luces navideñas que entran por la ventana abierta. Martín se levanta de la cama porque la botella de agua que tiene a su derecha, en el piso, está vacía y no aguanta la sed. Se sienta buscando el reloj y gira, y la ve. Malena duerme a su lado,

Carlos A Ricciardelli presentó su segundo libro de cuentos:Las recónditas ganas de quedarme aquí, nomás

El viernes 14 de noviembre en el Centro político y cultural El Jauretche de la ciudad de Buenos Aires, Carlos A. Ricciardelli presentó su segundo volumen de cuentos. Durante el encuentro se escucharon las palabras de Néstor Gorojovsky, Gustavo Ramazzotti y Paulo Cesar. El pianista Ulises Avendaño inició la velada con Mi noche triste y Nunca tuvo novio, dos bellísimos tangos que encendieron la noche. Ricciardelli, Crispin y Ramazzotti presentando Las Recónditas ganas de quedarme aquí, nomás                                                                    En el centro Carlos Ricciardelli, a su izquierda Gustavo Ramazzotti y Crispin. A la derecha el músico de tango Ulises Avendaño y Paulo Ocampo. Debajo Héctor Laplace.    

Recuerdo

Recuerdo,  pequeño ratoncito de biblioteca, aquella tarde de  invierno en donde te sorprendí hundiendo tu linda naricita entre  las  páginas ilustrada de un viejo Quijote.  No leías con devoción  – aunque lo hacías a menudo- no;  te tomabas toda la merca que  había  traído para nosotros. Sí, ratoncito mío, toda. Y el problema,  no fue   justamente que no te hayas acordado de mí, sino que  mientras  entraba al cuarto con una botella de vino y te encontraba  tan  ensimismado en la tarea, detrás de ti se paseaba la putita de  Angelina completamente desnuda...    

El cuerpo, otra vez

Los días habían transcurridos con una monotonía ostensible de calor y humedad creciente. Humedad que Martín creía anunciadora de lluvias y tormentas, de crecidas y camalotes con víboras en las márgenes del Paraná. Casi diez días calculaba Martín de su llegada a Goya, su encierro y lenta recuperación del cuerpo. No ha sido penoso – piensa, aunque sabe que falta todavía. Pero se siente con fuerzas y ánimo rejuvenecido. Ha salido a caminar por el vecindario durante las tardes. Llegó hasta el río una mañana rosada y creyó descubrir los saltos del dorado con vigorosidad envidiable. Ha podido tomar algunos mates en los últimos días y eso le dibujó una sonrisa casi completa ganándole terreno a la parálisis. De apoco, dejó de jugar con la pistola y se olvidó de los caracoles cuando abrió la ventana y dejó entrar al sol. Ordenó los libros y juntó los papeles que había comenzado a garabatear.  Se animó a salir cuando las vecinas charlaban en las tardecitas bajo a la sombra de los árb

El cuerpo

La parálisis izquierda me recorre parte del cuerpo; desde la cara hasta el brazo. Por momentos es un hormigueo irritante y otras tantas, como un calambre frío. No puedo matear. Parezco un idiota chorreándome y ando por hábito, por costumbre con el mate de un lado a otro, cambiando la yerba, calentando el agua.   Intento tomar. Tampoco puedo fumar. Pero eso es otra cosa, porque ando con el cigarro en la mano, lo enciendo y miro como el humo crece despacio. Es otra cosa. Llegamos a Goya luego de ir subiendo por el Uruguay intentando cruzar para el Brasil. Como la suerte se había vuelto esquiva nos internamos hacia el este buscando cierta calma, guarecernos de la tormenta que habíamos desatado. En eso estábamos cuando el accidente me tumbó del árbol. Desperté un par de horas más tarde sin comprender que había pasado.  Me encontraba en una salita de hospital con una enfermera que no dejaba de preguntarme cómo me sentía. Así estuve un par de días hasta que decidimos que no podía

Sueño con Anaïs Nin

Había esperado tanto el momento que ahora que estaba allí y la tenía frente a él, no sabía cómo proceder. Había alucinado, había imaginado mil formas distintas el momento en que por fin la   miraría a los ojos y la besaría, sí la besaría. Y justo en el instante en que posaría su boca sobre la de ella pondría su mano en su cintura –imaginó una y mil veces el instante- y deslizaría sus dedos por debajo de la ropa, hasta su piel, hacia el elástico de su bombacha y tiraría de él suave pero seguro hacia arriba para que la pequeña prenda se clavara en su anatomía. Para eso, pensaba, tendrían que estar a solas. Había soñado con eso tantas veces… Y entonces imaginaba la humedad pasando del cuerpo a la prenda. Imaginaba un leve escalofrío y la piel de la cola erizada. Después, pensó y soñó mil veces, la tomaría con la otra mano del culo y sin dejar de besarla, la traería hacia él, hacia su bulto que estaría latiendo en todo su esplendor. Sí, había soñado despierto y dormido. Una, die

Rilli

Rilli ha desaparecido hace semanas. Lo busco, lo llamo y no responde. Por eso su ausencia aquí, en estas líneas de luz y alquimias de bytes. Vine decidido a encontrarlo, a mirarlo a la cara. Increparlo, preguntarle por qué. … No está. No hay nadie aquí. Solo quedan sus cosas. Algunas de sus cosas: un mate usado, papeles escritos, manchados, dos botellas vacías y una foto. La foto de una mujer, cenizas en la mesa y en la pileta. La yerba del mate esta negra y le sobrevuelan moscas, mosquitas. No está.  

