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Mostrando entradas de 2009

Palabras maestras

Ángel Rama: lecturas de un pasado presente El paisaje preferido de la sociedad de consumo (la alegría de su burguesía) es el “supermercado”. La apetencia de la propiedad, el ejercicio del placer de la mesa, el poder de comprar, la acumulación de bienes, la asepsia del enlatado. Es visiblemente la “clase media ascendente” y responde a su concupiscencia que recién comienza a ser saciada, pues la alta burguesía dispone de otros circuitos más exigentes (desde botillerías hasta boutiques) donde ejercer sus demandas. La grosería del espectáculo, si bien se mira, corresponde a todavía vastas y urgidas apetencias de disfrutes terrenales. Y cuando en el supermercado aparecen cuadros o libros, este nivel primario (pero que se esfuerza por ascender) se revela en su franca elementalidad. Ralph Nader podría discutir los productos materiales que se ofrecen a estas gentes y evidenciar como se les engaña o explota. En el rubro artístico podríamos hacer una investigación parecida viendo estos cuadros

Crónicas villeras, el comedor

-Disculpe doña, ¿habrá algún lugarcito más? Somos dos. -Rilli, ¿qué vas a hacer? –me preguntó Felisa, la encargada de los almuerzos en La tacita. Uno de los trece comedores del barrio que florecieron luego del 2001. -Me arreglo, no hay problema- respondí ante las cejas arqueadas de la mujer y las miradas lastimosas de los recién llegados. No los conocía. Dijeron que eran de Zavaleta. -Gracias –alcance a escuchar mientras me corría a un costado. Había comenzado a llover y las chapas nuevas no habían llegado. -La próxima semana, con los planes... Apenas el vapor de la sopa comenzó a desparramarse comenzaron a llegar los pibes, corriendo, moqueando los primeros fríos del otoño. Los pelos duros, desteñidos en carcajadas y los gritos de algunas madres que se acercaban con panes y ollas vacías. Manoteé un pancito y me fui yendo. Saludé a Felisa prometiendo que volvía para los mates. Salí hacia dentro del barrio, caminé bajo una llovizna molesta y doblé en el pasillo de la Leti. L

Cantegriles -crónicas villeras-

Postales Al cruzar las vías de la estación Buenos Aires el paisaje se parte en dos, una estrecha franja de hilos metálicos separa un mundo del otro. Cruzar por detrás de la cancha de Huracán puede convertirse en toda una aventura para cualquier desprevenido. Un enorme cartel anuncia desde hace varios meses, bajo las siglas ONABE, el progreso que se resiste a llegar. El espacio, unas cuantas manzanas abandonadas, baldíos antiguamente ocupados por barracas y depósitos que secundaban las vías de un tren de carga, abandonado a la desidia y el desguace liberal de los noventa, fue escena hace apenas unos meses de una disputa entre vecinos hambrientos, vivillos y mediopelos de un barrio pobre que no quiere parecerse a sí mismo. Cruzás las vías esquivando charcos, y entre los pastizales –que pueden llegar hasta los dos metros de altura– grupitos de pibes, flacos, refriegan sus narices en los puños gastados; un obrero de bolsito al hombro y espaldas dobladas negocia una fellatio tras los galpon

TOLSTOI: en Iásnia Poliana, el otro aleph

Sobre la mesa en donde trabajo y como, descubro unas fotos sobre Iásnia Poliana –extensos territorios de la familia Tolstoi destinados a la agricultura- en las afueras, hacia el sur de Moscú. Las distintas fotos muestran largas hileras de pinos, increíblemente pequeños, ante la inmensidad del espacio. También aparecen ondulaciones, cuchillas tenues, cubiertas de nieve. Miro las fotos y me invade una rara sensación de quietud y soledad. Todo el territorio agrícola de la inmensa Rusia está cubierto de nieve. Una de las fotos muestra el frente de una enorme mansión ladeada de abetos. En 1847 y con sólo 19 años León Tolstoi toma, como parte de la herencia familiar, los territorios agrícolas de Iásnia Poliana y 300 campesinos varones. (Las mujeres, en ese entonces, no se contaban.) En ese mismo año, el joven León, comienza a escribir un diario en donde anota todas sus dudas y angustias que lo habitaron hasta el último minuto de su vida. En 1857 Tolstoi escribía a Alexandra Tolstaia: “La ete

Vientos

Fin de año Cubierto de hojas amarillas, crepitando entre las sábanas, revuelvo el vacío de tu ausencia. Insomne, inconsciente aún el zumbido del aparato que ventila no alcanza a despegar los ecos. Y doy otra vuelta, medio dormido, medio despierto, hasta que dejo mi cara sobre un pedazo de sábana que huele a vos. Mezcla de perfume y transpiración, huellas de tu cuerpo. Allen, el hermano mayor, arrastra colchones llenos de chinches en la madrugada lluviosa Empujando almohadones grises bajo la llovizna que lava su cabeza ¿Dónde estarás ahora? ¿Habrás llevado tu libro, regalo de Navidad? Me refriego en tu olor y una gota de sudor cae. Sudor sobre sudor. ¿Qué hizo después? Cuando quedó solo en medio de la noche rodeado de ausencias ¿Se durmió sobre las tablas del cuarto? ¿Lastimándose la piel húmeda con las astillas? Allen, el hermano, camina ciego en la madrugada, arrastra sus pies y los mechones grisáceos caen de su cráneo. Camina, ciego y borracho, sin darse cuenta que tras sus pasos ven

Algo parecido al amor, fragmento

(...) Desperté de pronto con un fuerte ataque de tos. No podía respirar, me asfixiaba. Manoteé el aire con los ojos entrecerrados y cientos de globos azules comenzaron a agitarse sobre mi. el susto me invadió y quedé paralizada sintiendo caer las tibu¿ias esferas azules sobre mi cuerpo, cubriendo las sábanas, deslizandose al piso. Quise moverme, sacudirlas y no pude. Una extraña rigidez había capturado todos mis movimientos, sólo alcanzaba a revolear la mirada que iba cegándose lentamente. Intenté soplar y no pude. Apenas escuchaba el suave rasguño de mis pestañas sobre la tirantés del látex y mi respiración en aumento. Cientos de globos caían sobre mi. El brillo azul fue oscureciéndose hasta cubrirme por completo y presionar sobre mis pupilas abiertas en busca de luz. (...) Algo parecido al amor + novela breve Algo parecido al amor + novela breve

Objetos

"(...) Sólo conozco la dulce leche de tus dientes; la leche plácida y burlona que me separa y para siempre del paraiso imaginado del imposible mañana de paz y dicha silenciosa de abrigo y pan compartido de algún objeto cotidiano que yo pudiera llamar nuestro." J.C.O. Y el pan nuestro

Onetti y el arte de la derrota, lecciones de un maestro

“Nunca escribí para pocos o muchos; siempre escribí para mi dulce vicio que no castiga el código penal.” J.C.O La vida breve (Bs. As. 1950) de Juan Carlos Onetti es un curso magistral de literatura. A diferencias de muchos otros escritores, el Gran Oriental nunca escribió siquiera un apunte de cómo debía hacerse literatura. Mucho menos un decálogo o “paper” académico en donde –con precisión de ingeniero- se dedicara a descular “la forma literaria”. En cambio, en muchas de sus obras, puede verse –aguzando la lectura- la tensión del oficio más viejo del mundo. O caso, ¿hay alguna otra actividad del hombre que precede a la de sentarse al calor de un fogón prehistórico a contarse historias? En 1939 aparece en Montevideo su primer libro: El pozo, novela breve en donde Eladio Linacero, sólo y a punto de cumplir los cuarenta años, se encuentra en una pieza de hotel, sin vidrios en la puerta con viejos diarios tostados por el sol clavados en la ventana. Solo y sin tabaco, se dispone a

Entonces

Es un día terrible. Pensar que hace unas semanas las grandes lluvias sacaron del olvido y del sopor al pueblo como hacía tiempo que no ocurría. En pocas horas las aguas bajaron de golpe llevándose todo lo que había a la vera del río y desperdigando a toda una familia, que ahora vive en la casa del pastor. El calor es espantoso y dicen que las impertérritas manchas de sol han iniciado un incendio allá a lo lejos, sobre la base del cerro. Gracias a los gringos algunas araucarias se estiran añosas bajo el sol, salpicando de sombras tanta luz que lastima los ojos. Con esfuerzo, el hombre que llegó de pronto metiendo ruido con su moto, se inclina a cielo abierto, se tuerce evitando el viento con la espalda, enciende un cigarrillo y lo lleva lentamente a la boca. Desmonta de su motocicleta y camina. Traza un círculo de pasos gastados como queriendo estudiar o encontrar algo que sólo las piedras pueden guardar. Espera. Es la hora de la siesta y nadie se asoma por más que ese bicharraco meta t

24 de Marzo de 1976 - 2009

“Libres o muertos, jamás esclavos” José de San Martín “(...) el pueblo aprendió que estaba solo y que debía pelear por si mismo y que de su propia entraña sacaría los medios, el silencio, la astucia y la fuerza (...)” Rodolfo Walsh, Un oscuro día de justicia.