La carta inesperada

Queridos lectores, nuestro amigo Martín Rilli   acaba de recibir una carta. ¡Si! Una carta como las de antes. Nada de mail ni tuiter. Nada. Una carta de papel, en sobre y con matasellos. Y semejante carta lo tiene a mal dormir, desvelado. Porque no solo recibió una carta como las de antes, sino que además no recuerda el nombre de quien la firma. Bueno, aquí va y juzguen ustedes si el desvelo es merecido...   Querido mío:                    He decidido terminar con estos años de oscuro exilio. Sé, de buena fuente, que te mantienes tan activo como en aquellos años; y eso me alegra. Aún tengo el recuerdo de tu piel lastimada, las gotitas de sangre conque dibujaste mi nombre sobre la remera de Huracán que usaba para dormir. Recuerdo, querido mío, tus angustias y ansiedades y como fui generosa contigo. Ah… si pudiera regresar el tiempo…                                                                           M.  

hay Señor, tantos pibitos desangelados!

Se frota la nariz y va otra vez en busca de la otra pibita. Da una vuelta en medio del patio, muequea como una desconocida, grita, aulla que la va a matar. Ojitos pintados, lindos ojitos que no caben en su cara. Campera adidas hasta el cuello y los brazos duros como ramas secas sacudidas por la inclemencia del viento. Va y viene, eléctrica, hermosamente joven… putea una y otra vez, grita, jura que la va a matar…   

Un baión para este idiota

Pituca sabe que es el mejor el mejor culo para ese sillón (usa sal de melodrama y se la cree) Y sabe bien que hoy su chance es corta!   El celular no paraba de sonar y ya sin fuerzas para seguir peleando, lo apagó. Se dejó caer sobre el sillón y acabó con el cuarto vaso de whisky. Y justo, cuando el calor que subía del pecho lo abrazaba en una dulce y lenta borrachera, escuchó los golpes en la puerta. Alzó levemente la cabeza, levantando el mentón que insistía en doblarse perezoso sobre el tórax y miró en dirección a la calle. Los golpes se repitieron dos veces más, metálicos, de llaves contra un vidrio. Abrime, Martín… es por la nena, abrime que esta con fiebre. Volvió a cabecear y creyó dormirse hasta que los golpes lo despertaron definitivamente. Una fuerza extraña ayudó a levantarlo y lo guió hasta la puerta. Caminó por el zaguán tropezándose con las macetas y las muñecas que habían quedado en el piso. Eva había estado con él, jugando toda la tarde. Y ahora, la mu

J. C. Onetti, padre y maestro espiritual

“Le pido perdón por haber desaparecido de aquella manera. Viví no sé cuántas horas en el otro mundo, sin casi comer, sin casi dormir, teniendo como alimento Old Parr y Philip Morris y algo que no es decible. (…) Ya empiezo: el rey David se acostó con una niña para volver a ser joven y fracasó porque el procedimiento para reconquistar lo único envidiable de la adolescencia –la limpieza del alma, la virginidad de las sensaciones y el desinterés- consiste en no acostarse con una niña” J. C. Onetti, carta a Julio Payró.

blues

                    Siempre habrá historias tristes. Tan tristes como la agonía de este mundo.             Y ésta es la historia de un hombre que como tantos otros, soñó en un verano que todo le era posible. Fue por aquel entonces cuando tuvo un sueño cifrado, premonitorio, que lo llevó a juntar todas sus pertenencias y cambiarlas en un local del Once. Después se trepó a un micro en Retiro con dos bolsones enormes y viajó a la costa de un verano incipiente. Vendió todos OnOO los barriletes made in China en un fin de semana febril y llenó el cielo de San Bernardo con peces multicolores. Juntó un ladrillo húmedo y macizo, envidia de muchos, casi de un kilo y medio, y los cambió por varios de cien y cincuenta; dejó algunos de cambio. Un viento enorme lo empujó por la costa, y lo interpretó como una buena señal: brindó en la playa con la de bikini verde, la convenció en una noche y se fueron a Brasil.              Tres días con sus noches ardientes tardaron, corriendo

Búfalos

     Martín soñó con extrañas bestias doradas. Pequeñas manadas surcando praderas extensas, lagunas y pastizales. Búfalos jóvenes de melena espesa trajinando campos y helados inviernos.       Algunos kilómetros hacia el oeste, Nehuén albergó durante noches enteras a resplandecientes bisontes apareándose en las orillas del Mississippi. Desgarrando la noche en roncos bufidos, en sueños distintos, lejanos.               Nehuén y Martín no se conocen. Sin embargo el sueño se vuelve espeso, recurrente. Se expanden las bestias en sus cuerpos como en enormes praderas y sudan en las noches olores lejanos, salvajes.