Tropiezos: poemario

Hay que comenzar la tarea, arbitraria y cotidiana de continuar la vida de malgastar los zapatos haciendo una huella destinada al olvido. Comenzar, encendiendo la hornalla y refregarse los ojos ante el frío de la mañana, elegir un mate y volcar la yerba, acercar la nariz a la tibieza del humo que trepa sobre la espuma. Volver después, y caminar entre el perfume y el calor de tu ausencia, tus libros, tus papeles sobre la mesa de siempre la presencia austera y tibia de los recuerdos que se intercalan tímidos entre los hechos recientes aumentando la dicha exacerbando mi confusión apoyar las manos sobre la tabla de la mesa, sentir los golpes, las imperfecciones, los machucones bajo mis dedos acariciar las esquinas, redondas por el tiempo y el uso, descubrir nuevas marcas y colores, manchas manchas del cuerpo sobre esta madera que contuvo nuestro hambre y nuestra sed, nuestras ansias, nuestra miel nuestro pan y el vino de cada día.
Hay que ponerse en marcha y trashumar la vida, desde las roturas del tiempo por donde se mete el viento y los miedos, la humedad, pero no sólo la del cuerpo y su dolor, la humedad de la ausencia, de la falta, la humedad del desamparo y el frío. Hay que instalarse allí, en el centro de la nada, en el eco del vacío, donde zumban los oídos y la sangre presiona como un artista del fracaso amontonando los despojos, uno a uno, lustrarlos con la lengua y enterrarle los puños, uno a uno, en la ausencia y el vacío. Entonces, levantarse y andar hacia el fuego, en los abismos del tiempo, arrebatarlo en un gesto y llevarlo consigo, como un pequeño Prometeo urbano y oscuro, como bestia resistente de esta ciudad.

Tropiezos: poemario

Y entonces sólo hacía falta el viento, una pequeña brisa convertida en soplo divino que arrastrara las cenizas de esta fogata inútil a la vera del río, al costado de tu cuerpo. Fue entonces cuando entendimos que la noche era otra, sin miedo y sin piedad, nos recorrió el espectro de aquellos simios antiguos -que la soberbia humana llamó prehistóricos- como si acaso vos y yo fuéramos historia, así con mayúsculas, y fuésemos otros, y quisiéramos extirparnos de nosotros mismos. Imposible. Los agujeros están ahí, y África está en nosotros. En la memoria del cuerpo, en la cadena multiplicada en el esperma de aquel simio. A pesar del tiempo, aún resisten en cada cuerpo, los rastros de Olduvai.

El viaje

a J.C.O. Santa María amaneció nublada; una fría y húmeda brisa se levantaba desde el río para abrazar la ciudad. Rilli restregó sus ojos intentando en vano quitarse un cansancio antiguo. Al bajar de la escollera sonrió de satisfacción, abrió grande la boca, hizo chocar los dientes, y mordió suavemente el aire del puerto. Caminó un poco y se metió en un bar, asumiendo que la ciudad aún estaba dormida. Pitó un par de cigarrillos para acompañar al café y a las perezosas luces del día. Luego salió contento, casi feliz por el sueño realizado. Deambuló un par de cuadras y se dirigió al centro de la ciudad. Buscó ansioso, casi con alegría infantil el monumento a Brausen. Recorrió todas las bazofias de piedras, leyó inscripciones y conmemoraciones, placas a coroneles, a civiles, y creyó reconocer un homenaje al doctor Díaz Grey. Buscó entre calles y plazas pero no halló n

Para Onetti, aunque ya no importe

por Carlos A. Ricciardelli Ya van para quince años y aún recuerdo la tristeza de mi hermano al apoyar, sobre el mostrador del pequeño comercio, las páginas arrugas y mal dobladas de Crónica. Era otoño del siglo pasado, mayo de 1994. El cáncer liberal no dejaba de golpear y nos preparábamos para la Marcha Federal cuando nos enteramos de la muerte de Onetti, el viejo. Es muy raro eso de querer a alguien que nunca se vio. A través del tiempo, de su humedad y espesura lo fui conociendo por sus palabras, en la sinceridad profunda de su ficción, adentrándome en su respiración, en sus frases de insondable tristeza y soledad. La honestidad intelectual es brutal y descarnada, no hay impostura posible. Cada cuento o novela de Onetti es una dolorosa travesía por el alma humana. Lejos de la fama prostibularia de los medios y las sectas “académicas”, el viejo, construyó una de las obras literarias más profundas y originales del siglo XX.